Divertidísima sátira blanca
María Vives
Me preguntaba, durante y después del visionado de Con los brazos abiertos, si temas de tanto calado –la inmigración, el desarraigo social, el racismo, la hipocresía de la sociedad acomodada y biempensante…– se pueden tratar con tanta ligereza como lo hace Philippe de Chauveron. Quizá la respuesta sea complicada, como lo es la vida misma, pero en una obra de Preston Sturges se podría encontrar un simulacro de respuesta. Efectivamente, en Los viajes de Sullivan (1941), Sturges esboza la figura de un director de cine obsesionado con llevar a la gran pantalla la miseria social –obsesionado, en fin, con el drama–, pero que, una vez que, por accidente, acaba sumido en esa misma miseria que deseaba plasmar, lo que más aprecia y agradece es la comedia. Todo un alegato a favor de esta como alivio a las situaciones acerca de las que, precisamente, se intenta concienciar a través del drama. Y aunque, como su crítico James Agee, podríamos preguntarnos si la autoconsciencia y la comedia son incompatibles, es probable que llegáramos a su misma conclusión de que, muy al contrario, y como El milagro de Morgan Creek (1944), del mismo Sturges, la comedia más divertida puede resultar también la más inteligente.
Philippe de Chauveron plantea de nuevo en su sexta ese tema tan dado a ser tratado con una impoluta corrección política como el de la inmigración y los prejuicios raciales, culturales y religiosos. Ya lo había hecho en Dios mío, pero ¿qué te hemos hecho? Curioso el dato que esta película en concreto no se estrenara ni en Reino Unido ni en los Estados Unidos bajo la hipócrita excusa –¿de verdad se lo creen? – de que contiene un mensaje políticamente incorrecto y racista. Curiosamente también, resulta que estos dos países son de los más excluyentes en sus hechos –que, al final, es lo único que importa–: uno, con su deseada salida de la Unión Europea (y, con ella y ya de paso, del «problema» de la inmigración); otro, con la elección –afortunadamente, no mayoritaria– de un presidente que ha intentado vulnerar todas sus leyes para evitar toda esa difícil problemática: el inevitable choque de culturas, la convivencia entre ellas, la integración combinada con el respeto y un largo etcétera. Porque lo que Chauveron hace es destapar todas las hipocresías, todos los fantasmas de una civilización desarrollada –la nuestra– que teme perder sus privilegios; y que lo hace, no en lenguaje dramático, sino cómico. Por eso, tanto Plácido, de Berlanga, como Viridiana, de Buñuel, son más fácilmente digeribles y apreciables: porque, en la primera, la risa se convierte en mueca ante la tragedia del verdadero damnificado de la ostentosa «caridad» de la sociedad acomodada; y, en la segunda, se resalta más realísticamente el desastre de un deseo de ayudar que no se incardina en la realidad del otro ni en un conjunto social que nos abarca a todos.
Porque ¿es racista Con los brazos abiertos? El público ríe igual con las ocurrencias de la familia rumana que con el repentino descubrimiento de cada una de las hipocresías de la pareja francesa, que conserva, sin embargo, en algún recóndito escondrijo del corazón, los ideales de su juventud. El único delito de Philippe de Chauveron parece ser el de que, en lugar de utilizar el lenguaje del drama, se vale del humor y lo convierte en sátira carente de acritud. Quizá su principal defecto sea un final tan feliz y tan materialmente próspero que hace sospechar, no solo del verismo de la película –que no lo tiene en absoluto–, sino de un excesivo consumismo e ingenuidad, aunque el tono general de la comedia no admitía otro desenlace.
Contemplada sin hipocresía, Con los brazos abiertos es una desternillante comedia. Quizá se vea con cierta suspicacia y perplejidad ante la forma simple y llana de llamar a las cosas por su nombre y ponga en cuestión tanto de los prejuicios de unos como de las costumbres de los otros. Pero, ¿no es, en realidad, una comedia necesaria para reflexionar acerca de la radicalización de las posturas hacia la inmigración y la aparición de partidos políticos extremistas en Europa? Desde luego, no removerá conciencias que no estén ya removidas previamente, pero, al menos, rompe una lanza para contemplar al «otro» y pone el foco sobre los propios prejuicios y contravalores. Porque, personalmente, creo que no se pierde la fe en la humanidad sin haberse dado previamente motivos para perderla en uno mismo.
Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/2176-con-los-brazos-abiertos