Cheo Carvajal
Tener un arma es un riesgo mortal, una invitación a que te agredan y una tentación de creer que el problema de la seguridad lo podemos resolver nosotros ¿qué hacemos entonces?
Leo a un amigo músico manifestar su desaliento ante la violencia delictiva, que se lleva por delante gente valiosa, querida, gente que afianza y multiplica esperanza. Una amiga diseñadora suma un relato en el que describe la lluvia del delito en una calle seca de vigilancia. Un amigo fotógrafo explica abrumado que le robaron los costosos equipos con que se “ganaba la vida” y carajeó al ladrón cuando querían llevarse la cartera de su esposa. Una arquitecto cuenta que por tercera vez le roban el celular y otra, periodista, cuenta que se atrevió a responderle a un malandro que ya no tenía celular.
Cuentos e historias a granel, convertidos en paisaje cotidiano, en banal estadística, en el que suele haber un arma de fuego de por medio. Sensación de indefensión. Ganas de “plan B”. Emerge siempre la conmiseración de las redes, el “gracias a Dios que a ti no te pasó nada”. El miedo estimula el encierro. El encierro anula la calle, la hace más dura. Y el miedo persiste, en forma de arresto domiciliario, de serpentina de púas y cerco eléctrico. ¿Hasta cuándo?
La semana pasada publiqué El desarme… y una cosa lleva a la otra, y el fin de este segundo capítulo es reflexionar en voz alta, producir ideas que apunten específicamente al desarme, tomando en cuenta que tenemos por aprobación unánime en la Asamblea Nacional, desde junio de 2013, una Ley para el desarme y control de armas y municiones, y porque la enorme mayoría de homicidios son por armas de fuego. Su presencia es directamente proporcional al horror. Si hay menos armas, baja la letalidad. Menos letalidad implica menos miedo. Obviamente no es lo único por hacer. Propongo una tormenta de ideas que propicie una llovizna pertinaz de acciones.
En principio, propongo no contar ni escuchar un cuento más sin preguntarnos ¿qué hacemos? ¿cómo actuamos? no quedarnos en la rabia ni en la conmiseración. Por mínimas que parezcan, articular acciones con familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo. Allí donde pensemos que el esfuerzo será más efectivo. Tareas sencillas, que podamos sostener en el tiempo.
Tener un arma es asumir nuestro cuerpo, absolutamente individualizado, como frontera de lo seguro, cuando lo que debe ser seguro es la calle.
Hay que ir más allá de, e incluso desechar, aquellas fórmulas que no apuntan a resolver el problema, como encerrarse. Tener un arma es un riesgo mortal, una invitación a que te agredan y una tentación de creer que el problema de la seguridad lo podemos resolver nosotros. El problema es colectivo, sistémico, pero la responsabilidad es del Estado. Tener un arma es asumir nuestro cuerpo, absolutamente individualizado, como frontera de lo seguro, cuando lo que debe ser seguro es la calle.
No quedarnos callados, pero, en lugar de asumir las redes sociales como muro de lamentaciones, convirtámoslas en herramientas para convocar y hacer visible nuestro descontento en la calle (¡y luego multiplicarlo por esas redes!), planteando exigencias y propuestas al Estado, que tiene la responsabilidad del control de armas y municiones. ¿Cuáles son los protocolos de recogida y destrucción de esas armas? ¿cómo convertirnos en veedores de ese proceso? ¿cómo garantizar que las armas que se recojan sean destruidas, para que no recirculen?
Hay que generar oportunidades, para la equidad, para la vida. Hay que invitar a la calle, a vivir el espacio público. Hay que desarrollar estrategias desde la cultura y el deporte. Pero también hay que sacar las armas de nuestras calles. Destruirlas.
Algunas propuestas que podrían (deberían) entrecruzarnos:
- Con comunidades, organizaciones sociales, universidades y especialistas que trabajan el tema de la violencia, organizar un foro ¿cómo sumarnos activamente al desarme los que no tenemos armas? que se multiplique en muchos encuentros para la acción.
- Constituir amplios comités de veedores rotativos para hacer contraloría de recogida y destrucción de armas.
- Con vecinos, marcar espacios comunes (y zonas calientes) exigiendo a quien administra las políticas de Estado (gobiernos central, regionales y locales) Exigimos que esta calle sea #ZonaLibreDeArmas, reutilizando pendones y colgándolos en la calle.
- Construir mensajes por el desarme y llenar de hashtags la ciudad y las redes, unos ejemplos: #LasArmasNosDestruyen #DestruyamosLasArmas; #LasArmasAlFuego; #ArmaRecogidaArmaDestruida; #DesecharLasArmasPrepararseParaLasIlusiones; #NoPortoArmas #NoImportoArmas #NoSoportoLasArmas
- Una cruzada gráfica callejera para diseñadores (destruyamos las armas), que llame por todos los rincones de nuestras ciudades al desarme y exija al Estado la recogida y destrucción inmediata de las armas recogidas o incautadas.
- En escuelas públicas, con docentes y representantes, realizar talleres para desarmar, experiencias lúdicas que planteen el porte y uso de armas como un antivalor.
- Con arquitectos, diseñadores industriales y comunidades, utilizar el “urbanismo táctico” como estrategia de activación de lugares para crear espacios para armar y desarmar, una forma de estimular el encuentro y la convivencia.
- Con músicos, poetas, cuentacuentos y humoristas, una programación periódica y callejera de jammings, que inviten al desarme: La música, la poesía, los cuentos y el humor nos desarman.
- Promover entre artistas plásticos y grafiteros la realización de murales colectivos, que congreguen comunidades específicas a favor del desarme, dentro de un programa que podría llamarse: Desarma la calle, la vida llama.
Fuente: Contrapunto