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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Como plaga de langostas

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Carlos Raúl Hernández

Los radicalismos de izquierda, de derecha o de nada, son pulsiones de muerte, subterráneos rencores que entorpecen para construir. En todas las áreas de la acción, conducen al error. Prueba es el socialismo en sus experiencias reales y también muchos antagonistas con el corazón idénticamente olisco. Espíritus arbitrarios, mal edificados, arremeten ahora con saña contra la gente del oeste de Caracas y otras partes, que salió a reclamar alimentos que incluso habían pagado. Si los radicales llaman a abstenerse porque el voto carece de valor y quienes votan traicionan… ¿con qué cara de piedra enrostran a los pobres que cambian el suyo por una cajita infeliz? Los radicales serían, según Molière, “espíritus calzados al revés”. Si naciste sin corazón en el pecho, usa tu remedo de cabeza. No hay que ser economistas para saber que los hombres sobreviven gracias a lo que pueden intercambiar en el mercado.

Los jóvenes cubanos se prostituyen porque sexo es su única posesión que interesa a otros. En Antímano, La Vega, Carapita, solo tenían sus votos (y sus desgracias). Husmee en los pudrideros del deep twitter, esos oscuros vericuetos de alacranes, siquiátrico abierto hasta el amanecer donde se autopractica psicoanálisis colectivo. Conseguirá retahílas de balbuceos endemoniados desde la soberbia de los que aún tienen posibilidad de comer. Argumentos contrahechos, bastardía ética, llamaradas de un desprecio del que ellos mismos serían los principales merecedores, divierten a los loqueros. Satanizan votar, rechazan cualquier entendimiento pacífico, reclaman ocupación extranjera o un golpe de Estado que los llame a gobernar, scrachan dirigentes opositores porque no les gusta lo que dicen, y a muchachos por el crimen de ser hijos de sus padres. Son una plaga de langostas que malbarató la posibilidad del cambio.

Riesgos y peligros

Hablan de correr riesgos sin saber lo que dicen. Hasta el más lerdo debería  distinguir entre riesgo y peligro. El chofer irresponsable corre un riesgo al adelantar en una curva, pero pone en peligro inocentes que van con él o que vienen por la vía contraria. Si tuvieran eso en la cabecita no habría 140 familias enlutadas por riesgos de irresponsables y peligros luctuosos. Sus clubes políticos se asocian y se disuelven con solo cambiarse el nombre. El último hace apenas mes y medio tuvo función de estreno. Lo único que oímos en ella fueron declaraciones rústicas, ordinarias, del peor gusto, dominó de camioneteros. Tesis alusivas de problemas intestinales, lombrices, parásitos, purgas. Hoy de nuevo anuncian el retorno a la calle-calle pero por fortuna no sacan ni al perro y ojalá eso no traduzca más muertes. Peligro potencial y comprobado que condujo la oposición al fracaso y revirtió los triunfos.

Y en la ilusión de un eventual gobierno, su gestión sería tan desastrosa y torpe como efímera. Destilan ambición de poder, pero lo único que pueden hacer son parodias de partidos, no uno que merezca ese nombre. No han podido manejar correctamente una diputación ni una alcaldía, porque todo en sus manos se convierte en cenizas. Acabarían con las pirámides de Egipto si se las dejaran a cargo unos días. Guardan silencio de cazadores que esperan su presa, cualquier movimiento de la oposición para saltarle a la garganta y desembuchar bilis y simplismos al caletre. Sus disertaciones son cáscaras de vaciedad. Imposturas, señales de impotencia que traspasan cualquier límite de inopia intelectual, moral o política. Impiedad e inhumanidad, pero también falta de sentido común los hacen desdeñar el hambre, la suerte o la vida de los humildes.

Aporofobia

“En toda confrontación hay bajas” decía algún Eisenhower local, ante más de cien muertes, como si dirigiera la invasión a Normandía de los Aliados y no gente pacífica y desarmada que salía a manifestar llamada por quien los concebía carne de cañón. Es el mismo desdén ahora contra los que reclamaban el pago de su canje de voto por nada. La profesora española de filosofía, Adela Cortina, propuso el termino aporofobia para designar el repudio contra los tercermundistas pobres en los países desarrollados. Hasta un personaje tan caleidoscópicamente oscuro como Heidegger se sintió una vez conmovido por la “pobreza”, ni siquiera de los humanos, sino de los animales, su indefensión absoluta ante la inclemencia ambiente. Dice que “la piedra carece de mundo, el animal es pobre en el mundo y el hombre es el rey del mundo”.

Por esta condición de las bestias, “había un dolor infinito en la naturaleza viva”. Cuando es la pobreza de seres humanos -ya no de los animales- que lejos de reyes del mundo son mendigos, y que además viven en el mismo país o en la misma ciudad, son demasiado escandalosos la sequía de compasión y el cinismo. Insólito argumentar que los hambrientos no debían levantarse para que les dieran de comer sino para rechazar dádivas y corregir el sistema. Por lo visto la estolidez de esos grupos de las clases medias es tan infinita como el dolor de la naturaleza viva. Entre los delirantes se destaca una brigada multidisciplinaria de licenciados vidriera. Valdría que alguna institución se encargara de recoger sus tuits (creo que es lo único que escriben) e incluirlos con honores en un libro de humor, para que en otras partes entiendan por qué se perdió la democracia.

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