Por Luis Ugalde s.j.
Los obispos venezolanos cierran el mes de mayo con un documento muy difícil de rechazar como falsificación de la realidad nacional. Recomendamos leerlo íntegro. De manera apretada reproducimos en nuestro corto espacio párrafos claves con subrayados nuestros. La Conferencia Episcopal nos habla de una “dramática situación de dolor, violencia y sufrimiento que padece la inmensa mayoría de los venezolanos y que hemos calificado como moralmente intolerable. La presencia de la pandemia no ha hecho sino poner en evidencia las múltiples carencias que sufre el pueblo y la incapacidad de dar respuestas adecuadas”. (2)
Después de reconocer y agradecer a los que trabajan con riesgo y medios insuficientes en el área de salud y también el gran comportamiento cívico de la mayoría de los venezolanos acatando la cuarentena, mostrarse de acuerdo con algunos aspectos de la actuación del gobierno y apuntar hacia la necesaria y cautelosa reactivación, pasa a lo más grave, que es anterior con el agravante de la pandemia en nuestro país.
Escuchan “un inmenso clamor que sube al cielo ante el desamparo de millones de hombres y mujeres sin recursos económicos, sin comida, sin medicinas, sin trabajo, sin servicios adecuados de electricidad, agua, transporte, gas doméstico y combustible” (8). “Nuestro pueblo, todo, sin distinción, está inmerso en una cadena de calamidades” (6). “Económicamente vemos al país a la deriva, sin planes económicos ante la posibilidad del cierre de empresas y que muchos trabajadores queden sin empleo; igualmente ocurre con los trabajadores de la economía informal” (7). “El país está cerca de una quiebra económica de grandes proporciones” (7). Por lo cual, la Conferencia Episcopal concluye “es inaceptable que continúe la situación que vivimos” (8).
Urge “una acción moral de gran calado, una sacudida ética y una convergencia político-social que nos encauce hacia el deseo común: un cambio fundamental” (8). “No es eliminando al que piensa diferente que se saldrá de esta crisis, sino incluyendo en la búsqueda de soluciones concertadas a todos los factores políticos y a las distintas instituciones que hacen vida en el ámbito nacional…” (9). “Venezuela no podrá salir de esta situación, si todo el pueblo no interpela definitivamente a las autoridades y al conjunto del liderazgo político, social y cultural y se declara en emergencia nacional. Es urgente superar la actual exclusión política, social, económica y hasta espiritual, con la conciencia y voluntad inequívocas de un cambio fundamental acordado con el máximo de legalidad y legitimidad, sin violencias y en paz. Para ello, urge lograr la reconciliación y el perdón, construyendo caminos de justicia y vida. Necesitamos un nuevo clima espiritual y liderazgos renovados que, superando la corrupción y el fraccionalismo, sean capaces de inspirar y movilizar los ánimos y el trabajo creativo de todos” (9).
“Llamamos, pues, escuchando a nuestro pueblo, a un acuerdo nacional inclusivo de largo alcance que salve a Venezuela de la gravísima crisis en la que se encuentra sumergida y a iniciar procesos para rescatar y recuperar el país social, política y económicamente. Dejar el radicalismo y el favoritismo para pensar en los demás, en los pobres, en los olvidados de siempre, para que Venezuela vuelva a tener esperanza en la que todos cabemos sin distingos. La insostenibilidad moral de la situación actual exige ese cambio radical, ir a la raíz, al fondo, en función de la vida, libertad, solidaridad, fraternidad, exigidas por el Dios del amor y por la confesión de fe en la dignidad y fraternidad humanas. El mejor aporte que como ciudadanos podemos hacerle al país, es que desde nuestras instituciones sociales acompañemos la búsqueda de una salida, que necesariamente pasa por la inclusión de todos, el diseño de un nuevo modelo de país y la conformación de instituciones públicas, con valores democráticos, que sirvan al pueblo y procuren el desarrollo humano integral y social” (10).
Los obispos, aunque quisieran no pueden decir más. Ahora hace falta que el régimen reconozca esta dramática realidad que ninguna propaganda puede ocultar y que se agrava de día en día. Somos el país con menor salario, mayor hiperinflación, mayor decrecimiento de la producción, más incremento de la pobreza y mayor huida del país. Reconocerlo es un paso imprescindible para curar al enfermo grave, sin engañarse diciendo que se trata de un simple resfriado. Su solución requiere un nuevo gobierno inclusivo y legítimo, nuevo régimen con apoyo nacional masivo y con relaciones internacionales con todas las naciones, libre de sanciones de castigo contra el actual régimen de mal común y con apoyo humanitario a la reconstrucción democrática del país.