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Cinco, siete y diez años no son edades para morir

Luisa Pernalete

“Será que Dios los necesitaba en el cielo”, comentó una niña de diez años como pensando en voz alta, cuando se enteró – tal vez sin saber qué significaba exactamente “descuartizados”-, del caso de los dos niños de 9 y 10, asesinados en Valencia, presuntamente por su padrastro.

Esa noticia terrible, aparecida en diarios de circulación nacional el sábado 13 de agosto, la uno a tres mas reseñadas en sólo las tres últimas semanas en el país:

  • en Valencia también, el 22 de julio, día del Niño, enterraron a una pequeña de 5 años, muerta por una bala “perdida” cuando jugaba en su casa;
  • en Ciudad Guayana, ese domingo murió otra niña de 5 años, a causa de una bala que la cayó en esa lotería criminal;
  • la primera semana de agosto, alarmó a la ciudadanía la muerte de una niña de 7 años, que viajaba en un autobús con su padre a pasar vacaciones con su abuela en el Táchira, su padre murió también.

¡Cinco niños en menos de 30 días! No menciono los adolescentes que caen cada día por “acciones riesgosas” como estar visitando a su novia, o hacer un mandado. Hay que utilizar las palabras adecuadas: no se trata de simples muertes, se trata de “homicidios”. Dice el diccionario: “muerte causada a una persona por otra, generalmente con violencia”. O sea: otra persona accionó un arma o lo golpeó hasta causarle la muerte. Las balas son asesinas, buscan víctimas y no les importa que sean niños o niñas.

Al comentario de la pequeña, le contesté que Dios no necesitaba nunca niños o niñas en el cielo, que su labor era estar aquí en la tierra para que jueguen, para que rían y nos hagan reír a los adultos con sus ocurrencias, para que pinten dibujos con soles sonrientes y cabello despeinado, como suelen ser los soles que veo en sus dibujos, para que canten canciones que inventan en el momento poniendo en sus letras sus fantasías de elefantes que hablan y perros que vuelan. Los niños no nacen para morirse por balas y cuchillos antes de tiempo.

Quería escribir sobre las experiencias extraordinarias de “planes vacacionales solidarios” que he visto en Ciudad Guayana, me parecía un buen tema para este mes, pero la muerte de estos niños me hizo cambiar de tema, porque pienso en las madres, pienso en las maestras que verán los pupitres vacíos el próximo año escolar, pienso que si no reacciono con dolor y con rabia, puede ser el inicio de estarme acostumbrando a hechos que no son normales. La violencia es un virus mortal que nos ha ido invadiendo silenciosamente sin generar “alerta roja”, que generan otros virus. Hay que trabajar por el derecho de los niños a llegar a adultos, por el derecho a morir en una cama y no en la calle al ir a la bodega a comprar chucherías, o jugar en el patio de su casa.

La sociedad venezolana está corriendo el riesgo de sufrir una epidemia generalizada de adormecimiento de todos los sentidos: no escuchar, no ver, no sentir, no moverse. ¿Será que no nos damos cuenta del riesgo que corremos todos?

Definitivamente, cinco, siete, nueve o diez años, no son edades para morir, es más, un niño muerto de manera violenta no es un número más, es un niño menos porque alguien lo mató, eso tiene que obligarnos padres , madres, abuelos y abuelas, a educadores, medios de comunicación a actuar a favor de la convivencia pacífica que permitan que los pequeños lleguen a grandes, eso tiene que obligar a Estado a crear Políticas Públicas que defiendan de manera integral a la población infantil, que la infancia sea para contar cuentos y no para funerales.

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