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Desvalorización de la política

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Jesús María Aguirre

Los dos libros respectivos del P. Luis Ugalde y del Profesor Eugenio Tricás, “Elogio de la política” y “Dignidad de la política”, aparecidos el año pasado, eran sintomáticos de la degradación del ejercicio político y de su vacuidad, debido a las corruptelas de los actores o al vaciamiento institucional, producido por el actual régimen. El estudio de Di Giácomo sobre Habermas, apuntaba aún más alto, buscando la piedra filosofal de la política. Pero, de poco sirve idealizar su ejercicio como el más sublime o como la forma más eminente de la caridad o de la civilidad, si no se observan la crisis de las democracias representativas y el auge de los populismos, que tratan de compensar por antítesis la degradación moral de los políticos y el vacío de líderes con aura carismática.

La tesis de Lipovetsky, expuesta en una entrevista reciente, nos aclara el clima europeo, aunque no falten los resabios populistas del pasado, para decirnos que la política se está reduciendo a un juego de componendas:

“La política ya no puede alumbrar el sentido de la vida. Pero eso no significa que no haya interés (…) Ya no quedan ideologías globales. La vida política se ha reducido a una especie de gestión con todos sus intereses y sus elecciones. Hoy se considera una profesión, no hay estadistas” (Lipovetsky 2017).

Pero, evidentemente, el venezolano Axel Capriles, acucioso observador de la psicosociología venezolana, y de las habilidades de tío tigre y tío conejo, acierta más en el núcleo perverso de nuestras prácticas políticas en la confrontación actual:

“La polarización política como método de control convirtió la lucha por los principios políticos en una pugna de identidades, emociones de pertenencia y proyecciones colectivas, en una fuente insondable de resentimiento donde las categorías políticas perdieron todo sentido” (Axel Capriles 2017).

Puestas así las tendencias predominantes de nuestro mapa político vigente, desatadas las fuerzas primitivas de la confrontación, la pragmática universal de Habermas, nos luce si no idealista, bastante ilusa, útil para enriquecer el ejercicio académico, pero deficitario para afrontar la barbarie actual.

Entre los ecos seráficos de los representantes del diálogo de la cúpula vaticana y los berridos de los colectivos fanatizados, todavía hay mucho trecho civilizatorio.

 

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