Revista SIC 202
Febrero 1958
Una hora solemne de su historia comienza a vivir Venezuela a las 2 de la madrugada del 23 de enero, ante el derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez.
Seria pecado imperdonable desperdiciar una oportunidad política, de excepcional trascendencia, lograda por una revolución cívica, cuyo primer fulgor se atisbó en la Carta Pastoral publicada el Primero de Mayo por el Señor Arzobispo de Caracas; cuyo primer estallido fue la revuelta estudiantil del mes de noviembre, secundada por la adhesión de muchos miembros del clero y de selectos grupos de la juventud militar; cuya profundidad revelaron a los más obtusos espectadores nacionales y extranjeros los manifiestos sucesivos del sector intelectual, comercial, financiero y obrero; y que acaba de culminar en el derramamiento de sangré heroica por el bravo pueblo de Caracas en un saldo de varios centenares de muertos y más de mil heridos graves.
Para los que vivimos entrañablemente el amor y el dolor de Venezuela resultan espectáculos consoladores los que acabamos de mencionar con orgullo. Temíamos que las sucesivas dictaduras, los forzados silencios, la inactividad, la castración de los ideales, las tentaciones de corrupción administrativa y moral, los premios a la adulación, los vejámenes y las torturas de los audaces y de los valientes nos fueran sumiendo lentamente en una degeneración de fanecas consecuencias, oprobio de la Patria de Bolívar. Confesaremos que el espectáculo de una juventud, preocupada, al parecer, exclusivamente del placer y del confort; de los profesionales empeñados en una carrera de fácil conquista de tipo económico; y hechos concretos como la profusa lista de vergonzosas adhesiones, recogidas corno anticipo del ridículo plebiscito del 15 de diciembre, que parecían abarcar a todas las clases sociales —exclusión hecha significativamente del clero Nacional— nos iban sumiendo en una tristeza, que nos arrancaba del alma una expresión, que fuera plagio de Unarnuno ante el desastre de la Segunda República Española: “Me duele Venezuela”.
Caracas —aparentemente la más adormecida con los halagos, las obras suntuarias, las facilidades del placer— nos ha desmentido. Al comprobar que hay vigor juvenil, amor del ideal y capacidad de una tenacidad heroica en el bravo pueblo, el alma se abre jubilosa a las más risueñas esperanzas.
Con sangre generosa se conquistó la libertad. Corresponde ahora a la Junta de Gobierno la delicada misión de presidir, con tacto y prudencia, la convalescencia del maltrecho organismo del Estado.
Educación para la libertad
En Pedagogía se defiende muy justamente que uno de sus fines es preparar al educando, con el gradual ejercicio de la libertad, para el recto uso de la libertad. Sería ingenuo caer en la utópica y ya superada teoría de Rousseau sobre la bondad natural del hombre. Nosotros sabemos muy bien, que, después del pecado original, el hombre tiene inclinaciones buenas y malas. Educarlo, supone desarrollar las tendencias nobles y corregir las perversas. Muy acertadamente la Junta de Gobierno ha impuesto el toque de queda; y los partidos políticos, aleccionados por la experiencia, han proclamado una tregua y propugnan, con loable unanimidad, una campaña de unidad nacional. El bravo pueblo de Caracas y muchas ciudades del interior padecieron en la primera euforia de liberación, una auténtica borrachera de libertad con manifiesto peligro de que degenerara en libertinaje. La historia se repite desde la Revolución Francesa; y fuera torpeza no haber aprendido aún su lección. Los saqueos, la caza de los torturadores y otras manifestaciones populares son perfectamente explicables, pero dignas de total reprobación. Todos los hombres de bien, cuantos actuaron heroicamente en la Revolución, no por motivos egoístas, sino por nobles ideales del bien común… los estudiantes, los intelectuales, los profesionales, los maestros… se han colocado junto a la Junta de Gobierno en un nuevo gesto de pacificación, que no es menos admirable que la propia revolución heroica que culminó en la masacre del 21 de enero.
Sanar las heridas, encauzar los odios y las venganzas hacia la Justicia y las exaltaciones hacia el equilibrio es la misión de la Junta y de todos los espíritus superiores por su cultura o por innata nobleza de corazón; educar al pueblo, con el uso gradual de la libertad, para el recto uso de la libertad.
La lección de tres dictaduras
Hemos presenciado el derrocamiento de tres dictaduras: la de un hombre: el ganadero Gómez; la de un partido: Acción Democrática; la de un grupo afianzado en un aparato policial terrorífico; el triunvirato Pérez Jiménez- Vallenilla Lanz- Pedro Estrada. Al derrumbarse las dictaduras aparecen patentes sus errores. Acción Democrática abusó de la demagogia; deseducó al pueblo halagando sus instintos de pereza, petulancia e improvisación; y creando una casta privilegiada: los miembros del partido, armados de pistola, dictadores de los barrios, de los municipios, de los sindicatos y de las oficinas del Estado. El recién derrocado triunvirato cargaba hace tiempo con tres lacras fundamentales: el más grosero peculado; el sadismo de la Seguridad Nacional; y el irrespeto a la persona humana. ¿Volveremos a recaer, tras corta euforia y nobles propósitos, en los mismos errores?
Jerarquización de los problemas nacionales
Sería mezquina miopía no reconocer en el derrocado Gobierno de Pérez Jiménez algunos aciertos y certeras iniciativas: el embellecimiento de Caracas y muchas ciudades del interior; la construcción de autopistas y carreteras; la iniciación de la red de ferrocarriles y obras de riego; la mecanización de la agricultura; la creación de industrias nacionales. se dirá que se realizaron algunas de ellas en forma arbitraria, desorientada y contraproducente como los bloques de los cerros de Caracas; que casi todos ellos alcanzaron costos duplicados y triplicados; y que los mas se utilizaron como oportunidades para pingues primas y jugosas comisiones. Pero se realizaron. Otro error fundamental habría que señalar en estas empresas de “transformación del medio físico” y en la fatua propagada exhibicionista que de ella se hizo: el concederlas una indebida primicia o prioridad. Lo señalamos repetidamente en SIC en la medida en la que se nos toleraba hablar. Lo delato con singular valor el decano del Cuerpo Diplomático, el Señor Nuncio de Su Santidad, al felicitar en los primeros días de enero al nuevo Ministro de Relaciones Interiores. Monseñor Forni dijo la siguiente verdad cuando era peligroso decir las verdades:
“No debemos olvidar jamás que el medio físico tiene una gran influencia sobre el piano de la prosperidad humana, pero no forma en si parte integrante de la estructura personal misma; excelente como servidor, sería sumamente peligroso si nos constituyéramos sus servidores. La Sagrada Escritura es clara al respecto: el Señor Dios puso al hombre en el paraíso para que lo cultivase no para que se hiciese su esclavo. El medio físico por sí mismo no podrá resolver el problema de la vida humana, si el hombre como tal no alcanza a encontrar en sí mismo, en su economía interna y en el consorcio de los hombres, todos limitados, el fundamento sólido para lograr sus fines —como la historia de los pueblos lo comprueba— los intentos humanos dirigidos a una solución radical del problema que a todos nos concierne, deben asumir una orientación vertical: hacia Dios y con Dios”.
La atención casi exclusiva a la transformación del medio físico trajo el olvido casi total del esfuerzo por robustecer los valores espirituales y morales. Se gastaron cifras astronómicas —entre lo que se robaba y se aprovechaba— para los Ministerios de Obras Públicas y Defensa. En cambio, Educación, Justicia, y aún Sanidad y Agricultura contaban con presupuestos proporcionalmente ridículos. Por ejemplo, se mermaba por días la asignación para los comedores escolares y para las diversas obras que patrocinaba la Junta de Beneficencia. Sus directores tenían que hacer milagros de administración. Pero se gastaban 10 millones en los lupanares de La Orchila, en el nuevo Hipódromo, en Hoteles y casas nocturnas de placer; y las paredes de la Petroquí171ica costaban 700 bolívares metro cuadrado.
Vivimos un instante crucial, en el que sería justo detenernos a meditar sobre la jerarquía de nuestros problemas nacionales. Nosotros los catalogaríamos en el siguiente orden:
1 —Protección a la institución familiar—Lo que nos llevaría la revisión del matrimonio civil previo al religioso; a la limitación o eliminación del divorcio; a la investigación de la paternidad; a la implantación de una política nacional de salarios familiares; a una campaña, igualmente nacional, en favor de la vivienda, sobre todo rural.
2 — Sinceridad en la Política Nacional —Reconociendo que le corresponde en primer término a la familia, sería fundamental para el Estado Venezolano el proteger la educación privada, que ahorra enormes dispendios al erario publico y facilitarla la solución de este pavoroso problema que desde hace meses viene delatando SIC; hay en Venezuela 600 mil niños sin escuela, en edad escolar. Hacen falta 10 mil maestros y 10 mil aulas de 60 alumnos cada una, si no hemos de aumentar el ya grave catálogo de nuestros analfabetas. Nadie nos discutirá que este problema, cultural y social es incomparablemente más urgente que la decantada transformación del medio físico. Sacrificando un poco el fausto de nuestros nuevos edificios escolares, urge llevar la educación elemental a todos los hijos de Venezuela. Si es necesario importando maestros. En consecuencia, urge multiplicar las normales; y junto a ellas las Escuelas Técnicas Profesionales.
No debe escatimarse tampoco la dotación económica de institutos sanitarios de revolucionaria trascendencia para el futuro de la patria; el de Malariologia; el de Nutrición; El Consejo Venezolano del Niño… Podría decirse de ellos que merecen la primicia que la medicina preventiva va alcanzando sobre la medicina quirúrgica.
Llegaríamos después, sin negarles importancia básica, a las empresas relacionadas con la transformación del medio físico: la red de carreteras y ferrocarriles, obras de riego, mejoramiento de la cría por importación de sementales selectos; intensificación y perfeccionamiento del cultivo de café, cacao, maíz, caña, algodón, ajonjolí y otros productos agrícolas; y la creación de industrias nacionales.
Solamente en la última escala debe preocuparnos la modernización de equipos para nuestras Fuerzas Armadas; ya que en pocos años pasarán a ser anticuados y porque felizmente no se ciernen sobre la patria especiales peligros de conflictos armados.
En otro aspecto importantísimo de la vida nacional nos felicitamos por el retorno a la libertad de prensa, sin la cual es imposible la crítica constructiva de las iniciativas oficiales. Siempre que esta y otras libertades no “degeneren en libertinaje, en propagandas del mal, del error y de la calumnia. Y… la libertad de asociación, particularmente de la sindicalización obrera, absolutamente autónoma y sinceramente libre de la presión del Gobierno y de los partidos políticos.
Si hubiéramos de poner especial énfasis en algún punto de este vasto programa, señalaríamos la necesidad de arrumbar al archivo de las cosas envejecidas e impracticables la Ley de Patronato Eclesiástico, nunca reconocida por el Vaticano y sólo utilizada por nuestros Gobiernos en los casos de vejación a la Iglesia.
Muchas veces hemos hablado en estas páginas editoriales de la Venezuela adolescente, y los problemas inherentes a su período de radical transformación.
Hoy debemos añadir que un Pueblo juvenil de brillantísimas posibilidades para el futuro acaba de salir de una gravísima dolencia. A las preocupaciones normales debe sumarse ahora la delicada solicitud por su convalescencia.
Para leer la versión original puede ingresar al siguiente enlace:
http://gumilla.org/biblioteca/bases/biblo/texto/SIC1958202_59-61.pdf