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¿Dignidad infinita? ¿De verdad?

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Recuentos sobre la barbarie hay muchos, miles. Se han escrito tratados completos donde se documenta la brutalidad entre los hombres, guerras, masacres, asesinatos, genocidios, casi podríamos decir que sin estos hechos resulta imposible contar la historia de la humanidad.

Los seres humanos han mostrado y demostrado su capacidad de matar, de acabar con los demás, y no sólo de manera salvaje y primitiva, sino incluso de forma cruel y sistemática.

Y son precisamente esos testimonios del horror, los que nos llevan a hacernos la pregunta que da título a esta reflexión: ¿de verdad ¿Podemos hablar de la dignidad infinita del ser humano?

En un libro publicado por el periodista Nelson Rivera[1], el autor hace un estudio y compendio – acaso un inventario – de las experiencias totalitarias en buena parte del Mundo durante el siglo XX.

El resultado del estudio es verdaderamente patético en el sentido literal del término, es decir, capaz de conmovernos. En uno de los sucesos recogidos por Rivera, nos narra cómo una patrulla de feroces y salvajes macheteros hutsu, luego de varios días persiguiendo para matar a cualquier miembro de la tribu tutsi, encuentran a un hombre y su pequeño hijo (ambos tutsi) que intentaban huir y esconderse de sus verdugos. Los hombres resuelven matar a los dos pobres prisioneros, ¡total! para eso están patrullando. Le arrebatan al padre el niño de sus brazos, y entre súplicas y llantos de los dos condenados, primero obligan al pequeño a ver cuando le separan la cabeza a su padre con un tosco pero certero golpe de machete, luego le tocará el turno a la indefensa criatura.

Preguntas necesarias

Nos preguntamos ¿Gozan realmente de dignidad estos asesinos? Incluso podríamos llegar más allá y cuestionarnos ¿son verdaderamente seres humanos estos tipos tan despiadados?

Las mismas preguntas caben para todos aquellos hombres y mujeres que han perpetraron los oscuros capítulos de la historia de la Humanidad: Auschwitz, los Gulag, y tantos y tantos otros horrores.

La respuesta, tremendamente difícil de comprender, es precisa y categórica: Sí. Todos los seres humanos son seres dignos, incluso estos asesinos. Los delincuentes que han cometido las más atroces violaciones a los derechos humanos también deben ser considerados como personas y merecen el respeto de su dignidad, porque la dignidad de las personas es un bien absoluto y no se pierde así se haya cometido graves delitos.

¿Y por qué es posible esto? ¿Cómo se explica y en qué se justifica esta concepción?

Más allá de la etimología

Partamos del significado etimológico del término dignidad, proveniente del latín dignitas, cuya raíz es dignus, que significa “excelencia”, “grandeza”, donde cabe agregar que la dignidad que posee cada individuo es un valor intrínseco, puesto que no depende de factores externos.

A partir de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, así como de los dos Pactos de Naciones Unidas sobre los derechos civiles y políticos y los derechos económicos, sociales y culturales, en sus respectivos preámbulos se reconoce que la dignidad es inherente a todas las personas y constituye la base de los derechos fundamentales, por lo que se ha convertido en el valor básico que fundamenta la construcción de los derechos de la persona como sujeto libre y partícipe de una sociedad.

En el ámbito del Derecho, la dignidad humana no sólo significa superioridad de los seres humanos sobre los animales, sino que es y será un fundamento de la ética pública de la modernidad, siendo el prius de los valores políticos y jurídicos y de los principios y los derechos que se derivan de esos valores.

La dignidad humana es el principio guía del Estado – al menos del Estado Liberal como lo conocemos – dado que esta se nos presenta en dos sentidos, por un lado, el individuo queda libre de ofensas y humillaciones (sentido negativo), mientras que por el otro, le permite llevar a cabo el libre desarrollo de su propia personalidad y actuación (sentido positivo).

Hijos de Dios

Pero todas estas consideraciones sobre la dignidad del ser humano verdaderamente carecen de sustrato sin el fundamento principal: somos dignos porque todos somos hijos de Dios.

La dignidad de la persona humana está enraizada en su creación a imagen y semejanza de Dios, de allí que nosotros los seres humanos nos realicemos en nuestra vocación a la bienaventuranza divina. Por supuesto que le corresponde a cada quien llegar libremente a esta realización por sus actos deliberados.

Todos somos dignos

La persona humana se conforma – o no se conforma – con aspirar y avanzar al bien prometido por Dios y atestiguado por la conciencia moral. Los seres humanos nos edificamos a nosotros mismos y crecemos desde el interior haciendo de toda nuestra vida sensible y espiritual un material de crecimiento, o no. Cada quién decide. Pero más allá de eso, todos, ¡absolutamente todos! somos dignos.

En abril de 2024, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, publicó la Declaración “Dignitas infinita sobre la dignidad humana”. Cinco años duró la elaboración del texto, sin duda alguna debido a la seriedad y centralidad de la cuestión de la dignidad en el pensamiento cristiano[2].

Reza la declaración en su 1er numeral que “una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre. Este principio, plenamente reconocible incluso por la sola razón, fundamenta la primacía de la persona humana y la protección de sus derechos. La Iglesia, a la luz de la Revelación, reafirma y confirma absolutamente esta dignidad ontológica de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y redimida en Cristo Jesús. De esta verdad extrae las razones de su compromiso con los que son más débiles y menos capacitados, insistiendo siempre «sobre el primado de la persona humana y la defensa de su dignidad más allá de toda circunstancia»”[3].

Las trece plagas

De manera clara y corajuda – y además en coincidencia con el día de la Anunciación – el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, identifica y define las trece “plagas” que hacen indigno al ser humano: la pobreza, la guerra, el trabajo de los emigrantes, la trata de personas, los abusos sexuales, la violencia contra la mujer, el aborto, la maternidad subrogada, la eutanasia y el suicidio asistido, el descarte de los discapacitados, la teoría de género, el cambio de sexo, y la violencia digital.

En esas trece plagas se engloba todo cuanto atenta contra la vida, viola su integridad, irrespeta la libertad y la responsabilidad de la persona humana. Es decir, todo lo que nos deshumaniza.

A veces nos angustia y nos entristece evidenciar una suerte de empeño en los seres humanos por volvernos animales. A veces impresiona y decepciona escuchar gente inteligente calificar equivocadamente que lo instintivo, lo básico, lo salvaje, lo bajo, es lo propio de la especie humana… ¡Es que no se pudo contener porque es tan humano!… Pero es justamente lo contrario lo que nos hace humanos, es esa cualidad de «capax Dei» (capaz de Dios) de la que nos habla San Agustín, la que nos llama y conduce a ser mejores, a elevarnos, a hacernos virtuosos, a ser imagen de Dios.

A veces pareciera que se quiere imponer límites a la dignidad humana, convertirla en finita. ¡Pero no! Hay que decirlo y sostenerlo con fuerzas: la dignidad del ser humano es infinita, como infinito es el amor de Dios Padre hacia nosotros.

 

 

 

[1] El cíclope totalitario. Nelson Rivera. Debate, 2009.

2 Declaración “Dignitas infinita sobre la dignidad humana”. Dicasterio para la Doctrina de la Fe. 2024.

3 Declaración “Dignitas infinita sobre la dignidad humana”. Dicasterio para la Doctrina de la Fe. 2024.

 

 

 

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Luisa pernalete

Luisa Pernalete, educadora con cincuenta años de experiencia en Fe y Alegría, alerta sobre la crisis sin precedentes que atraviesa la educación venezolana. La renuncia masiva de docentes, la deserción escolar y los problemas de calidad educativa son algunos de los desafíos más urgentes. Sin embargo, en medio del “apagón educativo”, Pernalete encuentra luces de esperanza en las iniciativas de organizaciones civiles y en la perseverancia de los maestros que siguen en las aulas.

diciembre 3, 2024
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