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Después de mí el diluvio

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Mercedes Pulido

Es fehaciente que la destrucción de la institucionalidad del país pretendía ser sustituida por  nuevas instituciones que sustentaran el modelo controlador centralista de la sociedad. Por lo pronto se asumió que barrio adentro sustituiría la red de ambulatorios y hospitales, los alimentos serían producidos por los fondos zamoranos, y los municipios por la red de consejos comunales formarían el nuevo tejido social. En materia de seguridad además de los cuerpos policiales fragmentados no se sabe bien, si los colectivos y las bandas tendrían el nuevo rol de seguridad y control ciudadano. Sería la emergencia del “Nuevo ciudadano”.

Impacta en esta realidad que se suponía controlada,  la movilización de amplios ciudadanos clamando un cambio y  la búsqueda de estabilidad y confianza hacia una gobernabilidad que dirija, proteja y sobretodo actúe incorporando la diversidad de necesidades y aspiraciones, especialmente cuando el país clama por un cambio sin conflicto. Por ello se plantea la vía de los acuerdos para el entendimiento ya que se percibe con claridad que ningún grupo se puede imponer a otro si se busca la inclusión de las diferencias.

En la historia hay evidencias que cuando se pretende imponerse a cualquier costo se destruye el país. ¿Será que somos prisioneros de la máxima radicalidad?

En los procesos de terrorismo no se negocia  porque se está dispuesto a morir, rompiendo con todo lo que pueda diferenciar.

Entonces  ¿cómo se llega a un proceso de negociación?  Más importante que las diferencias,   es imprescindible que ambas partes coincidan en reconocer  la gravedad de lo que está en juego  y que el peligro sobrepasa los actores individuales y la poca institucionalidad sobreviviente. Un caso reciente lo ha sido  Irlanda después de 400 años.

Ahora bien, pareciera que nosotros con la prepotencia de mantener el poder no vamos a llegar a una negociación, esto sería iniciar  un acuerdo mínimo de convivencia. Porque a una parte no le parece posible hablar del país, sino solo a partir de su visión y con sus reglas preestablecidas y ello conlleva que consideran preferible arrasar, tal como se le atribuye a Luis XV ante las dificultades y malestar indetenible  afirmar “después de mi el diluvio”,  convirtiendo el país en un búnker o un desierto y así fue…. Estaremos presos de los radicales cuando ellos pretenden imponerse como autoridad moral y con desparpajo imponer dogmática y sectariamente su verdad. Tal y como lo observamos en la manipulación de reglas ante la convocatoria de un referéndum revocatorio, en donde no son las normas sino la astucia lo que permite seguir adelante.

El chavismo asume que no hay discusión posible porque sin el Proyecto Revolucionario como fin prioritario simplemente no vale la pena hablar del futuro de Venezuela. Pero la otra cara de la moneda también tiene  sus extremos, cualquier opción en donde no vayan presos  todos los contrarios no es sino un acto de cobardía y de entrega.

De allí aun cuando desespera el no poder  percibir talante democrático en la aceptación de la conflictividad y su  superación lo que se exige es erosión de los disfraces de institucionalidad. Símil al 6 de diciembre cuya jornada expresó un sentir nacional, y la reciente movilización que ratificó inesperadamente ese compromiso, no  hay vuelta atrás, sino caminar hasta llegar un mínimo de entendimiento. Porque aquí también está claro que muy pocos gobiernos han estado dispuestos a sacrificar el país por obtener y mantenerse en el poder, y de paso tampoco lo retienen.

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