Alfredo Infante sj
Hoy los cristianos católicos celebramos La misericordia del Señor. Celebrar la misericordia del Señor, es celebrar que Dios NO aparta su rostro de nosotros pese a nuestras miserias. La misericordia pasa por el dolor e indignación de Dios ante nuestras miserias, pero no se queda allí, es la apuesta amorosa y definitiva de Dios por nuestra salvación. El Corazón misericordioso del Señor está poblado de dolor, indignación y apuesta salvífica por toda la humanidad. Hoy Cristo se duele profundamente al contemplar las trágicas consecuencias de nuestras miserias: el hambre, la violencia, el deterioro de nuestra convivencia, el fratricidio al que nos vamos deslizando progresivamente como pueblo; el saldo de víctimas de esta semana son clavos que atraviesan el corazón de Cristo. Como decía el poeta Cesar Vallejo “Dios ama tanto, que a Dios debe dolerle el corazón”. Pero la misericordia pasa también por la indignación, el misericordioso se indigna ante el poder despótico que gobierna no desde el amor y el respeto por la vida sino desde sus bajas pasiones, desde sus miserias, plagando de injusticia y miseria a nuestro país. Para ambos, para la víctima con dolor y para el victimario con indignación, el misericordioso abre su corazón ofreciendo la salvación. Iluminando la conciencia. Al oprimido viene a mostrarle las llagas del costado y las manos para decirle que el crucificado es el resucitado. Que el sufrimiento y la muerte no son definitivos, que en el vencemos todos, que una vida nueva es posible. Por eso, el resucitado saluda ” paz con ustedes”. Y, ese saludo, acompañado por las marcas de la cruz libera a los discípulos del dolor paralizante, del miedo al poderoso que encierra y desmoviliza y, seguidamente, le confiere la misión ” como mi padre me ha enviado, así les envió yo”. Liberación y envío a construir la fraternidad y por ello, sopla sobre nosotros su espíritu que transfigura nuestras miserias y nos hace más humano. Y, este envío no es para condenar sino para salvar a aquellos que están atrapados en el círculo miserable del poder que excluye y niega a las mayorías el derecho a una vida digna. Por eso, les envía a convertir, perdonar y reconciliar. Así, pues, que todas nuestras miserias como pueblo (las del pueblo oprimido y la de los opresores) sean transfiguradas hoy en el corazón de Cristo y, nos abra el camino para la paz y la reconciliación.