Javier Contreras
Para finales de año, las autoridades británicas habrán costeado la construcción de un paredón de cuatro metros de altura y una extensión de un kilómetro. Lo curioso es que la obra se ejecutará en territorio francés, específicamente, en Calais al norte de ese país. La razón, tratar de frenar el desplazamiento hacia Reino Unido de inmigrantes, quienes aprovechando la cercanía entre Calais y la costa británica, abordan medios de transporte marítimo o terrestre para atravesar el canal de la mancha de forma ilegal y cumplir así con su meta.
Múltiples voces se elevan contra esta medida. Para los detractores, construir un muro es un despilfarro de casi tres millones de euros, ya que el verdadero problema es la falta de condiciones dignas de vida en los campamentos para refugiados que existen en la zona, lo que aumenta el deseo de las personas de viajar hacia Gran Bretaña burlando los más de 30 kilómetros de vallas alambradas colocadas en 2015, acción que emprenden con la participación de las mafias dedicadas al tráfico de personas.
Precisamente serán las mafias las que mayor beneficio obtendrán con la elevación del muro. En palabras de François Guenoc, activista y miembro de la ONG Albergues para Migrantes, puede hacer que las cosas sean más peligrosas, aumentará las tarifas de los traficantes de personas y la gente acabará asumiendo más riesgos.
Tal vez convenga exponer la cifra que da Elisabeth Vallet investigadora de la universidad de Quebec en Canadá quien asegura que actualmente hay en el mundo 65 muros fronterizos terminados o en construcción, lo que representa 49 más de los que existían al caer el muro de Berlín.
Ciertamente, el concreto y el alambre no son la respuesta a fenómenos que desnudan injusticia y falta de planificación real.