Eduard Soler Lecha y Eckart Woertz*
Inestable. Así es como imaginamos el 2017. Habrá varios epicentros y el principal será la Casa Blanca. Este año empieza el 20 de enero: cuando Trump se convierta en el 45º presidente de Estados Unidos. Incluso si este país ya no es tan poderoso e indispensable, lo que Washington hace o deja de hacer define la agenda global como nadie.
Peligroso. Creemos que hay una serie de acontecimientos puntuales que, aunque improbables, podrían tener un notable efecto desestabilizador a nivel mundial. Para poner un ejemplo, imaginemos cuáles serían los efectos de una inverosímil pero posible victoria de Marine Le Pen en las elecciones en Francia. La anticipación, los planes de contingencia y las estrategias de resiliencia serán muy necesarios.
Perturbador. Como lo son las imágenes de miles de personas intentando cruzar el Mediterráneo para escapar de ciudades asediadas en el Medio Oriente o del hambre en Yemen. Tendremos más imágenes como estas en 2017. Se están convirtiendo en la nueva normalidad. Quizá estemos ante una fatiga de la crisis, en la cual tanto sociedades como gobiernos dan por sentado que no hay nada que puedan hacer para cambiar el curso de los acontecimientos.
Masculino. El año 2016 decepcionó a aquellos que esperaban que las mujeres obtuvieran un nivel de representación política sin precedentes. Hillary Clinton quedaba por delante en la mayoría de las encuestas y todo el mundo esperaba que la persona elegida como secretario general de Naciones Unidas sería una mujer. En cambio, 2017 será una exhibición de liderazgo testosterónico, ya sea en Washington, Moscú, Ankara o Manila.
E impredecible. Una lección extra del 2016 ha sido que es mejor no apostar sobre los resultados de las elecciones y los referéndums. De hecho, el alcance de lo imaginable se amplía cada día más. Así que conviene ser prudente al realizar cualquier intento de intuir el futuro. Y esto también aplica a este ejercicio.
Cada año, CIDOB escoge diez temas susceptibles de determinar la agenda internacional. El propósito de este ejercicio es ayudarnos a navegar en aguas turbulentas. Situamos en el mapa las rocas que ya son visibles, pero imaginamos también aquellas más dañinas que podrían estar acechando bajo la superficie.
- ¿Cuán radicales serán los cambios en la política exterior de los EEUU?
Durante las últimas semanas del 2016, estuvimos pendientes de los nombramientos de Donald Trump para los cargos clave. En 2017, ya no nos fijaremos en los nombres sino en las acciones, las políticas y las estrategias.
En unos meses deberíamos tener una idea más clara acerca de la solidez del acercamiento de EEUU a Rusia, de las consecuencias que tendrá para las relaciones transatlánticas, hasta dónde irá Trump al desafiar a China o humillar a México y, finalmente, si la nueva Administración seguirá una línea ideológica en relación con Irán y Cuba o si aprovechará pragmáticamente parte del legado en política exterior de Obama, aunque deteste la mera idea de hacerlo.
Esperamos que los lobbies económicos tengan un papel principal en este proceso. A Donald Trump se le recordará que prometió conseguir buenos acuerdos para Estados Unidos; acuerdos que creen empleo.
Tanto si le mueve la ideología o el pragmatismo, Estados Unidos tiene una considerable capacidad desestabilizadora. ¿Trasladará EEUU su embajada en Israel desde Tel Aviv a Jerusalén? ¿Habrá algún otro movimiento en la política hacia Taiwán que fuerce a China a tomar represalias? ¿Apoyará EEUU a los defensores del Brexit y a otras fuerzas que trabajan para la desintegración europea?
Más importante todavía: una decisión problemática en política exterior también podría ser el resultado de lo que otros obliguen a hacer a Estados Unidos. Sus aliados podrían provocar una crisis para intentar presionar a Washington, especialmente en Oriente Medio. Israel puede intentar ver si Trump realmente les ha extendido un cheque en blanco. Arabia Saudí se mostrará más prudente al ser bien consciente de que existe una profunda desconfianza en varios sectores de la nueva Administración del Partido Republicano. También los rivales de toda la vida pueden poner a prueba los límites. No deberíamos descartar un intento de Rusia de desestabilizar la OTAN todavía más o nuevas provocaciones de Corea del Norte. Por último, un ataque terrorista de gravedad en Estados Unidos o en contra de los intereses estadounidenses en el extranjero podría dar lugar a una respuesta agresiva, de consecuencias imprevisibles.
- ¿De construir el orden mundial o cambiarlo de manos?
Se habla mucho del desorden mundial y del colapso del orden liberal basado en las normas. Y no sólo entre académicos. Parte del debate se centrará en si Estados Unidos y Europa están abdicando de su posición de liderazgo y por qué. ¿Es un proceso estructural e irreversible? Y de ser así, ¿desafiarán otras potencias algunas de las instituciones del orden mundial, se opondrán a los intentos de hacerlas avanzar e incluso llenarán el vacío dejado por Occidente?
Un concepto que será útil para retratar las dinámicas en el reajuste del orden mundial es lo que en inglés se conoce como norm antipreneurs. Es decir, aquellos estados y otros actores que se resisten o se oponen frontalmente a los cambios normativos. El año 2017 no será prometedor para la liberalización del comercio, la justicia transnacional o la protección de civiles. Deberíamos estar atentos a las consecuencias de la decisión de varios países africanos de retirarse de la Corte Penal Internacional, de las discusiones en Naciones Unidas sobre cómo reaccionar ante la violación masiva de derechos humanos o las crisis humanitarias, y de los debates nacionales sobre asilo.
El comercio será un laboratorio interesante pues tres estrategias distintas, y en cierto modo contradictorias, estarán en juego. La nostalgia proteccionista ganará terreno, especialmente en Occidente. La mayoría de acuerdos comerciales en negociación se aparcarán durante un tiempo. Asia, y en menor medida América Latina, explorarán las posibilidades de liberalización comercial sin Europa o Estados Unidos. Y China intentará proyectarse como actor global y se convertirá en defensora de la liberalización comercial.
Creemos que China merece una atención especial este año. Primero, es el actor global con un margen de maniobra más amplio: puede desafiar a algunas de las instituciones del orden mundial liberal, cooptarlas o simplemente ir por libre. Sean cuales sean sus decisiones, los efectos se notarán a nivel mundial. Segundo, cuando debatamos sobre el auge de China, nos centraremos más en la sostenibilidad de su modelo económico y en la resiliencia de su sistema político. Beijing será el centro de todas las miradas cuando se celebre el 19º Congreso del Partido Comunista de China, en otoño. Tercero, la misma potencia que aparece como actor conservador cuando se trata de las nociones clásicas de soberanía, no-interferencia y política de las grandes potencias, se convierte en revisionista cuando las normas van en contra de sus intereses. Las controversias acerca de la Ley del Mar y su aplicabilidad en el mar del Sur de China serán el ejemplo más claro de esta contradicción.
Paradójicamente, aquellos actores que fundaron el orden mundial son menos firmes en su defensa y aquellos que inicialmente lo percibieron como una imposición ahora están deseosos de hacérselo suyo.
- ¿La subida del tipo de interés profundizará la crisis en los mercados emergentes?
La presidencia entrante de Trump estará marcada por el gasto en infraestructura financiado por la deuda, que hará que se dispare el tipo de interés de EEUU. Un dólar fuerte hará que las exportaciones de EEUU sean menos competitivas y fomentará las importaciones. Así, a pesar de la retórica proteccionista de Trump, el déficit por cuenta corriente de EEUU probablemente aumentará. Los países europeos tienen todavía una política monetaria más acomodaticia, con tasas de interés más bajas y valorarán positivamente el aumento de su competitividad resultado del apreciamiento del dólar. Según el Banco de Pagos Internacionales (Bank for International Settlements), el dólar se apreció más del 40 % respecto a una cesta de divisas de las economías de los mercados emergentes entre mayo de 2014 y enero de 2016. Los mercados emergentes resultarán afectados. Será más difícil emitir y refinanciar la deuda pendiente en dólares, así como atraer inversión extranjera, lo que llevará probablemente a más impagos de las empresas y a calificaciones de deuda pública más bajas.
Mientras el dólar está sacando músculo, las economías emergentes sienten que su luna de miel con los inversores está llegando al final. Cuando los tipos de interés bajo eran la norma en los países en desarrollo, los fondos internacionales miraron más allá para obtener mayores rendimientos. Aquellas economías con sistemas financieros en desarrollo necesitados de dólares eran el oasis perfecto. El flujo de dólares que entró en los emergentes mediante bonos denominados en dólares se convirtió en crédito local, inversión y aumento del precio de los activos. Con el dólar constantemente al alza, también lo está el coste del servicio y, ante la previsión de que el 10 % de la deuda corporativa denominada en dólares venza en 2017, los problemas se perfilan en el horizonte.
Países como China y Corea del Sur, con grandes reservas de divisas y una deuda pendiente en dólares limitada en comparación con sus economías y sus exportaciones, serán menos vulnerables que Brasil, Turquía, Indonesia, Rusia y Sudáfrica. Brasil, por ejemplo, tiene la segunda deuda denominada en dólares más grande, después de China, y la deuda en dólares a corto plazo de Turquía representa por sí sola el 8 % de su PIB. Un dólar más fuerte favorecerá las exportaciones de China, la cual podrá promover su influencia en Asia si EEUU abandona las negociaciones del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (Trans-Pacific Partnership, TPP). Sin embargo, China se encontrará entre la espada y la pared al intentar estimular su economía interna justo cuando la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) adopta una línea más dura.
- El cambio climático y las renovables: ¿se impondrá la economía a la Administración Trump?
La Administración Trump supondrá un gran reto para el avance en la mitigación del cambio climático. Este reto no es solo una cuestión de las idiosincráticas opiniones personales del presidente entrante, sino que se fundamenta en posturas muy arraigadas dentro del Partido Republicano, marcadas por grupos de interés preocupados por la rentabilidad de recursos hidrocarburíferos ahora bloqueados. El secretario de Energía, Rick Perry, y el jefe de la Agencia de Protección Ambiental, Scott Pruitt, son conocidos negacionistas del cambio climático. Y el propio presidente llegó a describir el cambio climático como una conspiración de China para minar la competitividad de Estados Unidos.
Existe un riesgo real de que Washington se retire del Acuerdo de París, pero eso tomaría cuatro o cinco años, por motivos legales. Salir de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFPPC, por sus siglas en inglés) sería más fácil y rápido, y solo podría ocurrir en el peor de los casos. En cambio, el Plan para la Energía Limpia (Clean Power Plan) de Obama, con estándares ambientales más estrictos y la promoción de las energías renovables, quedará probablemente archivado. Por otro lado, Trump apoyará mejoras en el desarrollo del gas de esquisto, el cual ha sido un factor importante en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero de Estados Unidos, al sustituir la generación de electricidad a partir de carbón. Las energías renovables son cada vez más competitivas. El principal desafío ya no es su precio sino su almacenamiento, que puede resolver la intermitencia y promover su inclusión en la red eléctrica.
Una causa importante del descenso de la energía proveniente del carbón ha sido la economía, no la regulación. Si bien la Administración Trump puede incidir en la última, poco puede decir respecto a la primera y probablemente apreciará la considerable generación de empleo que actualmente conllevan las energías renovables. Las políticas de mitigación del cambio climático y las energías renovables también pueden reunir un apoyo político influyente e intereses económicos en otras partes de la sociedad y de la política de Estados Unidos, en especial en Silicon Valley y en la California gobernada por los demócratas.
Por lo tanto, existen también poderosos intereses del sector privado de EEUU que presionan para la expansión de las renovables. La reacción de China, India y la Unión Europea ante el obstruccionismo republicano en la lucha contra el cambio climático será crucial. China y algunos países de la UE como Alemania intentarán capitalizar el vacío e incrementar la competitividad de sus industrias de energías renovables, a las que consideran estratégicamente importantes. Las renovables también ofrecen opciones atractivas para la electrificación rural descentralizada en India, que pronto será el país más poblado del mundo.
- El yihadismo más allá del ISIS y el futuro de Siria e Irak
En 2017, el control territorial de la organización Estado Islámico (conocida como ISIS, por sus siglas en inglés) seguirá disminuyendo con la caída de Mosul, la ciudad más grande bajo su control. Una ciudad que ha sido un símbolo y el laboratorio para la brutal implementación de su austera interpretación de la ley islámica.
Esto significará el final del ISIS como un proto-Estado en Irak, pero podría sobrevivir como una organización parecida a la mafia en las zonas rurales y en algunos barrios urbanos. Será capaz de capitalizar los agravios suníes y de usar su discurso ideológico para dar una apariencia de respetabilidad a sus extorsiones. Los retrocesos territoriales del ISIS en Siria podrían ser más limitados pues el régimen de Assad y sus aliados rusos e iraníes priorizarán la lucha contra otros rebeldes en el noroeste después de la toma de Alepo en diciembre de 2016. El régimen de Assad explotará también una continua amenaza del ISIS en su discurso de legitimidad ante el público nacional e internacional. A su vez, para otras fuerzas, luchar contra ISIS no es la única prioridad. Por ejemplo, los Comités para la Protección del Pueblo Kurdo (YPG, por sus siglas en kurdo), tratan de unificar los territorios kurdos al norte de Siria, y la presencia militar turca lo que intenta es evitarlo.
La capacidad del ISIS para proyectar su fuerza ideológica y militar se verá menoscabada y se resentirá su marca de expansión y aparente invencibilidad. Sin embargo, eso incentivará todavía más ataques terroristas en Europa y en la región. Los combatientes extranjeros que regresen supondrán, junto a los yihadistas autóctonos, una amenaza para la seguridad.
Ningún final del ISIS significaría el final del yihadismo, que probablemente sobrevivirá en forma de varios grupos disidentes o como una Al Qaeda renacida. La brutal represión y los bombardeos indiscriminados del régimen de Assad sobre los civiles, la difícil situación de los refugiados en los países vecinos y de los desplazados internos, y los actos de purgas étnicas de árabes suníes por parte de milicias chiitas y de las fuerzas kurdas constituyen potentes agravios políticos y socioeconómicos que pueden ser usados en los esfuerzos de reclutamiento.
No se vislumbra ni una solución política ni militar a la crisis de Siria. Es probable que la guerra civil se prolongue. El régimen de Assad se ha mostrado capaz de conquistar territorio, pero no ha podido mantenerlo sin el suficiente apoyo de sus aliados rusos e iraníes, como demostró la recaída de Palmira en manos del ISIS en diciembre de 2016. Además, ha perdido su legitimidad ante buena parte de la población. Es improbable que sea capaz de gobernar de nuevo una Siria territorialmente íntegra. En Irak, el control sostenible de las áreas suníes por parte del Gobierno en Bagdad requeriría una oferta de participación a elementos suníes y el control eficaz de las milicias chitas. Un pulso sobre la independencia de la región del Kurdistán de Irak es otra posibilidad.
Con todas las miradas puestas sobre el ISIS y los acontecimientos en Siria e Irak, muchos podrían descuidar otras tendencias igualmente desestabilizadoras. La economía en la mayoría de países del Medio Oriente y del Norte de África no va nada bien. Egipto preocupa particularmente pues representa un riesgo sistémico para toda la región y más allá. Yemen puede seguir siendo una guerra olvidada ya que las víctimas no llaman a la puerta de Europa, pero representa una carga mucho más pesada de lo que se esperaba para la Casa de Saúd.
Además, no olvidemos que el conflicto árabe-israelí está lejos de resolverse. Este año llega con algunos elementos desestabilizadores ante nosotros. Netanyahu puede poner a prueba la lealtad del nuevo Gobierno estadounidense. Los palestinos quizá quieran recordar que su lucha tiene una larga historia detrás. El 2017 marca el centenario de la declaración de Balfour, 70 años desde el Plan de Partición de Naciones Unidas, 50 años de la humillante derrota de en la Guerra de los Seis Días y 30 años de la primera intifada.
- Nunca había desaparecido: la prolongada crisis de los refugiados
La crisis de los refugiados seguirá siendo de naturaleza global. Las crisis en Oriente Medio, en los países subsaharianos y en Afganistán continuarán provocando desplazamientos forzosos. Demasiado a menudo, la atención se pondrá solo en aquellos que intentan llegar a Europa. Sin embargo, la situación de los desplazados internos y los abusos cometidos en tránsito permanecerán a la sombra. La escasez de recursos, tanto para los estados de acogida como para las organizaciones internacionales, empeorará la situación.
Los refugiados y la migración seguirán siendo prioritarios en la agenda de los gobiernos europeos. Sienten la presión en las fronteras de Europa y la presión de los partidos de extrema derecha que promueven la priorización de esta cuestión en la agenda en las próximas contiendas electorales.
Al este, la ruta de tránsito de los Balcanes probablemente quedará cerrada. Puede que Turquía amenace con cancelar su acuerdo sobre los refugiados con la UE. Sin embargo, si lo hace, perderá un importante instrumento de presión. Los gobiernos europeos pueden sentirse seguros de que por esta vía intentarán cruzar menos refugiados que en el momento álgido de 2015, por dos razones principales: los refugiados se arriesgan a quedar abandonados en una isla griega o en un centro de detención y saben que la ruta de los Balcanes está cerrada. De esta forma, cualquier empeoramiento en el Este conllevaría una crisis de los refugiados en Grecia, no necesariamente en Europa.
En cambio, el tráfico por la ruta central se intensificará. La operación Sophia cuyo objetivo era reducir el tráfico de personas mediante la vigilancia marítima, no puede dar resultados mientras Libia siga siendo un Estado disfuncional. Además, los factores que empujan a la emigración africana pueden incluso crecer. Los que lleguen a Europa tendrán dificultades para ser reconocidos como refugiados. Serán tratados como inmigrantes económicos, susceptibles de ser expulsados.
Si la situación en el estrecho de Sicilia se torna inmanejable e Italia recurre a su anterior práctica de abrir paso a los migrantes hacia sus vecinos del norte, se suspenderá Schengen de nuevo. En cambio, puede que veamos una mayor comunitarización de las políticas de control de fronteras (por ejemplo, la guardia costera y fronteriza europea y los acuerdos de asociación con países de origen y de tránsito). Una política de fronteras europea reforzada no significará un progreso en el Sistema Europeo Común de Asilo (SECA), puesto que éste implicaría un mayor “reparto de responsabilidades” y pocos son los que están dispuestos a asumirlo. La cuota de reubicación (de 160.000 según lo acordado en septiembre de 2015) tampoco se alcanzará este año, lo que confirma la idea de que la «crisis de los refugiados» que se supone es europea se está convirtiendo en un problema griego e italiano.
Finalmente, una salida que se seguirá explorando son los acuerdos de readmisión de la UE y los bilaterales con los países de tránsito y de origen. El número de deportaciones aumentará, pero no hasta el punto de reducir significativamente el número de inmigrantes irregulares y de solicitantes de asilo rechazados en Europa.
- ¿Secuestrará la derecha populista a la Unión Europea?
Atrincherada en Polonia y Hungría y envalentonada con el voto del Brexit y la victoria electoral de Donald Trump, la derecha populista conocerá un mayor auge en Europa en 2017. Esto no significa que alcance mayores cotas de poder. El Partido por la Libertad (PVV, por sus siglas en neerlandés) de Geert Wilder conseguirá un aumento en votos en las elecciones de marzo en Holanda, aunque esto no necesariamente se traducirá en formar parte del Gobierno o lograr el puesto de primer ministro. Marine Le Pen del Frente Nacional (FN) de Francia, puede perder en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia. Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) superará el 10% de los votos en las elecciones federales en septiembre y será la primera vez después de la Segunda Guerra Mundial que un partido xenófobo accede al Bundestag, aunque quedarán excluidos de cualquier coalición. Además, un ataque terrorista, una nueva crisis migratoria o importantes escándalos políticos podrían aumentar sus posibilidades electorales. Si esto ocurriera, especialmente en Francia, la Unión Europea estaría frente a un desafío existencial.
Incluso si la derecha populista no llega a gobernar en Europa Occidental, su influencia indirecta será considerable. En el contexto de una crisis de refugiados continuada, podrán marcar agendas y complicar la formación de coaliciones de los partidos mayoritarios. La canciller Angela Merkel, durante la convención general de su partido en el Gobierno, la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU, por sus siglas en alemán), ya dijo que la afluencia de refugiados parcialmente descontrolada de 2015 «no debería repetirse», reconociendo así las considerables presiones a las que se enfrenta en esta situación crítica. Con el ataque terrorista en un mercado navideño en Berlín en diciembre de 2016, perpetrado presuntamente por un tunecino cuya solicitud de asilo había sido rechazada, estas presiones aumentaron y podrían incrementarse aún más en caso de nuevos ataques.
Los actores externos serán muy conscientes de las vulnerabilidades de Europa e intentarán explotarlas. En Turquía, Erdogan sabe que sus socios europeos, y en especial Angela Merkel, necesitan desesperadamente su cooperación para contener el flujo de refugiados, por lo menos hasta las elecciones en Alemania. También Rusia se beneficia de cualquier disrupción del proyecto de la UE y apoya cualquier fuerza política que se presente bajo un estandarte euroescéptico.
Los votantes de los Países Bajos, Francia y Alemania determinarán el futuro de la UE, justo en el momento que ésta intentará negociar con el Reino Unido un acuerdo sobre el Brexit. La Unión Europea seguirá estando en malas condiciones para controlar su propio destino y satisfacer las expectativas de los ciudadanos. Esto se refiere no solo a cuestiones de seguridad como el control de fronteras y la defensa ante las ambiciones de Rusia, sino también a la necesidad de abordar la polarización socioeconómica que ha aumentado abruptamente durante tres décadas de discurso neoliberal.
- ¿Ha alcanzado Putin su techo?
Putin no podía haber deseado un inicio del 2017 más prometedor. De hecho, ni siquiera el Kremlin se esperaba que Trump fuera el elegido y sus planes para el año siguiente consistían en deslegitimar la victoria de Clinton. Pero, para sorpresa de todos, un presidente amigo se sentará en el Despacho Oval y, como es de esperar, Europa seguirá atareada ocupándose de sus propios problemas y divisiones.
Otros factores indican que los vientos son favorables para Moscú: Turquía insiste en explorar un nuevo comienzo de sus relaciones con Rusia, la OPEC está al fin intentando aumentar el precio del petróleo y los aliados de Rusia en Siria han conseguido apoderarse de Alepo.
El Kremlin presionará para que las sanciones que le han sido impuestas sean total o parcialmente levantadas. Las posibilidades que eso ocurra son mayores en comparación con algunos meses antes. También intentará profundizar las divisiones entre los países occidentales y dentro de cada uno de ellos. No obstante, probablemente modulará su estrategia. Ahora que Trump es el presidente de Estados Unidos y que algunos líderes europeos (en particular, en Francia) se muestran más conciliadores, la retórica de la victimización se basará más en la conspiración y señalará con el dedo a grupos en la sombra como un enemigo común. Al tratar de (re)construir alianzas, Moscú enfatizará que el terrorismo yihadista es una amenaza compartida
En cualquier caso, existen algunos riesgos. Rusia continuará entrometiéndose en la política interior de los países occidentales, pero esto podría tener consecuencias indeseadas si esas maniobras se hacen demasiado evidentes o demasiado ofensivas. Ello es particularmente cierto en el caso de la ciberseguridad. Intentar poner a prueba los límites de la solidaridad entre los miembros de la OTAN puede ser tentador, pero una vez que empieza una crisis, ésta cobra vida por sí misma y uno nunca sabe si será capaz de cerrarla.
Acerca de Siria, la cuestión principal será el grado de implicación de Rusia y si el Kremlin será capaz de retirarse del campo de batalla a su debido tiempo. Es peligroso estar atrapado en una guerra que no tiene un significado vital para Rusia y podría conllevar el riesgo de una reacción desmesurada siempre que los intereses de Rusia estén en el punto de mira de grupos terroristas.
Para terminar, añadamos a este catálogo de riesgos las incertidumbres económicas estructurales: la baja productividad, la infraestructura deficiente, y la dependencia de energía y de la exportación de armas. Cuando hablamos de la economía, lo que está en juego es el nivel de apoyo público, pero también la cohesión de la élite.
Así pues, Putin sabe que el 2016 acabó mucho mejor de lo que esperaba, pero de cara al futuro puede que necesite moderar sus expectativas y calibrar sus riesgos.
- Aterrizajes forzosos en América Latina
Al contrario que los rusos, los latinoamericanos ven 2017 con pesimismo y la victoria de Trump es solo una entre muchas razones. Es un período de expectativas fallidas. Unos años atrás, el continente estaba en auge y el mayor de sus miembros, Brasil, se proyectaba como un actor a nivel mundial. Hoy día, las perspectivas económicas para países como México, Ecuador, Argentina, Colombia y Brasil son pésimas, por lo menos a corto plazo. Por no hablar de Venezuela, cuya población sufrirá las consecuencias de la polarización política y de las políticas económicas disfuncionales de un país adicto a los altos precios del petróleo. Chile y Perú pueden ser las únicas excepciones a este escenario sombrío.
Políticamente, llama la atención la rapidez con la que se han erosionado los liderazgos nacionales. Excepto en Colombia, donde compiten dos figuras fuertes, los liderazgos políticos tradicionales en América Latina son más bien débiles. Además, la izquierda ha perdido a sus referentes políticos. Todo esto puede evolucionar de tres formas distintas: el surgimiento de liderazgos apolíticos no convencionales (como pasó en 2016 en El Salvador), un aumento del descontento social que explore nuevas formas de protesta política o sociedades cada vez más frustradas pero pasivas. Vale la pena recordar también que 2017 será un año de impasse político porque tres países clave (Colombia, México y Brasil) han programado elecciones en 2018 y se estarán preparando para ellas.
Cuando el mundo mire a América Latina la atención se centrará en cinco asuntos más: los efectos de las decisiones de Estados Unidos en las cuestiones relacionadas con el comercio y las migraciones, con especial impacto en México; la inestabilidad política en Venezuela, con crecientes dudas sobre si su propio bando podría intentar deshacerse de Nicolás Maduro; si la Cuba post-Fidel se abre, también debido a la imposibilidad de contar con Caracas; un proceso de paz en Colombia que afronta muchos desafíos en su fase de implementación; y, bajo la superficie, la posición clave del continente en los flujos ilícitos, sobre todo el tráfico de drogas, que tiene un efecto desestabilizador que se extiende a miles de kilómetros de distancia como hemos visto en África Occidental.
A remolque de sus problemas económicos estructurales, focalizada en discrepancias internas a corto plazo y sin líder a nivel regional, América Latina tendrá que esperar un tiempo para volver a despegar.
- Las sociedades africanas se levantan… pero los líderes se resisten al cambio
Por toda África, la sociedad está pidiendo a los gobiernos que rindan cuentas. Activistas jóvenes, urbanos y bien conectados reclaman que se les escuche. En 2017 veremos cómo la fractura entre las élites y la ciudadanía se ensancha y desata crisis políticas.
Es especialmente significativo que algunos de los países más grandes se enfrentarán a considerables niveles de confrontación, que con toda probabilidad serán respondidos con una represión más severa. No debemos perder de vista a la República Democrática del Congo. Si se aplazasen de nuevo las elecciones y Joseph Kabila se aferra tercamente al poder la situación degeneraría rápidamente. Etiopia, a menudo considerada por los líderes exteriores como un ancla de estabilidad y cuyo modelo federal fue otrora elogiado, se está tornando más inestable y represiva.
Aunque es un país mucho más pequeño, la forma en que Gambia resuelva su crisis política puede tener un efecto regional porque lo que está en juego es cuánto puede resistirse un líder africano a dejar el poder cuando no solo la ciudadanía sino también organizaciones regionales se lo piden. Bastante a menudo, Zimbabwe consigue ser parte de la agenda global. Hay elecciones previstas en 2018 y Mugabe, que cumplirá 93 años en febrero de 2017 encarna la lógica del «presidente de por vida» y se enfrenta a una oposición creciente.
Sudáfrica igualmente merece atención. No solo por sus vulnerabilidades económicas, sino también porque el Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) es cada vez menos popular, incluso entre los sectores de la sociedad o las zonas del país donde solía ser hegemónico. Este año, tendrá que elegir al sucesor de Zuma, pero no se podrá salvar la brecha emocional entre el partido y la sociedad. También Angola será importante. Este país, que ha vivido un boom económico gracias a la industria del petróleo, también acudirá a las urnas. Dos Santos ya ha anunciado que no se va a presentar; ha decidido no seguir el ejemplo de los demás presidentes, pero eso no significa que su partido, el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), esté listo para compartir el poder.
Estas dinámicas políticas coexistirán con situaciones provocadas por conflictos en otras partes del continente. Es más, la situación en 2017 es probable que se deteriore. La ONU ya ha advertido que Sudán del Sur puede convertirse en una nueva Rwanda y la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA, por sus siglas en inglés) también ha advertido de que se está gestando una crisis humanitaria en Borno (en el norte de Nigeria). Esta lista podría ampliarse a todo el Cuerno de África, la República Centroafricana, Sudán y Burundi. Y el terrorismo continuará golpeando a los más vulnerables.
En conjunto, 2017 será un año agridulce para África. Por un lado, la población está empoderada y existe un interés mundial considerable en el desarrollo del continente. Por otro lado, los intereses políticos de las élites en el poder y la proliferación de crisis de seguridad y humanitarias impedirán a África explotar su pleno potencial.
Una advertencia: puede empeorar
«Las predicciones son difíciles, especialmente acerca del futuro» dijo una vez George Bernard Shaw con su agudeza habitual. Cuando se acaba el año es fácil identificar los asuntos que pasaron desapercibidos (como el intento de golpe de Estado en Turquía) o los resultados electorales improbables unos meses atrás (como la victoria de Trump). Para 2017 ya hemos identificado muchos riesgos: conflictos territoriales en el mar del sur de China, una escalada militar entre Arabia Saudí o Israel e Irán para involucrar a Estados Unidos en el conflicto, la caída de Venezuela, una guerra híbrida de Rusia en el Báltico para poner a prueba la determinación de la OTAN, el secuestro de la Unión Europea por parte de la extrema derecha, una Corea del Norte desafiante, episodios genocidas en estados africanos fallidos como Sudán del Sur, una agitación violenta en la República Democrática del Congo y ataques terroristas de gravedad que podrían alterar los procesos electorales y forzar represalias militares. Pero también debemos estar preparados ante “cisnes negros” (acontecimientos imprevisibles hasta que ocurren) y “rinocerontes grises” (amenazas muy probables y de gran impacto y, sin embargo, ignoradas). Tenemos por delante un peligroso camino lleno de baches y es imposible predecir cómo será el destino final.
*Investigadores sénior, CIDOB.
Notas:
Texto finalizado el 9 de enero de 2017. Esta Nota Internacional es el resultado de una reflexión colectiva por parte del equipo de investigación del CIDOB. Coordinada y editada por Eduard Soler i Lecha y Eckart Woertz, se ha beneficiado de las contribuciones de Anna Ayuso, Jordi Bacaria, Anna Bardolet, Moussa Bourekba, Luigi Carafa, Paula de Castro, Carmen Claudín, Carme Colomina, Elena Dal Zotto, Nicolás de Pedro, Anna Estrada, Francesc Fàbregues, Oriol Farrès, Blanca Garcès, Francis Ghilès, Sean Golden, Susanne Gratius, Kiera Hepford, Daria Kalashnikova, Irene Martínez, Óscar Mateos, Pol Morillas, Jordi Quero, Elena Sánchez, Héctor Sánchez, John Slocum, Melike Janine Sökmen, Pere Vilanova y Santiago Villar.
Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/183269