Piero Trepiccione
Con mucha racionalidad se resuelve una situación tan desesperante como la que se está viviendo en Venezuela. En primer término, asumir las responsabilidades a que haya lugar. Si no se asume la crisis como tal difícilmente se podrá dar con su solución. Admitir la crisis y estar claro en sus causas es el paso más importante para avanzar positivamente. Si no hay culpables individuales y políticas públicas focalizadas como generadoras del asunto, pues no habrá remedios efectivos. Si no hay determinación de las raíces del problema no habrá fórmula posible de sanación. Esta es una verdad inmensa y demoledora.
En segundo término, la racionalización del gasto público es ineludible. O aprendemos a administrar mejor lo que tenemos o nos espera el descalabro mayor. Recuerdo un programa español transmitido en mi adolescencia que nos cacheteaba frecuentemente con esta frase: “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra” y vaya que hemos vuelto a tropezar como a doscientos kilómetros por hora. En la bonanza petrolera de los setenta nos volvimos locos y le dimos duro al gasto público, “sabrooosooo” como diría Oscar D´ León. Nos gastamos lo que teníamos y lo que no teníamos. Quisimos hacer pupú más arriba de la cintura como reza el dicho popular y de repente nos dimos el trancazo. Ahora nuevamente pasó más o menos lo mismo, salvaguardando las distancias y los actores obviamente. Y es que el Estado venezolano –en bonanza petrolera- se convierte en un gastón de primera línea. Queremos abarcar todo y a todos y enredamos las cuentas nacionales y metemos a la población más vulnerable en el problema. En esencia, es que gastamos mucho más de lo que producimos y no hay racionalidad en el gasto público ni la inversión. Por tanto, o aprendemos a arroparnos hasta donde nos alcance la cobija o viviremos de crisis en crisis.
En tercer término, lo peor que le puede pasar a un gobierno es quedarse paralizado ante la crisis. La negación absoluta y la transmisión de responsabilidades al otro no contribuyen para nada al asunto. Carlos Matus denominaba esto como “ceguera situacional”. Si la capacidad de respuesta de un gobierno baja considerablemente o se vuelve casi nula, es altamente necesario promover una reoxigenación del sistema político que pueda atender con creces las magnitudes dantescas de la crisis. Tratar de abordar los problemas con las mismas fórmulas es más difícil que “matar un burro a pellizcos” como decía un amigo de la universidad. Asi, el camino se hará más difícil y la enfermedad del momento causará mucho más daño.
En último término, no podemos seguir dejando en manos del Estado y de los líderes del país exclusivamente, la conducción de la nación. Se hace indispensable ahora más que nunca, avanzar en la construcción de una sociedad política que se interese profundamente por los asuntos públicos y se convierta en un contrapeso estelar de las instituciones del Estado. Ha llegado la hora de superar el legado de Montesquieu y promover una sociedad que controle eficazmente más allá de los poderes formales, la administración de las finanzas públicas. Que impida los “deseos de grandeza superior” de algunos líderes que con petrochequera a la mano se vuelven prodigiosos con lo que no es suyo, dejando a varias generaciones de venezolanos endeudados. En suma, superar la crisis, aunque no es tan fácil, no es imposible. Más difícil será establecer criterios sanos para la administración de los recursos públicos y entender que la renta petrolera no es mala, siempre y cuando se utilice correctamente para promover el desarrollo local, la infraestructura nacional, los procesos productivos y la transparencia absoluta. Para esto necesitamos una sociedad madura y corresponsable, algo que hay que seguir trabajando progresivamente con mucha educación y formación.
Ojala que esta crisis nos haga entender mejor el valor de las cosas y de los asuntos públicos. Ojala que esta crisis nos haga entender que no somos islas que podemos vivir separadas de la realidad circundante. Ojala, que tengamos el principio más eficaz de la sabiduría para defendernos en la vida: la paciencia. Para entender que podemos hacer de Venezuela un verdadero paraíso si nos proponemos objetivos claros y nos involucramos en ello. Tenemos las capacidades para no morir en el intento y si París vale una misa, Venezuela puede valer el cielo…