Revista SIC 783
Abril 2016
Para hablar de la resurrección de Jesús tenemos que situarnos en el viernes santo. Los discípulos habían huido y estaban completamente bloqueados porque seguían creyendo que Jesús era el enviado definitivo de Dios, pero entonces ¿cómo Dios no lo había defendido?
Lucas dice que en el calvario había muchísima gente acompañando a Jesús: eran los peregrinos galileos que habían estado hasta la víspera acuerpándolo como un escudo humano. Cuando entraban a Jerusalén, ya que dormían en tiendas a varios kilómetros de distancia, se toparon con que los romanos lo sacaban a crucificar. Ellos seguían con él, solidarios, por eso dice el evangelista que se regresaron dándose golpes de pecho en señal de rabia y protesta, como siguen haciendo hasta hoy los semitas. Pero al ver cómo murió Jesús pensarían: ¡qué poco dura la alegría en la casa del pobre!
Pero el centurión que comandaba el suplicio supo ver que no se había echado a morir ni había muerto aterrorizado o lleno de rabia sino dueño de sí mismo y sin encerrarse en sí para morir. Por eso se retiró exclamando: “Verdaderamente éste era hijo de Dios”, porque para él un ser humano no da para vivir esa tortura no reactivamente. Jesús había muerto llevándonos en su corazón y poniéndose como Hijo en manos de su Padre para que él dijera la última palabra sobre su vida.
Esa palabra del Padre fue la resurrección. Nos consta porque los discípulos proclamaron que se les había aparecido y, en efecto, constaba que su cuerpo no estaba en la sepultura. Ahora bien ¿por qué les creyeron a los discípulos? Esta pregunta equivale a esta otra: ¿cómo actuó Jesús resucitado en sus discípulos?
Les creyeron porque hasta entonces los conocían como los adláteres de Jesús. Giraban en torno a él, creyéndose con la misma densidad del Maestro, pero en realidad sin consistencia propia, unos ilusos. Su falta de peso se evidenció en que a la hora de la verdad abandonaron al Maestro. Pero cuando unos días después se presentaron dando testimonio de Jesús, todos se quedaron impresionados porque hablaban con la misma consistencia del Maestro, como si lo tuvieran incorporado. Era tan patente la trasformación personal, era tan evidente que eran unas personas nuevas, como si dijéramos, resucitadas, que, como veían el efecto, no dudaron de la causa que ellos aducían. Tenía que ser verdad que Jesús había resucitado y se les había aparecido porque realmente tenían el mismo espíritu de su Maestro.
La consecuencia será que dejan completamente sus ideas mesiánicas de derrotar a los romanos imperialistas y a los judíos colaboracionistas para instaurar el reino de los santos de Dios, y se dedican a proseguir la misión de Jesús: a hacer de esta humanidad el mundo fraterno de las hijas e hijos de Dios, en el que todos tienen lugar. Y ahora lo hacen, no como antes, discutiendo entre ellos sobre cuál era el más importante y haciendo méritos para ocupar los primeros puestos cuando llegara el reino soñado, sino con el mismo espíritu del Maestro: viviendo en una verdadera fraternidad y sirviendo gratuitamente para manifestar que en Jesús, Dios nos ha hecho sus hijos verdaderos y quiere que vivamos todos como su verdadera familia en Cristo. Y así van construyendo comunidades alternativas y abiertas, como la levadura dentro de la masa. Insistiendo en dar una nueva oportunidad a los que habían rechazado a Jesús y privilegiando a los pobres.
¿Cómo actúa Jesús resucitado en la Venezuela de hoy?
Jesús resucitado actúa hoy como actuó hace veinte siglos: transformándonos personalmente, dándonos la consistencia y la paz de quien se sabe en manos de Dios, en manos del amor creador, y que por eso pertenece a la vida: trabaja para que haya más vida y convive para que esa vida sea humana, y no excluye a nadie y considera al desconocido como hermano desconocido y al adversario hermano adversario, y su única apuesta es sanar, liberar, rehabilitar, y a nadie da por perdido. En primer lugar a él mismo y por eso tiene paciencia consigo y, sabiendo la que Dios tiene con él, él la tiene con los demás, como los hermanos que Dios le ha dado.
Si no entramos por ese camino, todo lo que hagamos institucionalmente será precario y enseguida se vaciará o cambiará de signo. Esta transformación es la que Dios nos ofrece en su Hijo Jesús y tenemos que recibirla y cultivarla. En este sentido preciso, tenemos que resucitar con Cristo, como los apóstoles. Esta tiene que ser nuestra primera tarea, no en el tiempo, ya que es permanente, sino como prioridad vital.
Hay que decir que, gracias a Dios, hay bastantes venezolanos que viven con ese talante. Esa es la gran riqueza de esta situación de pecado. Nosotros somos testigos de lo que afirmaba san Pablo: que “donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia”.
Hoy estamos en una situación de pecado por la violencia impune, incluso institucionalizada en las pésimamente llamadas zonas de paz y en las cárceles manejadas mafiosamente por los presos, y en los cuerpos de seguridad que siembran inseguridad impunemente; por la falta de trabajo productivo y el desestímulo institucional para que lo haya; por la opacidad del Estado que se niega a ser responsable ante la ciudadanía con lo que estimula la corrupción, la discrecionalidad y el desgobierno.
Esta situación de pecado se expresa en la falta de alimentos y medicinas y en la falta absoluta de seguridad. La mayoría siente amenazada lo más elemental de su existencia. Eso causa fatiga, estrés, desánimo y provoca que no pocos decidan aprovecharse de la situación o que vivan maldiciéndola constantemente. También ha provocado por vez primera en la modernidad el éxodo masivo de profesionales.
Pero también ha sido la oportunidad para que bastantes, en medio de su indigencia, saquen lo mejor de sí y venzan al mal a fuerza de bien. Son adolescentes o jóvenes que en ambientes de códigos cerrados que exigen conductas deshumanizadoras, mantienen su dignidad y se capacitan para ser útiles; son funcionarios policiales o del Gobierno que en ambientes corrompidos trabajan como profesionales honestos; son profesionales asalariados que han caído en la proletarización o trabajadores que han caído en la pauperización y, sin embargo, dan lo mejor de sí porque saben que la sociedad necesita su trabajo más que en un tiempo de normalidad; son mujeres de barrio que tienen que levantar solas a sus hijos sin recursos estables y que lo van haciendo aunque les resulte superior a sus fuerzas.
Dios no quiere que haya héroes, él quiere que la sociedad se organice de modo que haya para todos: que todos trabajen productivamente y todos vivan de su trabajo. Pero sí quiere que, si eso no sucede, no nos echemos a morir ni nos aprovechemos de la situación, sino que demos lo mejor de nosotros mismos y caminemos hacia un orden más humanizador y dinámico. Estos compatriotas nuestros evidencian lo que experimentó Pablo: que cuando son débiles, son fuertes, porque la gracia actúa en la debilidad. Por ellos pasa hoy entre nosotros Jesús resucitado.
Solo desde esta base será posible construir una alternativa. Lo que no contenga esta determinación absoluta de hacer el bien en la peor de las hipótesis, más temprano que tarde se corromperá y no será una alternativa superadora.
No confrontación sino concertación
Jesús resucitado no pasa, como creían los apóstoles antes de convertirse al ser tocados por el Crucificado resucitado, buscando culpables para hacer justicia metiendo a la cárcel y quitando los bienes mal habidos a los expoliadores. No es el momento de eso. No pasa yendo con todo a tumbar a este Gobierno incapaz y corrompido. No es el momento del “quítate tú para ponerme yo”. A la prepotencia infatuada y vacía de este Gobierno no puede responderse con otra prepotencia de otro signo. Una parte de los venezolanos no puede con todo el país, porque el país se cae a pedazos y nos necesita a todos; y además esa parte agota sus energías luchando por prevalecer sobre la otra parte.
Jesús resucitado actúa en un proyecto ecuménico al que se convoca a todos, porque no queremos excluir a nadie, ni a los causantes de esta situación ni a los que se han aprovechado de ella, y porque Venezuela nos necesita a todos para salir de esta postración nacional: del desprecio por la vida de los que roban y matan impunemente, de la falta de alimentos y medicinas y de dinero para comprar lo indispensable, y de la carencia de Estado, de la falta de Gobierno, que impide que nos enrumbemos. Se requiere un proyecto de concertación nacional.
Solo personas que hayan aprendido a vencer al mal a fuerza de bien, pueden motorizar este proyecto, en el que un ingrediente indispensable es la rehabilitación de los que de un modo u otro viven aprovechándose de la situación. En cualquier otro caso, será más de lo mismo.