Jesús Chuo Torrealba
Nunca un gobierno que valiera tan poco le ha salido tan caro a un pueblo. No hay aquí “ideología” o “revolución” en juego. Esta es en realidad una situación de rehenes: Un grupo que durante más de una década robó un millón de millones de dólares fue descubierto y le llegó la hora de entregar cuentas, y -ya acorralados por el pueblo democrático venezolano y por la Comunidad Internacional- su último recurso es tener secuestrado a todo un país, y cada hora asesinan a un rehén para evidenciar su desesperada renuencia a entregar el poder, es decir, a desprenderse del botín. Así, ya van casi 40 venezolanos asesinados en poco más de un mes de protestas.
Del “Plan Zamora” al Plan Herodes
El dolor que el régimen le ha producido a la nación venezolana es intolerable. La agresión perpetrada desde el poder contra la gente (manifestantes, comunidades, casas de familia, transeúntes) es inaceptable. El uso letal de armas no letales por parte de cuerpos de seguridad (bombas lacrimógenas disparadas en horizontal directamente al cuerpo de los manifestantes, o perdigones disparados a quemarropa al rostro y tórax de ciudadanos desarmados), así como la actuación impune de grupos armados paramilitares y parapoliciales oficialistas, que ya no sólo hostigan o agreden manifestantes sino que -usando armas de fuego de variado calibre- los asaltan, roban, vejan y detienen, además de invadir conjuntos residenciales y destruir vehículos y propiedades, no puede recibir otro calificativo que terrorismo.
La inmensa mayoría de los caídos son jóvenes, algunos casi niños. Víctimas de 14 años (Brian David Principal, asesinado de balazo en el abdomen en Barquisimeto el 11 de abril); de 17 años (Armando Cañizales, integrante del Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles y a punto de ingresar a estudiar medicina en la UCV, asesinado en Las Mercedes, Caracas, con tiro de perdigón en el cuello el 3 de mayo); de 20 años (Juan Pablo Pernalete, estudiante de la Universidad Metropolitana y deportista, asesinado por impacto de bomba lacrimógena en el pecho en los alrededores de la Plaza Altamira, Caracas, el pasado 26 de abril), y hasta una bebé de apenas dos meses de nacida (Ana Pérez, 4 de mayo, Sala de Pediatría del Hospital Enrique Tejera, Valencia) que perdió la vida al ser afectada por los gases lacrimógenos lanzados por la Guardia Nacional en las cercanías del centro hospitalario, se cuentan entre otras casi cuatro decenas de víctimas fatales con edades que revelan que el Plan Zamora podría haberse llamado “Plan Herodes”, por su ensañamiento contra la juventud y la niñez venezolana.
El usurpador
Madres venezolanas lloraban a sus hijos muertos mientras Maduro bailaba en televisión. Ese 3 de mayo la cabeza del régimen celebraba nada más y nada menos que haber perpetrado su más reciente -y probablemente última- usurpación. “Usurpar” es, según el diccionario de la Real Academia Española, “apoderarse de una propiedad o de un derecho que legítimamente pertenece a otro, por lo general con violencia… Arrogarse la dignidad, empleo u oficio de otro, y usarlos como si fueran propios”. El individuo que llegó como llegó a la presidencia de la república diciendo que era “hijo de Chávez”, ese día emitió un decreto convocando él a una Asamblea Nacional Constituyente que -de acuerdo al artículo 347 de nuestra Carta Magna- sólo puede ser convocada por el pueblo. Ese mismo día, al reprimir una marcha pacífica de la oposición, los cuerpos de seguridad y los grupos paramilitares oficialistas generaron 363 heridos y un asesinado.
Desde ese día la situación en nuestro país, que ya era crítica, lo es más aun. No estamos ya en presencia de un gobierno minoritario que trata desesperadamente de evadir elecciones, ganando tiempo para que un hecho fortuito, como un alza inesperada de los precios del petróleo, le permitiera eventualmente cambiar a su favor la ecuación política. Eso era una costosa estupidez, pero lo que se pretende ahora es un crimen: Se quiere usurpar el derecho del pueblo a convocar una Constituyente para disfrazar con ese nombre una estafa, que consiste en rediseñar al Estado para que un grupo minoritario pueda ejercer el poder a pesar y en contra del pueblo, valido sólo del poder de la burocracia y de las armas. De la “democracia participativa y protagónica” solo queda esa burla sangrienta: Una constituyente corporativa, sectorial, es decir, congruente con el ideal fascista del Estado Corporativo según Benito Mussolini.
El reencuentro posible
De Ceresole a Mussolini pasando por Maduro la distancia es corta pero fatal: En efecto, pasar de la ecuación ceresoliana de “Caudillo-Ejército-Pueblo” a la aberración maduro-cabellista de “Pranato-Ejército-Víctimas” no es sostenible. Al menos no sin que se produzcan varias profundas fracturas en la base de apoyo del régimen: Las declaraciones de altos funcionarios y ex funcionarios del régimen, como la Fiscal General de la República, el Mayor General Rodríguez Torres y el también Mayor General Clíver Alcalá Cordones, de los ex ministros de Chávez Héctor Navarro y Víctor Álvarez, y aun de ciudadanos que por diversos motivos han estado en la “periferia” del oficialismo, como el hijo de Tarek Willian Saab, el cantante Servando Primera o el director de orquesta Gustavo Dudamel, son reveladoras de la progresiva y acelerada descomposición de la base de apoyo de la dictadura.
Pero como bien dijo el primer vicepresidente de la Asamblea Nacional, el Diputado Freddy Guevara, no basta con que muchos abandonen al usurpador. Es indispensable además que todo aquel que rompa con la cúpula del régimen sea recibido con respeto y consideración por el pueblo democrático venezolano. Esta no es hora de reavivar pasados desencuentros, por graves que hayan podido ser. Esta es la hora de la unidad nacional contra la dictadura. El que las personas que disienten del madurismo insistan en reivindicar su condición de “chavistas” no empequeñece su gesto. Al contrario, lo perfila con nitidez, porque evidencia que los que rompen con el régimen no están “brincando talanqueras” sino que, desde sus convicciones y banderas, rechazan a la cúpula que uso como pretexto un proyecto político para echarse en los brazos de la corrupción y el autoritarismo. Ese es el reencuentro posible.
La victoria necesaria
Que la calle no calle, que se agrande y profundice, que evolucione. Alcanzar la victoria necesaria exige mantener la resistencia pacífica y hacerla permanente. Para que sea permanente tenemos que hacerla sostenible. Para hacerla sostenible el discurso de los demócratas debe destacar más la angustia económica y el malestar social de las mayorías, y el diseño de las protestas debe hacer posible la incorporación de los sectores populares. Hay que seguir respaldando la Unidad Política, y activar la Unidad Social. Lo que se está haciendo se está haciendo bien. Alcanzar la victoria exige seguir mejorando.
Ese es camino para honrar a los caídos y rescatar a Venezuela ¡Palante!