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El necesario olor a oveja

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Por Ángel Oropeza

A propósito de lo que los estudios de opinión señalan acerca de la temporal crisis de liderazgo en Venezuela y la percepción de lejanía de nuestros dirigentes políticos y sociales por parte de la mayoría de la población, recordé una reflexión original del papa Francisco, hecha el Jueves Santo del año 2013.

En esa ocasión, el Papa invitó a los obispos, sacerdotes y religiosos — esto es, a los “pastores” de la Iglesia — a recordar que la única forma en que un pastor pueda acompañar y guiar a sus ovejas, es acercándose a ellas, conociéndolas, tocándolas; en otras palabras, aprendiendo a “oler a oveja”: “Les invito a que vayan a las periferias, donde hay sufrimiento, sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantas explotaciones, y sean pastores con olor a oveja, pastores en medio de su rebaño”.

De entrada, esto de “oler a oveja” nos puede parecer extraño e, incluso, puede sonar desagradable y hasta despectivo para algunos. Sin embargo, hay que recordar que las figuras de corderos, ovejas y lobos son frecuentemente citadas en la Sagrada Escritura. De hecho, al mismo Jesús se le denomina con frecuencia “el Buen Pastor”, que libera y guía a su pueblo, al que la literatura bíblica identifica con el símil de las ovejas que confían en el pastor que “da la vida por ellas” (Juan, 10:11). Es por ello que ser “pastor de almas” tiene su inspiración en el pastoreo del rebaño: cuidar, guiar, alimentar, curar, enseñar, estar cerca. Cuando Francisco invita a sus curas a que huelan a oveja, les está pidiendo que sean cercanos a la gente, que no se aíslen de ella, que compartan de cerca sus penas y sus alegrías.

Una de las modas, hoy, entre muchos venezolanos, algunos de ellos con gran capacidad mediática y no poca incidencia opinadora, es adjudicarse — seguramente con muy buena intención — el poder de hablar por el pueblo y de “traducir” para otros lo que ese pueblo siente, percibe y demanda. Con bastante frecuencia, esas interpretaciones del “sentimiento popular” terminan siendo proyecciones de sus propios deseos y lecturas, las cuales buscan legitimar imaginándolas como reproducciones fidedignas de la percepción de la gente, cuyas penurias y dinámicas, por lo general, suelen no conocer mucho. Así, por ejemplo, se proponen pautas de acción política — usualmente “urgentes” — en cierta dirección y bajo determinada forma, porque “eso es lo que quiere el pueblo”.

“La gente quiere esto” o “el pueblo está esperando que se haga esto” suelen ser expresiones de uso corriente que, a pesar de la buena fe de sus emisores, en realidad son básicamente proyecciones de sus propias interpretaciones y urgencias.

Esta tendencia, aunque siempre conducente a errores, puede parecer sólo una característica anecdótica de los tiempos que corren. Pero cuando ella se presenta en algunos que aspiran a canalizar la aspiración de cambio de la población y a dirigir los esfuerzos por la liberación democrática de Venezuela, esta propensión se convierte ya en una limitación importante. No solo genera un peligroso alejamiento de la realidad, sino que termina produciendo una inconveniente tergiversación cognitiva, asumiendo como real lo que, en verdad, son simplemente sus creencias o lo que su alejada y sesgada percepción les sugiere.

Lo cierto es que todo aquel, seglar o religioso, que aspire a contribuir en la trascendental tarea de acompañar al pueblo hacia su liberación, debe comenzar por conocerlo, por atreverse a tocarlo, por permitirle que hable y no solo que escuche, por entender su diversidad y su resistencia a que se le simplifique detrás de categorías reduccionistas y estereotipos estrechos. Debe comprender que “hablar y compartir con el pueblo” es lo único que en justicia permite el atrevimiento de “hablar del pueblo”.

El pastor que crea que, a control remoto, por internet o desde la comodidad de su oficina, puede conocer y guiar a su rebaño, o siquiera hablar por él, no es un buen pastor. Como dice el Evangelio, “el buen pastor conoce a sus ovejas, y ellas le conocen”. De igual manera, el dirigente político o social que autorefuerza su propia percepción hablándole siempre a los mismos, buscando los aplausos fáciles, haciendo asambleas y encuentros con los de su propia tolda, o haciéndose acompañar sólo con los ya convencidos, podrá ser por mucho tiempo dirigente de su parcela particular, pero difícilmente un líder que la gente reconozca y sienta como tal.

La invitación de Francisco en aquel Jueves Santo es a no olvidar que un requisito fundamental del liderazgo que hoy demandan nuestros pueblos, y al que todos estamos llamados a participar o al menos a contribuir, es atreverse a oler a ovejas, olor que únicamente se impregna con el contacto físico y el acompañamiento personal. Solo así podremos asociarnos en su camino de liberación y progreso, y no usar al pueblo como excusa argumental, como adorno retórico o como fetiche politiquero, todo lo cual a lo único que ayuda es a perpetuar su condición de explotación y dominación.

Fuente:

Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco N° 199, del 22 al 28 de septiembre de 2023.

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