Noel Álvarez
Me atrae profundamente rebuscar entre los sucesos del pasado, convencido como estoy de que, ellos influyen sobre el presente y también sobre el futuro. Este artículo sobre el exilio, nace de esa atracción, que toma forma cuando encuentro un estímulo adecuado. Si bien es cierto que está inspirado en una novela, se apoya transversalmente en una de mis principales fuentes de inspiración como lo son, las Sagradas Escrituras.
Me despertó la curiosidad lo que escribió Paulo Coelho, en su obra La Quinta Montaña: “Hay momentos en que las tribulaciones se presentan en nuestras vidas y no podemos evitarlas. Sólo cuando las hemos superado entendemos por qué estaban allí”. En esa obra, el protagonista es Elías, un joven profeta que consiguió llegar a Dios, luego de superar una serie de obstáculos y pruebas que desafiaron su confianza, fortaleza y en última instancia, hasta su fe.
A través de Elías, quien recibe de Dios la orden de marcharse de Israel, el autor brinda al lector un recital de esperanza, a la vez que lo induce a reflexionar sobre la influencia que tiene cada persona sobre su propio destino. Esta es una lección bíblica magistral sobre el sentido del sufrimiento, reflejada en el exilio babilónico, que puede servir de espejo para la actual crisis vivencial de millones de venezolanos.
Tras la muerte de Salomón su reino fue dividido en dos: al sur, el Reino de Judá, formado por las tribus de Judá y Benjamín, con capital en Jerusalén, lo que en tiempos de Jesús era Judea. Al norte, el Reino de Israel, formado por el resto de las tribus, tenía como capital Siquén y se asentaba en los territorios que luego serían Samaria y Galilea. Con el tiempo ambos reinos cayeron en la idolatría y Dios decidió reprenderlos por abandonar el camino de la fe verdadera.
En torno al año 722 a.C., los asirios del rey Sargón conquistaron el reino de Israel y los hebreos del norte fueron deportados a Asiria. El reino de Judá aguantó 135 años más, pero finalmente cayó en manos de los babilonios y también fueron deportados. Ya todo el Pueblo Elegido, norte y sur, estaba en el exilio. Al respecto, un investigador bíblico señala que, “si hay dos tipos de exilios diferentes, también debe haber una forma de reacción para cada caso: una de ellas lleva a la destrucción y la otra a la redención”.
Los exiliados de Israel en Asiria, hoy Mosul en Irak, cayeron en la desesperación, la alienación y por tanto en la pérdida de identidad. Ante la ausencia del Dios que los definía como pueblo, se sintieron abandonados e incluso traicionados y acabaron por asimilarse a las poblaciones en las que habían sido asignados. Estas tribus que formaban el reino de Israel desaparecieron de la historia. Por el contrario, los exiliados de Judá en Babilonia, tras la desesperación inicial, terminaron por encontrar un sentido a lo ocurrido. Ellos consideraron que su situación era un justo castigo por la idolatría en la que habían incurrido y que su exilio, lejos de ser el final de Judá, era un período de purificación.
Para apoyar al pueblo de Judá surgieron los profetas que lo animaron y le dieron sentido a su dolor. Ellos le prometieron el fin de sus tribulaciones y reforzaron las creencias en un futuro Mesías Salvador. Estas esperanzas, y el hecho de encontrar sentido a su situación, hicieron que no se sintieran abandonados por Dios, sino en sus manos. Con este nuevo vigor, los exiliados de Judá, incrementaron aún más su fe en Dios.
El ejemplo del Reino de Judá nos demuestra que cuando somos capaces de ver nuestra historia individual y colectiva como parte de un plan trazado por Dios, nos revestimos con energía, esperanza y fe para seguir adelante. Por el contrario, cuando dejamos nuestra historia vacía de significado, todo nos parece un sinsentido, lo cual nos lleva a perder la confianza en Dios, en la vida y hasta en nosotros mismos y allí caemos en la desesperación que es la progenitora directa del vacío existencial.
Concluyo este artículo citando un pensamiento del mismo autor de La Quinta Montaña, quien dijo: “Todas las batallas en la vida sirven para enseñarte algo, incluso aquellas que pierdas, porque cuando crezcas, descubrirás que ya defendiste mentiras, te engañaste a ti mismo o sufriste por tonterías. Si eres un buen guerrero, no te culparás por ello, pero tampoco dejarás que tus errores se repitan”.