Mario Villegas
Las profusas cadenas de radio y televisión, en las que un montón de candidatos a la chimba constituyente madurista va exponiendo sus planes para desarrollarlos cuando pasen a usurpar el poder originario del pueblo, evidencian el esperpento en que pretenden convertir a la Constitución Nacional, la misma que siempre han propagandizado como la mejor del mundo y a la que hasta ayer no más aludían como el principal legado de Hugo Chávez.
Uno tras otro va dejando correr la imaginación y agregando al texto constitucional capítulos y artículos a granel, tantos y tan diversos que, de concretarse, la nueva constitución tendría que ser publicada en varios tomos. Adiós a la minúscula versión impresa que Chávez popularizó en sus presentaciones televisadas y que, por contagio o imitación, la dirigencia chavista y opositora hicieron suya.
Más allá de la parte cuantitativa y formal, el paso del tiempo y las vicisitudes políticas por las que ha atravesado el país han permitido que, en el conjunto de principios, derechos y deberes contemplados en el texto constitucional, nos sintamos reflejados todos los venezolanos. Y si no todos, la inmensa mayoría de quienes se declaran chavistas como de quienes se proclaman de oposición, incluso de quienes no se alinean en ninguno de esos polos. Lo que exigen es que esa constitución sea respetada y sus normas acatadas y ejecutadas.
¿Si la constitución de 1999 es para los chavistas el principal legado de Chávez, cómo es que ahora la van a siquitrillar? Con razón han irrumpido a la palestra pública voces que, desde el chavismo, cuestionan y se oponen a la engañifa constituyente. Cuántos más los habrá en silencio, tal vez condicionados por una bolsa de alimentos CLAP, por un carguito de salario mínimo en algún ministerio, por la vulnerabilidad jurídica de un apartamentico en la Misión Vivienda o por el terror a los atropellos y humillaciones de grupos violentos y paramilitarizados, versión criolla de los tonton macoutes del dictador haitiano Duvalier, que agreden impunemente a todo aquel que consideren enemigo o traidor.
Eso se suman las amenazas expresas de voceros oficialistas de convertir a la tal constituyente en una guillotina antidemocrática que corta cabezas institucionales legítimamente constituidas, cercena aún más las escasas libertades y asfixia a la disidencia, cualquiera sea su signo. Adiós definitivo al estado de derecho.
Hay que decir, por lo demás, que de los candidatos que están siendo conocidos a través de micros en las cadenas de radio y televisión, seguramente la gran mayoría son puro adorno, no van pa’l baile. En un proceso en el que el gobierno corre solo, sin contendientes, sin testigos, sin árbitros confiables ni auditorías verificables, es de esperar que este se vaya a despachar y a darse el vuelto. Ya veremos cómo el dedo de Tibisay Lucena apuntará indefectiblemente a los elegidos previamente por el dueto Maduro-Cabello. Si a lo largo de estos años algo hemos aprendido a conocer de estas damas y caballeros es precisamente su manifiesta ausencia de escrúpulos y de frenos morales.
La convocatoria constituyente del presidente Nicolás Maduro lejos de abonar el camino de la reconciliación entre los venezolanos y de la cooperación de todos en la búsqueda de soluciones urgentes a la gravísima crisis política, económica, social y moral en que se encuentra el país, lo que hace es profundizar la división entre hermanos, agudizar la confrontación y propiciar un escalamiento de la violencia que ya suma un centenar de muertos, miles de heridos, cientos de detenidos e incalculables pérdidas materiales. Saldo que si nos descuidamos puede quedarse pálido ante el riesgo de un recrudecimiento de los ya alarmantes niveles de la violencia callejera y represiva.
Si el gobierno hace caso omiso del clamor nacional y sigue adelante con su anunciado zarpazo, la supuesta Asamblea Constituyente que de allí surja sería verdaderamente roja-rojita, en este caso no por la composición política de la totalidad de sus integrantes, sino porque su nacimiento puede estar salpicado de mucha más sangre de la que ya ha corrido por las calles de Venezuela.
Nunca en mi vida he estado más deseoso de equivocarme que en esta ocasión.