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Cuidado con el tábano

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Noel Álvarez*

“No hay que decirles a las personas lo que deben que pensar, sino acostumbrarlas a que piensen”. Esto decía el filósofo Sócrates. Sin embargo, la experiencia nos demuestra que no hay nada que asuste más a los autócratas que un pueblo pensante y procurador de soluciones a sus problemas. Sócrates era apodado “el tábano de Atenas”, en referencia a las llamadas moscas cojoneras, que revolotean y atacan a caballos, vacas y otros animales, fustigándolos con sus aguijones.

Sócrates se consideraba a sí mismo como un moscón, un insecto que con su aguijón se convierte en una verdadera molestia para animales de mayor tamaño, en referencia al animal político. La metáfora de Sócrates y el moscardón refiere a la costumbre que este tenía de “aguijonear” a los políticos atenienses con sus preguntas en procura de que despertaran para ir al encuentro de la verdad. Sabía cómo aguijonear a los ciudadanos que, sin él, continuarían durmiendo para el resto de sus vidas, a menos que alguien más viniera a despertarlos de nuevo.

Los aguijones eran para ponerlos a pensar. Actividad sin la cual la vida, en su opinión, “no solo valdría poco, sino que ni siquiera seria auténtica vida”. Hay que purgar a los políticos de sus opiniones falsas, es decir, “de aquellos prejuicios no analizados que les impiden pensar”, decía Sócrates. Expresaba también que la divinidad lo había colocado junto a un caballo grande y noble, pero un poco lento por su tamaño y con la necesidad de ser aguijoneado para despabilarse. El animal en cuestión, no era otro que la ciudad de Atenas, con sus políticos y sus intelectuales.

Se dice que, para molestar a los atenienses mentirosos, especialmente a Melito, su archirrival, Sócrates iba a veces al mercado de Atenas, miraba todo con atención y se iba sin comprar nada. Cuando le preguntaban por su forma de actuar, decía: “Me encanta ver tantas cosas que no necesito para ser feliz”. Como Sócrates no compraba nada los jóvenes tampoco lo hacían. En Venezuela no puede practicarse la filosofía de Sócrates, porque nadie puede ser feliz viendo morir personas por falta de comida o medicinas; ¿Cómo evitar que a uno se le arrugue el corazón viendo el llanto de una madre, quien no tiene más remedio que derramar lagrimas ante la imposibilidad de comprar los jugueticos que añoraba poder entregarles a sus hijos en estas navidades?

Al tábano no le importaba su apariencia, ni su aspecto, pues solía caminar descalzo por la plaza de Atenas y a menudo iba vestido con una túnica sucia. Lo único que le importaba y preocupaba era el conocimiento y la vida del hombre. Sus opiniones eran muy fuertes contra las mafias enquistadas en el gobierno ateniense. Sócrates tenía poco dinero y sobriamente satisfacía sus escasísimas necesidades con el pequeño patrimonio que había heredado y con los donativos de algunos amigos.

Todas las épocas y sociedades han tenido sus propios tábanos, personas que reclaman claridad en los planteamientos políticos que interesan a un país.  En Venezuela, por ejemplo, está la voz de algunos intelectuales, académicos, empresarios, sindicalistas, periodistas y políticos serios que buscan el bien de la sociedad y que intentan elevar el nivel del discurso en el espacio público y reclaman mayor claridad en las propuestas de los involucrados en los espacios de diálogo; conversaciones que no debieran ser patrimonio exclusivo de nadie por ser una materia de interés para todos los venezolanos. 

*Coordinador Nacional de IPP-GENTE

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