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De las nuevas cosas nuevas

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Las cosas que eran nuevas en 1891 no son, no pueden – obviamente – seguir siendo, las mismas cosas nuevas en 2025. Pero en cambio, los verdaderos problemas de fondo, esos sí siguen siendo los mismos y es precisamente a ello a lo que atiende – o al menos pretende atender – la Doctrina Social de la Iglesia.

Cuando la Iglesia Católica habla de doctrina social, no tiene la pretensión de presentar un dogma ideológico de aplicación obligatoria desde el Estado. No tiene, pues, nada que ver con una agenda económica o política, ni es un “sistema” alternativo, ni tampoco es una propuesta técnica para solucionar los problemas prácticos. Mucho menos es una utopía, en el sentido de un proyecto social imposible de alcanzar, ni una doctrina estática y fijada.[1]

La Doctrina Social de la Iglesia “es una guía para los católicos y para cualquier persona de buena voluntad más allá de su fe, si la tiene, pero no es una receta para organizar la sociedad o gobernarla. Nada tiene que ver, tampoco con visiones clericales del gobierno civil, o leyes religiosas para regir la vida política, a la usanza de ciertas visiones desde el islam. Como doctrina, expresa principios y valores. Los principios marcan una orientación moral y constituyen una unidad por su conexión y articulación. Y los valores reflejan el aprecio a los aspectos de bien moral perseguidos por los principios.”[2] 

Es dentro de esta misma comprensión, que el papa León XIV, al reunirse por primera vez con la Fundación Centesimus Annus nos plantea que, para la Doctrina Social, lo importante no son los problemas -acaso ni siquiera las respuestas a ellos- sino el modo en que los afrontamos, con criterios de evaluación y principios éticos, y con apertura a la gracia de Dios[3]. En esto radica la pertinencia, la conveniencia y la audacia de la Doctrina Social de la Iglesia.

Cuando a finales del siglo XIX, León XIII publica la encíclica Rerum Novarum (De las cosas nuevas), abre la puerta y marca la pauta de los siguientes pontificados – y de la Iglesia toda – como un hecho determinante en el catolicismo contemporáneo.

La Rerum Novarum – y con ella toda la Doctrina Social de la Iglesia – surge como propuesta ante un mundo en cambios radicales, desde lo sociopolítico hasta lo científico-técnico, que presentaba nuevas concepciones de autoridad, esperanzas de nuevas libertades, pero sobre todo evidentes e inminentes peligros de nuevas injusticias y esclavitudes.

¿Podría parecernos aquel escenario de finales del siglo XIX muy diferente a este del siglo XXI?

Pues no. El papa León XIV haciéndose de un término propio de Francisco (policrisis), describe de manera breve pero demoledoramente precisa la coyuntura que vivimos hoy en este momento donde convergen guerras, cambios climáticos, crecientes desigualdades, migraciones forzadas y conflictivas, pobreza estigmatizada, innovaciones tecnológicas disruptivas, precariedad del trabajo y de los derechos[4].

Nos dice León XIV: “Tenemos aquí un aspecto fundamental para la construcción de la «cultura del encuentro» a través del diálogo y la amistad social. Para la sensibilidad de muchos de nuestros contemporáneos, las palabras «diálogo» y «doctrina» suenan opuestas, incompatibles. Quizás cuando escuchamos la palabra «doctrina» nos viene a la mente la definición clásica: un conjunto de ideas propias de una religión. Y con esta definición nos sentimos poco libres para reflexionar, cuestionar o buscar nuevas alternativas”[5].

El acercamiento, el diálogo, la cultura del encuentro. Sin duda alguna queda manifiestamente clara cuál es la postura que la Iglesia propone y espera del cristiano – del católico en particular – en el siglo XXI. ¡Vaya reto!

Pero lo decíamos al principio, las cosas nuevas de 1891 no son las cosas nuevas de 2025.

Durante el siglo XX, gracias a la Doctrina Social de la Iglesia se obtuvo logros importantísimos que definieron el devenir de la civilización mundial contemporánea como lo fue la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y junto con ello, la lucha y el desarrollo de la concepción actual de los derechos humanos. La inculturación, difusión e incorporación de los principios fundamentales de esta doctrina (dignidad de la persona humana, el bien común, la solidaridad y la subsidiaridad) en el discurso social y político mundial. La promoción de la democracia como sistema de gobierno ha sido también un logro de la Doctrina Social de la Iglesia en el siglo XX; y por supuesto, el apoyo a diversas iniciativas de desarrollo social para la atención de la pobreza y el impulso de la paz mundial.

Hoy, en el siglo XXI, es el avance de la tecnología lo que se nos presenta como una realidad que con asombrosa y vertiginosa velocidad va definiendo una nueva forma de entender las relaciones sociales lato sensu.

Es justamente allí donde la Doctrina Social de la Iglesia se yergue como un referente fundamental en el proceso de diálogo y reflexión indispensable para que la tecnología verdaderamente traiga a la humanidad mayores beneficios y menores problemas.

Recientemente, el 28 de enero de 2025 día de la fiesta de Santo Tomás de Aquino, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe y del Dicasterio para la Cultura y la Educación, publicó un documento titulado Antiqua et Nova (Antiguo y Nuevo) en el cual se aborda precisamente el tema de cómo la fe católica puede dialogar con los desafíos contemporáneos ante el avance actual de la tecnología.

Y ¿cuáles son esos verdaderos problemas de fondo de los que la Doctrina Social de la Iglesia se ocupa en su esencia? De manera clara y precisa nos lo plantea el documento Antiqua et Nova: “Por ello, la Iglesia se opone especialmente a aquellas aplicaciones que atentan contra la santidad de la vida o la dignidad de la persona. Como cualquier otra empresa humana, el desarrollo tecnológico debe estar al servicio del individuo y contribuir a los esfuerzos para lograr «más justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales», que «vale más que los progresos técnicos». La preocupación por las implicaciones éticas del desarrollo tecnológico es compartida no sólo en el seno de la Iglesia, sino también por científicos, estudiosos de la tecnología y asociaciones profesionales, que reclaman cada vez más una reflexión ética para orientar ese progreso de manera responsable”[6]. Y continúa el documento: “Entre una máquina y un ser humano, sólo este último es verdaderamente un agente moral, es decir, un sujeto moralmente responsable que ejerce su libertad en sus decisiones y acepta las consecuencias de las mismas; sólo el ser humano está en relación con la verdad y el bien, guiado por la conciencia moral que le llama a «amar y practicar el bien y que debe evitar el mal», certificando «la autoridad de la verdad con referencia al Bien supremo por el cual la persona humana se siente atraída»; sólo el ser humano puede ser lo suficientemente consciente de sí mismo como para escuchar y seguir la voz de la conciencia, discerniendo con prudencia y buscando el bien posible en cada situación”[7].

Concluimos nosotros con lo que, de manera hermosamente planteada, termina el documento Antiqua et Nova: “Porque «lo que mide la perfección de las personas es su grado de caridad, no la cantidad de datos y conocimientos que acumulen», el modo como se utilice la IA «para incluir a los últimos, es decir, a los hermanos y las hermanas más débiles y necesitados, es la medida que revela nuestra humanidad». Esta sabiduría puede iluminar y guiar un uso de dicha tecnología centrado en el ser humano, que como tal puede ayudar a promover el bien común, a cuidar de la «casa común», a avanzar en la búsqueda de la verdad, apoyar el desarrollo humano integral, favorecer la solidaridad y la fraternidad humana, para luego conducir a la humanidad a su fin último: la comunión feliz y plena con Dios.

En la perspectiva de la sabiduría, los creyentes podrán actuar como agentes responsables capaces de utilizar esta tecnología para promover una visión auténtica de la persona humana y de la sociedad, a partir de una comprensión del progreso tecnológico como parte del plan de Dios para la creación: una actividad que la humanidad está llamada a ordenar hacia el Misterio Pascual de Jesucristo, en la constante búsqueda de la Verdad y del Bien”[8].

Huelgan más comentarios.

 

Referencias

 

[1] A tales efectos vale la pena revisar la obra de María García de Fleury titulada LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA PARA EL TERCER MILENIO. 2004. Editorial Tercer Milenium, C.A.

[2] LIBERTAD CONCIENCIA Y PRÁCTICA. Ramón Guillermo Aveledo. 2009. Fondo Editorial para la Libertad

[3] DISCURSO DEL SANTO PADRE LEÓN XIV A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN CENTESIMUS ANNUS PRO PONTIFICE. 17 de mayo de 2025

[4] DISCURSO DEL SANTO PADRE LEÓN XIV A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN CENTESIMUS ANNUS PRO PONTIFICE. 17 de mayo de 2025

[5] Ibídem

[6] Antiqua et Nova. #38

[7] Antiqua et Nova. #39

[8] Antiqua et Nova. #116 y 117.

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