En la segunda década del siglo XX, los sacerdotes de la Compañía de Jesús, recién llegados a Venezuela, fueron aliados incansables en la lucha contra una de las enfermedades que azotaban al país. Así lo reseña el historiador Carlos Rodríguez Souquet, a la luz de documentos de la época.
Por P. Carlos Rodríguez.
La letal pandemia que, entre 1918 y 1920, provocó la muerte de más de 50 millones de personas en todo el mundo ha pasado a la historia con el sobrenombre de gripe española y cuánto ha sido recordada en estos días que vivimos. Para luchar contra ella, en Caracas se constituyó una “Junta Central de Auxilios” presidida por el Arzobispo Rincón González y compuesta por hombres notables de la capital entre los que se encontraba el Dr. Luis Razetti, director técnico de La Junta, cuyas advertencias y prescripciones fueron seguidas en todo el país.
La misión de La Junta era hacer frente a las necesidades de los enfermos pobres. Por ello, impulsó la constitución de Juntas similares en otros Estados y parroquias para que se organizaran los servicios de socorro, se contrataran médicos, se proveyeran los automóviles necesarios para el reparto de medicamentos a domicilio, etc. Asimismo, se crearon cocinas populares para servicio de los necesitados y se fundaron cinco hospitales de emergencia para atender a los enfermos.
Lo cierto es que, en situación tan tremenda, el señor Arzobispo consigue en los recién llegados Padres Jesuitas unos compañeros incansables para hacer frente, como sacerdotes, a la peste que asola la ciudad capital. Por ejemplo, en una carta que escribe el Padre Ponciano Davalillo s.j. al Padre Joaquín Azpiarzu s.j., el 09 de noviembre de 1918, le cuenta sobre la experiencia que han vivido en el nombre del Señor. Entre otras cosas comenta que, “a los veinte días de haber comenzado el curso en el Seminario, se declara en Caracas una peste desoladora que han dado en llamar gripe española” ¹. Según el testimonio del Padre Davalillo s.j., en la ciudad empiezan a caer chicos y grandes. “El Seminario se convierte en un hospital y la ciudad en un campo de desolación y salen todos los días por cientos los cadáveres. Si esto continúa va a quedar diezmada la población” ².
Las palabras del testimonio del Padre Jesuita encarnan el desamparo que se vivía:
Yo tuve la ventaja de pasarla casi a los principios y, en cuanto me puse bueno, me dediqué a asistir a mis pobrecitos parroquianos de San José que caían y morían en la mayor miseria y abandono. He confesado a muchos y sigo aún confesando porque, aunque parece que va cediendo la peste, son muchos los que mueren cada día. Desde el día 26 de octubre hasta hoy 10 de noviembre, habrán muerto cerca de 2.000 sólo en Caracas. Los demás Padres han trabajado tanto y más que yo. El gran consuelo que experimenta uno es ver el agrado con que todos reciben al Padre³.
Por su parte, el Padre Miguel Montoya s.j. (uno de los tres primeros Jesuitas llegados a Caracas, en 1916) comenta la presencia mortífera de la pandemia al Padre Marcos Martínez s.j. en una carta fechada el 02 de diciembre de 1918. En su opinión, el tema común en la ciudad del Ávila no podía ser otro sino el flagelo que la azota y que “pésimamente, por supuesto, la llaman la influenza española” ⁴. El Padre Montoya se detiene sobre la cronología y algunos detalles de los acontecimientos, afirmando:
El 16 de octubre se registró el primer caso en la Ciudad. El día 17 eran tres los atacados en el Seminario Menor, nueve el 18, catorce el 19, veintiuno el 20 y, entre ellos, el Padre Arámburu. En el Mayor comenzó más tarde. Pero a excepción de uno del Menor y dos del Mayor todos caímos víctimas de la gripe. ¡Gracias a Dios, ninguno ha sucumbido! ⁵. El 21 de octubre se cerraron las clases del Menor y el 25 en el Mayor. El 28 se dio la orden de cerrar las Iglesias; de allí sacará Usted el estado en el cual se encuentra la ciudad. Se calcula que, entre el 27 de octubre y el 08 de noviembre, ha habido un 75% de apestados. Ahora bien, los malos momentos tienen la potestad de resaltar las bondades que ordinariamente pueden pasar desapercibidas.
Al respecto, el Padre Montoya continúa su misiva, comentando: “La actual peste ha manifestado muchas cosas. En primer lugar, la caridad venezolana” ⁶. El Gobierno, a juicio del Jesuita, habría dado unos 800 millones de bolívares, mientras que las donaciones de particulares habrían alcanzado 700 millones de bolívares para socorrer a los enfermos. Además, en segundo lugar, se ha visto la caridad personal. Por ejemplo, los estudiantes –afirma el Padre Montoya- formaron su “Cruz Roja” venezolana y acudieron a los sitios más apartados con remedios, alimentos, abrigos y muchas otras cosas. Por otra parte, un grupo de señoras se ha portado heroicamente acudiendo, sin temor al contagio, a lugares fétidos donde se reunían los enfermos⁷.
Un argumento de importancia se cuela entre las líneas de la carta del Padre Montoya, dejando saber la realidad de muchos caraqueños para 1918, así como la labor de los padres de la Compañía de Jesús:
En tercer lugar, se ha descubierto la gran miseria en que viven millares de caraqueños, en sitios que no se pueden llamar ni chozas, desprovistos de todo abrigo, de todo alimento, de toda higiene. Sin caridad activa, los muertos no serían –como se calcula— dos mil trescientos, sino que hubieran superado los veinte mil. Nuestros padres no se han quedado atrás en cuanto a los sacrificios hechos por los enfermos. El Padre Superior en el Rincón del Valle, el P. Díez Venero en el Valle, el P. Carmona en Catedral y Santa Rosalía, el P. López Davalillo en san José y un servidor en Altagracia. Hemos procurado atender a los enfermos como el buen nombre de nuestra Compañía lo exigía. Si de algo se nos puede tachar es quizás de haber ayudado demasiado a los párrocos en lo que más directamente les atañe: v gr. viáticos, matrimonios y entierros⁸.
Para aquellos momentos aciagos, en un breve informe, titulado “Venida de la Compañía de Jesús a Venezuela”, el padre Evaristo Ipiñazar s.j., Rector del Seminario y Superior de la Comunidad, recuerda la situación vivida de la manera siguiente:
En los meses de septiembre, octubre y noviembre de 1918, quiso el Señor visitarnos con una pavorosa pandemia y hubimos de cerrar el Seminario por unas semanas para consagrarnos de lleno a la asistencia urgentísima de tanta gente enferma y moribunda, y la bondad de Dios con nosotros fue tanta que, a pesar de andar entre tanto contagiado, apenas sufrimos una ligera indisposición. “Deo gratia”, por tanta misericordia⁹.
Así, pues, se comportaron los padres Jesuitas –apoyando al señor Arzobispo- en aquel momento de pandemia, fieles a la tradición de su Orden y como san Luis Gonzaga lo hubiera hecho en su momento.
*Investigador Instituto de Investigaciones Históricas UCAB.
Notas:
[1] Noticias de Venezuela incluidas en las Noticias de Castilla (1918). Cartas edificantes, p 87.
[2] Id.
[3] Id.
[4] Id. 89-90.
[5] Archivo Rectoría del Seminario Santa Rosa. Padre Evaristo Ipiñazar sj, “Venida de la Compañía de Jesús a Venezuela” (Caracas 1936). P2.
Fuente: https://elucabista.com/2020/05/13/eshistoria-el-arzobispo-los-padres-jesuitas-y-la-peste-de-1918/