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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Cuando el conformismo se hace presente

Crédito EFE

Jesús Alberto Castillo

Resulta abrumador para cualquier nación contar con una población desesperanzada, con baja estima para enfrentar las adversidades que se presentan y salir adelante. Pues, es el talento humano el principal motor de un país en su incesante rumbo por alcanzar el anhelado progreso económico y social, sin importar la cantidad de recursos naturales que posea. Tomemos como ejemplo a los denominados “Tigres asiáticos” que, a pesar de no disponer de abundantes riquezas en sus accidentados territorios, han alcanzado notables avances en ciencia y tecnología, economía floreciente, calidad educativa, nivel de vida en sus habitantes y gobernabilidad política. La clave es sencilla: educación ciudadana.

No pareciera ser ésta la realidad que abraza hoy a los venezolanos, caracterizada por una dolorosa resignación a todos los males que padece. Como nunca había sucedido, el drama del conformismo se ha apoderado de un segmento mayoritario de la población que siente cómo se le esfuman las oportunidades de movilidad social que estuvieron presentes durante décadas en un país petrolero como el nuestro. El venezolano promedio ha cambiado radicalmente su estado anímico. Poco queda de esa actitud protestataria ante los malos servicios públicos, desabastecimiento y desempleo, puesta de manifiesto hace pocos años atrás. Se encuentra sumido en una agobiante aceptación de ese calvario que vive diariamente, enfocado en llevar algo de comida para su hogar y esperar resignadamente qué le depara el mañana.

En esta titánica tarea cada quien busca sobrevivir, aunque tenga que condenarse a la dependencia del brazo omnipotente del Gobierno que se ofrece para dar un mendrugo de pan y saciar a medias el hambre o “emplear” en jornadas extenuantes y denigrantes a vastos sectores sociales, a cambio de salarios insuficientes para cubrir la canasta alimentaria. No conforme con esta relación de explotación laboral, el “papá Estado”, en un acto burlesco contra la dignidad humana, de vez en cuando regala un bono con nombre alegórico al “Socialismo del siglo XXI” que se traduce en una migaja de la renta petrolera y no en una medida real de compensación para los sectores vulnerables. Tan solo es un mecanismo de control social de los tantos que tiene para mantener alienada a la población, mientras que sus burócratas hacen jugosos negocios en nombre del pueblo, la patria y la revolución.

La culpa no es del ciego sino del que le da el garrote

El estado de resignación que palpamos en la mayoría de la gente no es algo casual sino inducido. El Gobierno ha logrado sistemáticamente quebrar la autoestima de una población mediante un complejo laboratorio social, aprovechando las sentidas necesidades de un pueblo que hace magia para no morir en esta vorágine económica. Los expertos en comportamiento social que trabajan para el régimen han diseñado y puesto en ejecución una serie de experimentos orientados a crear una rígida dependencia del Estado y minimizar la conciencia crítica de la gente, fundamentalmente en los sectores más vulnerables. Es asombroso cómo el venezolano ha abandonado los medios de defensa para hacer frente a todo tipo de penuria vivida. Desde los diferentes niveles de gobierno, con toda su portentosa maquinaria mediática y propagandística, se le hace ver a los ciudadanos que el Estado se encargará de proveerle en todo para cubrir dichas necesidades y sean dignos en su condición humana. Es una especie de ilusión que ha trastocado la mentalidad de la población a depender irremediablemente de su “benefactor”, el régimen.

Estas prácticas de control social, al mejor estilo de Pavlov con su famoso reflejo condicionado, son propias de modelos autoritarios que han condenado a varias naciones a las más cruentas vejaciones de derechos humanos, miseria y muerte. El Gobierno venezolano juega con las necesidades del pueblo. Saca provecho político de estas cuestionables prácticas que son contrarias a un Estado Social de Derecho y de Justicia, plasmado con bellas palabras en nuestro Texto Constitucional. Nos recuerda ese irónico relato: “el régimen le rompe las piernas al pueblo y, luego, le regala las muletas para que pueda andar a medias”. Es un asunto que debe llamarnos a la reflexión y actuar ante tanto cinismo oficial.

Agarrando, aunque sea fallo

El venezolano promedio se siente en deuda con el régimen y cree que no vale la pena luchar para cambiar de actores políticos. Se muestra conforme con lo que recibe de este último, aunque no sea suficiente para vivir dignamente. “Lo que importa es medio comer y aguantar la pela. Total, no hay alternativa alguna que ofrezca algo distinto”. Es la frase que retumba en la mente de la mayoría poblacional. El Gobierno ha logrado impactar y cambiar el aspecto emocional de la gente, llevándola a un estado de sumisión, de alienación. Es una patología inducida por un proceso de ideologización permanente en los espacios de la vida individual y social.

La supervivencia es lo que cuenta para todos. Nadie se detiene en pensar si los servicios públicos funcionan o no. Es que no hay tiempo para ello. Resulta casi normal si no hay transporte por falta de combustible; para eso se camina. Poco importa si la luz llega o se va, si funciona el servicio telefónico o internet. Todo eso es parte de la rutina diaria. Hay que comer y eso es lo que vale, mañana se verá. El mar de calamidades campea con fuerza y el Gobierno extiende sus ramificaciones de control social por la superautopista informativa, a través de su llamativa Plataforma Patria y medios digitales. El ciberespacio es aprovechado como entorno saturado de simbolismo y propaganda alusivos al Socialismo del siglo XXI. Una verdadera maquinaria digital de adoctrinamiento político, reforzada del 1×10 para amarrar votos de cara a las elecciones presidenciales.

A remar contra la corriente

El cambio de conducta del venezolano a conformarse con las penurias no es cualquier cosa. Es un punto crítico al que poco se le ha prestado atención, especialmente por parte de la clase política, inmersa en una estéril confrontación y descalificación personal, sin propuestas claras para salir de esta macabra situación. El país se nos hunde cada vez más en un maleficio donde la dignidad humana pareciera no tener significado y la polarización política socava las bases institucionales de una república. Mientras el venezolano muestra síntoma de dejadez, los problemas se agudizan progresivamente. La inflación sigue deteriorando el poder adquisitivo de los ciudadanos, los hospitales se convierten en sitios predilectos para la muerte de pacientes desatendidos, los niños continúan muriendo de hambre, los cuerpos de seguridad cometen todo tipo de atropello y desapariciones forzosas contra ciudadanos y el hampa se lleva a más de uno por esas agitadas barriadas sin esperanza alguna.

Si de verdad queremos cambiar esta patología colectiva tenemos que aprender a nadar contra la corriente, es decir, no acostumbrarnos a ser conformistas con nuestras desgracias. Debemos aflorar en la mente un pensamiento capaz de modificar la realidad asfixiante. Implica un cambio de actitud que supere la inercia y distracción para orientarse a estadios de fe y optimismo. La idea es visualizar escenarios futuros que apuesten al esfuerzo colectivo, la comprensión del otro y el reforzamiento de la educación ciudadana. Hemos de usar el ingenio para devolverle las ganas de seguir luchando por recuperar ese país que se esfumó, lleno de grandes y talentosos profesionales.

No podemos permitir que se nos apague esa llama de la esperanza. Mientras haya un halo de vida debemos creer en cada uno de nosotros, más allá de las adversidades. Muchas naciones que pasaron por episodios peores al nuestro pudieron salir adelante. Se atrevieron a nadar contra la corriente y no fueron arrasadas. Desafiaron las calamidades, gracias a que no perdieron la fe nunca. Se aferraron a su fuerza de voluntad, dialogaron, se pusieron de acuerdo, trabajaron juntos por una causa y construyeron el país que deseaban. Nuestro país no debe ser la excepción a esa esperanzadora metamorfosis. ¿Si esos pueblos lo lograron por qué nosotros no? La vida es un valor superior en el ser humano, aunado al de superación, que resulta pertinente aferrarse a ella para desafiar los obstáculos y devolverle la sonrisa a Venezuela.

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