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Cultura y democratización

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Les presentamos el tercer artículo del seriado “Economía, Cultura y Democracia”, una propuesta de Ángel Alvarado (@AngelAlvaradoR) para la revista SIC

Se acerca el mundial Catar 2022 y, antes de hacer las quinielas, les recomiendo revisar la historia. Los jugadores de fútbol profesional procedentes de países que han experimentado guerras civiles tienden a comportarse con mayor violencia en el campo de juego que sus compañeros de otros países. La lesión de un jugador clave en primera ronda puede ser muy costosa en la fase final del mundial.

Para los que amamos el fútbol resulta claro que hay países que son bastante violentos en el terreno de juego, y aunque las reglas del fútbol son universales, en el campo de juego cada país tiene su peculiaridad, y ante las mismas normas o marco institucional de la FIFA no todos se comportan de la misma manera.

Estos comportamientos diferentes ante el mismo marco institucional no solo ocurren en los campos de juego. Los diplomáticos acreditados en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuyos países tienen mayores niveles de corrupción, tienden a cometer más infracciones de tránsito en la ciudad de Nueva York que los demás. Sometidos al mismo marco institucional, los resultados varían. Las instituciones son definitivamente muy importantes, pero no son definitivas, y en esta dimensión la cultura juega un papel fundamental también.

La cultura de la confianza

En los últimos 15 años, hemos visto un incremento en la literatura relacionada con la cultura y su impacto en las instituciones y el desarrollo. Hasta hace poco los economistas se abstuvieron de analizar los temas culturales en sus modelos; sin embargo, la diferencias en las creencia y valores acerca del trabajo, el ahorro, el esfuerzo, la innovación, el comercio, el rol de la mujer, la apertura a los extranjeros tiene un gran impacto hoy en las instituciones y el marco legal.

Recientemente la base de datos del World Values Survey ha hecho posible examinar las diferencias culturales y las creencias que existen entre países, el conjunto de valores y creencias que la gente tiene acerca de cómo el mundo funciona y las normas de comportamiento que se derivan de ese conjunto de valores.

Los hallazgos más conocidos relacionados con la cultura tienen que ver con la confianza y su impacto en el ingreso y la democracia. La confianza es la creencia de que los individuos no van a actuar de manera oportunista aprovechándose de los demás. La confianza implica buena fe, honestidad en el comportamiento, cumplimiento de la palabra dada y respeto a las normas. La confianza permite dejar el comportamiento oportunista de hoy, para pensar en las oportunidades que la innovación puede brindar en el futuro. La confianza opera también a través de la cooperación, la participación política activa y la moralidad

La cultura se transmite de padres a hijos (transmisión vertical) o a través de pares (transmisión horizontal), dominando la primera sobre la segunda, haciendo que esta tenga una fuerte persistencia. La cultura cambia lentamente en el tiempo, en comparación con las instituciones políticas que a veces pueden cambiar rápidamente.

El colectivismo

Un trabajo pionero en este sentido es el de Avner Grief, quien muestra los efectos de las actitudes individualistas de los mercaderes genoveses, y de las actitudes colectivistas de los mercaderes magrebíes sobre el comercio medieval en el mediterráneo. Los genoveses crearon un gran mercado de bienes y servicios que generó un gran desarrollo. Mientras que los mercaderes magrebíes mantuvieron una cultura colectivista que castigaba al oportunista a través del rechazo o exclusión del grupo.

El canon 1091 del derecho canónico impide el matrimonio entre primos hermanos. Esta disposición, junto a otras relacionadas, impidió el desarrollo de clanes familiares en el medioevo europeo al estilo de los clanes musulmanes del norte de África. Sobre los clanes familiares se estructuraban empresas mercantiles relacionadas con el comercio de largas distancias como los del norte de África.

Los genoveses por el contrario debieron desarrollar el derecho mercantil en vez de clanes familiares para castigar las prácticas oportunistas de su gremio, desarrollando instituciones impersonales y una cultura más individualista. Esto tuvo un gran impacto sobre el cumplimiento de los contratos, la estratificación social, los lazos familiares, la libertad del comercio y su impacto sobre la confianza interpersonal.

El colectivismo-individualismo es una dimensión cultural que describe una serie de valores culturales que reflejan la subordinación del individuo al grupo, así como la dependencia del grupo para subsistir y acceder a una red de seguridad social. El colectivismo enfatiza la lealtad y la conformidad con el grupo, el clan o la tribu; mientras que el individualismo parte de la base de que todos los individuos son ciudadanos con iguales derechos y responsabilidades. Existe una fuerte relación negativa entre el colectivismo, la innovación, la democratización y los niveles de ingreso.

La diferencia entre países del este y oeste de Europa en niveles de ingreso ha sido una cuestión largamente estudiada, los primeros son países comúnmente descritos como “culturalmente colectivistas”: el grupo por encima del individuo, el conformismo, la obediencia como norma grupal y la lealtad al grupo al que se pertenece. Entretanto, los países occidentales son descritos como “individualistas”: se enfatiza la autonomía, el logro individual y las diferencias entre los individuos. Los países más individualistas son más propensos a crear nuevas tecnologías, son más innovadores; mientras que los colectivistas tienen dificultades para desafiar las ideas existentes.

El colectivismo parece ser más acentuado en los países donde existían sistema de riego y no era posible regar con las lluvias; o donde prevalecían las enfermedades tropicales. En el primer caso, el campesino se veía fuertemente controlado por los demás para regar sus cultivos, desarrollando una cultura donde era mejor no expresar las ideas, la conveniencia de adaptarse al grupo y actuar en todo como los demás. En el segundo caso, la supervivencia en el trópico requería altos niveles de colaboración, obediencia y conformidad con las normas y reglas para enfrentar el entorno hostil. En ambos casos el colectivismo arrojó buenos resultados para ese tipo de sociedades preindustriales con bajos niveles de democracia e innovación.

El colectivismo criollo

Según el índice de Hofstede, Venezuela es de los países más colectivistas del mundo, siendo solo superado por Panamá, Ecuador y Guatemala. El colectivismo limita seriamente la posibilidad de actuar bajo el propio criterio, siendo más cómodo adaptarse al comportamiento de los demás evitando el conflicto. Una actuación distinta a la del grupo en un país como Venezuela puede percibirse como egoísta, narcisista o ególatra.

Una muestra del colectivismo criollo es la dificultad de hablar en primera persona, preferimos usar palabras en plural como “condenamos”, “apoyamos”; se tiene miedo a usar el “yo” y asumir la responsabilidad de las propias palabras e ideas. Se prefiere la seguridad del grupo y no asumir el riesgo de desplegar la propia personalidad. Al ser Venezuela un país tan culturalmente colectivista es necesario pertenecer a un grupo y no contradecir sus visiones.

Dejar el criterio de actuación a un tercero aniquila en cierta manera a la persona, definida clásicamente por Boecio como la capacidad de actuar bajo la propia racionalidad de nuestra naturaleza, obedeciendo la propia conciencia y razón, sin importar a ser o parecer diferentes o distintos. Actuar a conciencia es actuar con libertad, precisamente lo que nos hace persona; únicos, irrepetibles, con originalidad y autenticidad.

El grupo reclama fidelidad a cambio de privilegios y beneficios sociales o políticos. En una cultura colectivista los que tienen el poder fácilmente concentran mayorías, las masas fielmente prestan lealtad y rápidamente actúan como equipo, los adversarios fácilmente se convierten en enemigos del grupo. Entender el alto nivel de colectivismo del venezolano permite elaborar estrategias políticas basadas en la persuasión y no en la presión total sobre el grupo, que muy difícilmente se va a resquebrajar.

Combatir el colectivismo puede ser el gran antídoto contra el mercantilismo y la desconsolidación democrática que vive el mundo y, por supuesto, el camino hacia la libertad y la prosperidad de Venezuela. Los países colectivistas tienden a convertirse en autocracias a veces eficientes con gran orden y una buena dosis de jerarquía, donde se ve a la libertad como una amenaza para la estabilidad y la armonía.

No es sencillo combatir el colectivismo cultural, tomando en cuenta la fuerza que ejerce el aprendizaje vertical de padres a hijos, solo queda disponible como política pública la educación y el desarrollo de la personalidad. Esto es un trabajo de generaciones. Un par de tesistas de una prestigiosa universidad británica me recomendaron, luego de psicoanalizar Petare, el desarrollo de deportes y de actividades individuales, como tocar un instrumento, pintar, escribir para mitigar el fuerte colectivismo.

El reto no es sencillo, pero partir de un diagnóstico adecuado nos puede ahorrar muchos quebraderos de cabeza y bastantes esfuerzos inútiles a la hora de pensar en la democratización del país. Los casos tempranos de democratización y prosperidad que citamos en entregas anteriores de esta serie: Holanda, Reino Unido y Estados Unidos, son precisamente las sociedades menos colectivistas del mundo.

El desarrollo del país requiere instituciones inclusivas, y estas una cultura que las haga posibles. El reto es mayor de lo que algunos piensan, pero si reconocemos la profundidad del problema el reto es más sencillo.

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