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Efecto Sartre en Latinoamérica

Cortesía El País

Hace casi dos años, el activista en derechos humanos, Rafael Uzcátegui, escribió un ensayo sobre el debate que tuvieron Albert Camus y Jean Paul Sartre sobre la deriva autoritaria que había tomado la Unión Soviética, lo que llevó al primero a una condena al ostracismo por parte de una intelectualidad carente de ver la situación que ocurría dentro de ese sector de la izquierda

Por Rafael Curvelo

Aunque la definición del efecto Sartre podemos reducirlo a ese sector de la izquierda que no condena y prefiere guardar silencio ante los abusos de poder por parte de sus aliados; no es menos cierto que dicho síndrome también lo sufren aquellos que se identifican con la derecha, sobre todo cuando omiten las acciones abusivas de quienes están al frente de los países, pero se consideran contrarios a toda doctrina socialista.

Hasta con el tema histórico, vemos reflejado parte de ese efecto al buscar ignorar, de lado y lado, los abusos cometidos por los regímenes dictatoriales de distintas corrientes. Castro fue tan responsable de violaciones a los derechos humanos como lo fue Pinochet, pero eso es un tema que algunos prefieren omitir dependiendo del santo al que le rezan.

Actualmente, Cuba, Nicaragua y Venezuela tienen una entente que les sirve como una especie de resistencia ante los enemigos externos que pretenden sabotearle su proyecto político, cargado de un tinte totalitario. A este grupo, se le suman países como Argentina o México que, sin mojarse mucho, condenan ciertas acciones que le hacen a esas naciones, pero son incapaces de denunciar las constantes persecuciones y violaciones de derechos humanos. Ahora a este grupo se le suma Brasil, que con Lula da Silva al frente ha afirmado que el autoritarismo en Venezuela es una “narrativa construida”, a pesar de que invita a Nicolás Maduro a desmontar dicha narrativa; queda en evidencia un desliz por parte del presidente brasileño.

En el otro lado del espectro, pero sin mayor organicidad o alianza, tenemos a El Salvador o Paraguay; países con regímenes que han ido disminuyendo en los avances democráticos. Desde El Salvador, Nayib Bukele ha dado rienda suelta a un sistema de persecución, todo en nombre de la seguridad nacional, omitiendo las torturas y asesinatos cometidos dentro de los recintos carcelarios. En Paraguay, el régimen del Partido Colorado, ha sido tan hegemónico, que solo en una ocasión, entregó el poder a un adversario político; dejando un sistema, prácticamente, de partido único, donde la oposición se ha ido disminuyendo y los que están al frente del poder, tienen causas judiciales sin que se les condene.

Todo este panorama termina siendo condenado por aquellos contrarios a la ideología política, pero sin hacer lo mismo con los propios aliados; dejando esa tibieza o interés en defender el Estado de derecho a conveniencia. Analistas, políticos e influencers se comportan de esta manera. Terminan desarrollando el principio de el enemigo de mi enemigo es mi amigo; y cualquier rechazo con el que simpatizan es acusado de cómplice de algún lobby internacional.

La defensa y promoción de un sistema democrático justo, se ha transformado en la defensa del totalitario a conveniencia. Como Bukele condena a Maduro, yo no puedo condenar las acciones del presidente salvadoreño por ser aliado. Cuánta incapacidad tenemos para comprender que todo sistema que viole los derechos fundamentales de la ciudadanía merece nuestro completo estupor, venga de donde venga.

Son muy pocos los que han sido capaces, desde su espacio ideológico, condenar a aquellos que están en la misma acera. Gabriel Boric, presidente de Chile y conocido izquierdista, ha tenido fuertes palabras contra los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Sus más recientes declaraciones fueron en respuesta al presidente Lula da Silva, al considerar sobre el caso venezolano que: “La situación de los derechos humanos no es una construcción narrativa, es una realidad seria”; recibiendo el respaldo del Presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, contraparte de los dogmas de izquierda.

El reciente encuentro de los Presidentes suramericanos en Brasil, demostró que existen desavenencias a la hora de abordar temas que pueden considerarse escabrosos. El qué hacer y cómo tratar la situación de Venezuela puede ser compleja. Gustavo Petro busca una solución pacífica al conflicto interno venezolano, y Gobiernos como el paraguayo, que va hacia el relevo, han afirmado que retomarán las relaciones bilaterales con el Gobierno de Maduro, en palabras del presidente electo, Santiago Peña.

Lo que no debe pasar, ante una normalización de las relaciones de Venezuela con el resto del continente, es el olvido o Efecto Sartre, del resto de Gobiernos. En este caso pueden ser de izquierdas o derechas, que sufran el complejo, ante la búsqueda de una política más pragmática.

Muchas veces entramos en el debate dogmático de izquierda vs. derecha, cuando la verdad estamos en una disputa de democracia vs. autocracia. Sobre todo, cuando varios de los aliados, en otras partes del mundo, de las naciones más totalitarias del continente no son considerados de izquierda. Un ejemplo de esto es la Rusia de Putin o la Turquía de Erdogan, regímenes con una gran carga conservadora.

Una vez más la discusión se pone en el tintero, justo en un momento clave, cuando el continente entra en procesos de renovación gubernamental. Tanto el 2023 como el 2024 serán importantes para ver quiénes serán los líderes nacionales y cómo esto puede afectar el desarrollo de una política continental de cara al futuro.

Así como Albert Camus objetó una realidad en su momento, nos toca hacer lo mismo; sobre todo si abogamos por sistemas donde el hombre sea el centro del desarrollo, sin buscar justificar los abusos que se cometen por un bien mayor. El peor pecado es convertirnos en Jean Paul Sartre, guardar silencio, aún conscientes de que lo que pasa no es correcto.

La importancia de tener visión crítica se hace necesaria, cuestionarnos constantemente también; de esta forma podemos contribuir a evitar desmanes, pero, sobre todo, contribuimos a reflejar esas realidades que algunos no se atreven a mostrar.

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