Luisa Pernalete
“Voy a tener que entregar mi hija pequeña” – me dijo llorando una “comadre” de San Félix, “No puedo darle de comer y ya no resisto más”. “Maestra, le doy a mi hijo menor, yo sé que usted es buena, que es casada y no ha tenido hijos, con usted él no va a seguir sufriendo”, fue la historia que me relató una maestra de una comunidad del Valle, en Caracas. Añado a esto la noticia de los 8 niños que han muerto en San Félix por desnutrición.
¡No puedo! Es como demasiado. Podría escribir sobre el Día de La Mujer, la desigualdad en cargos políticos, por ejemplo, pero frente a estos relatos, me cuesta poner la atención en otra cosa que no sea el drama de niños, niñas, padeciendo por alimentos o medicamentos, porque recuerdo a Erika todos los días, su hija debe tomar un anticonvulsivo a diario, y ya se sabe: no se consigue. O el dilema moral de una oncóloga pediatra, que sufre en cada consulta en su hospital, “Para que los veo si no hay cómo hacerles el tratamiento”, me dijo casi llorando, ¡Mejor que renuncie! No lo ha hecho, pero la entiendo.
Podría llenar la columna de casos parecidos, pero necesitamos un respiro, que nos reste energía, pero que no se me quite la indignación, sólo que esta hay que convertirla en acción, a corto, mediano y largo plazo, de otra manera sólo conseguiremos enfermarnos también, y el país necesita de cerebros creativos, de coros que puedan hacer presión donde hay que presionar.
Veamos. A corto plazo, hacer visible lo que está pasando sigue siendo necesario. Una mujer buscando una “madre sustituta” en la calle, es un grito desesperado. De paso, fíjense en el amor de la mujer: se acercó a la maestra, que vive en el barrio, que trabaja ahí también, buscó sus antecedentes, “Usted es buena gente”. No estaba abandonando al hijo, estaba buscando su “bien superior” ante sus carencias. Hay que saber que esos dramas son reales, no los invento. ¿Y qué más? Escuchar, dar “primeros auxilios psicológicos”. Sueño con un “0800 Comadre”, algo así como una línea para escuchar a madres/comadres desesperadas… En el caso que hacemos referencia arriba, luego de desahogarse, la madre se fue calmando, y se exploraron algunas posibilidades, y Dios acudió también (disculpen, pero no encuentro explicación científica al hecho), en la noche una vecina le llevo a la señora dos arepas: una para ella y una para su hija. Al día siguiente se le llamó para un trabajo temporal y le dio tiempo de serenarse, y alguien le depositó para la emergencia. Solidaridades subterráneas. En tiempos de “vida o muerte” la ayuda asistencial no puede desestimarse, es necesaria.
A mediano plazo: hay que crear observatorios permanentes, a menos en algunos derechos fundamentales, porque los datos ayudan a focalizar, ayudan a planificar. Alianzas de escuelas y comunidades que tengan el termómetro. No como “operativos”, sino como Observatorios. Si una escuela tiene registros de quiénes comen una vez, quienes dos y quienes tres, pueden hacer como la escuela “San Francisco Sales” de Fe y Alegría Valencia: “Chamos, los que comen 3 veces – que se sabe quiénes son – dejen que sus compañeros que no comen más que una vez, puedan repetir”, y los adolescentes lo están cumpliendo. Se enseña solidaridad solidarizándose. No vendría mal un directorio de iniciativas sociales, como la Fundación Me diste de Comer (Ciudad Guayana), para que empresas o particulares que quieran ser solidarios, puedan hacerlo sabiendo que no se perderá en el camino.
Los observatorios pueden contribuir a canalizar ayudas mayores y también políticas públicas, pero eso requiere de una población organizada que insista en la presión, que eleve el clamor de manera sistemática creativa, no como favores sino exigiendo un derecho, pues no es la sociedad civil quien administra los dineros públicos.
La dignidad y la indignación hay que transformarlas en incidencia, en poder para el bien.