Alfredo Infante
Amanece. Me levanto. Compro el periódico. Me siento a la mesa a desayunar. Hace calor. De vez en cuando llega algo de brisa. Promete un día caliente. Desdoblo el periódico. Echo un vistazo a los titulares mientras desayuno. Desisto de la idea de leer. Es mejor desayunar tranquilo, sin sobresaltos. En Venezuela el placer de leer y desayunar al mismo tiempo es un atentado contra la salud. Es placer que aplica a otros contextos. Termino el desayuno maracucho: café con empanada de puré de papa. Llamo al taxi para ir al aeropuerto. Doblo el periódico y lo meto en el maletín de mano. Me digo a mi mismo “tal vez lo leo durante el vuelo”.
Fiel a las nuevas indicaciones de las aerolíneas para los vuelos nacionales, llego dos horas antes al aeropuerto. Quien llega una hora antes pierde el vuelo. Ya me pasó. Llegué una hora antes y mi puesto había sido vendido a alguien que estaba en lista de espera. No hubo manera de volar. El pasajero está indefenso. Ya no me volverá a pasar, ahora madrugo.
Llegar dos horas antes no garantiza que el vuelo salga a tiempo. Es un requisito de la línea para no negociar el pasaje con “un lista de espera”. Nunca sabes a qué hora saldrá el vuelo. Si el avión despega puntual, date por satisfecho que te ganaste la lotería. Por lo regular, después del chequeo viene la incertidumbre ¿Saldrá o no saldrá a la hora? Hay que deshojar la margarita. Lo más recomendable es viajar con un buen libro, para no perder el tiempo. Las líneas aéreas son dueñas de tu tiempo. Tienen el poder. Bueno, esta vez las cosas parecieran marchar normal: El chequeo, la llamada, la salida. Es el vuelo Caracas-Maracaibo de Conviasa, 10 am, del martes 29 de octubre, está puntual. Bingo!
Sí, el avión sale con una puntualidad casi alemana. Después del despegue me provoca desdoblar el periódico, lo hago. Las noticias son desoladoras: “Feminicidio: Van 58 mujeres asesinadas este año en el estado Zulia”. “Es exagerado el gasto militar”. “Zulia: transportista dan breve tregua”. “Actos de calle: Nueva pulseada hoy en Caracas”. Un país que se desmorona. Doblo el periódico. No es el momento. Reclino el asiento. Me preparo para transitar por una Caracas congestionada y trancada por las protestas y las marchas. Me resuena la noticia: “Actos de calle: Nueva pulseada hoy en Caracas”. Me quedo dormido.
Despierto. Bueno, me despiertan. La aeromoza pide enderezar el asiento y abrochar el cinturón. Psicología de aterrizaje. De repente, otro anuncio. Esta vez es el piloto: “Señores pasajeros, nos acaban de informar que el radar del aeropuerto internacional de Maiquetía no está funcionando y nos piden esperar 15 minutos sobrevolando el área. Si se asoman a la ventana verán otros aviones en las mismas condiciones esperando su turno. El aterrizaje se hará… no escuche bien el resto”. Se hizo silencio. Pese al discurso, la voz del piloto y su sinceridad me llenaron de confianza.
Me batía entre la confianza y la incertidumbre. Un auténtico combate interior. De repente se me venía a la mente el lamentable hecho de la re-centralización de los aeropuertos, es decir, la retoma de la gestión de los aeropuertos por parte de gobierno nacional, central. Entonces el tema del radar me refería a empresas expropiadas, ahora quebradas e improductivas. A Los apagones eléctricos y el cuento de la iguana. A la caída de puentes y tantos otros accidentes por falta de mantenimiento. Las asociaciones de imagen desbordaban la imaginación. En este contexto, el radar averiado, no era un simple radar, era el símbolo del deterioro de un país en el que nos disponíamos a aterrizar.
Aterrizamos. No pasó nada. Hubo tensión. Mucho silencio. Al día siguiente – Miércoles 30 de Octubre- al leer los periódicos me sorprendió que la noticia de la avería del radar de Maiquetía estuviera ausente en los medios, no era noticia. Entonces, para que constara, me dispuse a publicar estos “apuntes de un pasajero”. Aunque, siendo sincero, después dude, pues temo que para el poder central la solución sea militarizar el radar de Maiquetía. Porque aquí, cualquier solución desde el establecimiento se viste de verde oliva, botas y cachucha.