Jesús María Aguirre
En este año del 500 aniversario luterano de Wittenberg (1517-2018) no está demás leer alguna biografía que nos libere de los clichés típicos del mundo católico sobre el líder reformista, pero la oportunidad es propicia también para saldar cuentas con el pasado a partir de una renovada comprensión de las injusticias del pasado, en particular con los hermanos separados de la reforma protestante..
En este sentido he disfrutado de la obra de Delibes, cuyo delicioso manejo de la lengua y sus exploraciones psicológicas, ayudan a la comprensión del ser humano y a su desarrollo espiritual.
Una cita de Juan Pablo II, dirigida a los cardenales en 1994 antecede al Preludio:
“¿Cómo callar tantas formas de violencia perpetradas también en nombre la fe? Guerras de religión, tribunales de la Inquisición y otras formas de violación de los derechos de las personas…Es preciso que la Iglesia, de acuerdo con el Concilio Vaticano II, revise por su propia iniciativa los aspectos oscuros de su historia valorándolos a la luz de los principios del Evangelio”.
Delibes no pone la etiqueta de católico a sus libros, ni tampoco califica de religiosos a títulos que bordean la problemática espiritual. La obra describe el ambiente espiritual de la España de Carlos V, la influencia erasmista, la penetración del luteranismo y el brote de comunidades de nuevos cristianos, así como las persecuciones inquisitoriales y los autos de fe contra los herejes a partir de un caso emblemático.
La figura de Cipriano Salcedo, acomodado comerciante vallisoletano que, atraído por los razonamientos del doctor Agustín Cazalla, acaba participando en las actividades de un grupo luterano pronto descubierto por la inquisición, representa la libertad de pensamiento y la independencia intelectual en un país donde la adicción a la lectura y los viajes habían llegado a ser tan sospechosos que el analfabetismo y el sedentarismo se hacían deseables y honrosos.