Luis Ugalde
Al poder siempre le ha interesado que lo confundan con Dios. Quien dominaba desde la cúspide de la pirámide social y política de los incas, de los aztecas, de los faraones, de los emperadores japoneses… era el hijo del sol, el hijo de dios. Luis XIV se consideraba rey absoluto por derecho divino y Franco “caudillo por la gracia de Dios”. Los súbditos no podían cuestionarlos, sino aceptarlos con absoluta sumisión como representantes de Dios. En los sistemas ateos Stalin, Mao, Kim Il-sung y otros, eran dioses incuestionables. También nuestro régimen con su mesías ha querido venderse como la “revolución más cristiana” de la historia. Pero en el actual desbarajuste, caos, penuria y muerte, la gente se pregunta “dónde está Dios”.
La respuesta de Jesús no estaba en ningún mesianismo político, pero tampoco solo en el templo con sus innumerables leyes religiosas. Uno y otro son cuestionados por Jesús y su respuesta es clara cuando le preguntan dónde está el reino de Dios: Tú te encuentras con Dios cuando de verdad te compadeces del herido, das de comer al hambriento, de beber al sediento, liberas al injustamente preso, curas al enfermo, recibes al desterrado, te haces hermano del pobre y del excluido… Por el contrario quienes -religiosos o no- los rechacen, rechazan a Dios (Mateo 25,34 y Lucas 20,25…) Ahí no está Dios. Para que el contraste sea más claro, Jesús inventa la parábola del “buen samaritano” en la que unos bandoleros despojan y dejan medio muerto a un hombre y Jesús hace pasar ante él al sacerdote y al levita, muy religiosos pero que pasan de largo sin auxiliarlo, dejando en claro que el amor de Dios sin amor al prójimo es mentira y luego pasa un samaritano que, según los judíos, no conocían al verdadero Dios ni cumplían con la religión. Según Jesús, este samaritano, que se compadece y ayuda al herido, es el único que conoce a Dios y vive en él. En la parábola del Juicio final (Mateo 25) a los que ayudan a los prójimos que tienen hambre, sed, falta de salud, de libertad…, Jesús los proclama “benditos de mi Padre”. Algunos se muestran extrañados porque dicen que ellos nunca se vieron con Dios (no eran creyentes). La respuesta de Jesús es rotunda: “Les aseguro que lo que hayan hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, me lo hicieron a mi” (Mateo 25,40).
¿Dónde está Dios en Venezuela hoy? ¿Qué acciones de ciudadanos, de gobierno y de empresa lo hacen presente y actuante en Venezuela? Ciertamente no las que multiplica el hambre, la miseria y la opresión, ni el que siembra odio y muerte o se apropia de los bienes públicos… No estamos hablando de dar solamente una limosna, ni una bolsa de comida a los partidarios, sino de ir a las causas de la ruina económica y social, de cambiar la intolerancia política, reconciliarnos con los excluidos, para hacer juntos una sociedad libre, democrática y justa.
La primera carta de Juan ilumina y es contundente: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. Quien odia a su hermano es homicida y saben que ningún homicida posee la vida eterna. Hemos conocido lo que es el amor en aquel que dio la vida por nosotros” (1 Juan 3, 14-15). “Hijitos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad” (18). ¡Cuanta palabrería hueca en Venezuela y cuanta falsa invocación a Dios para bendecir acciones de muerte y de miseria! “Queridos -continúa Juan- amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios, todo el que ama es hijo de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, ya que Dios es amor” (4,7). “Queridos, si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nunca lo ha visto nadie; si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (4,11-12). “Nosotros amamos porque él nos amó antes. Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; porque si no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y el mandato que nos dio es que quien ama a Dios ame también a su hermano” (4, 19-21).
Hay política de muerte y política de vida, como hay economía de muerte y de vida. No basta que uno mismo proclame las maravillas de su gobierno, sino que este sea conocido por sus frutos, como dice Jesús. En Venezuela debemos dejar de manipular a Dios e ir a las obras que son de Dios, que están muy claras en el Evangelio. También para el que no es cristiano están claras. Venezuela necesita reconciliarse y ser capaz de unir todas las fuerzas, talentos, recursos para salir del actual estado de muerte, de división y de odio. En esa invitación está Dios.