Alfredo Infante sj
Hoy primero de marzo, a las 10 am, hace 25 de años, cuatro jóvenes jesuitas fuimos torturados por la policía metropolitana (antigua PM) en plena vía pública. Es pertinente traer a la memoria este acontecimiento como señal de que la represión de cualquier signo y tinte, es irracional y atenta contra los derechos humanos fundamentales. El que escribe vive para contar y conservar la memoria, a modo de solidaridad, con todas aquellas familias que después de 25 años continúan en la lucha contra la impunidad. Así aconteció: (ver revista SIC 362-363)
<<Primero de marzo de 1989, pocos días después de los sucesos del 27/F y con las garantías suspendidas, cinco jóvenes jesuitas vivimos una experiencia limite, fuimos torturados a la luz del día y en plena vía pública ¡la muerte rozó nuestras caras! Nuestro delito: saludarnos, ser jóvenes y, para rematar, tres de nosotros morenos y de cabellos crespos. Pero, ¿cómo transcurrió todo?
En casa teníamos el hábito de hacer una compra general a principio de cada mes. Al ser final de mes, en la despensa de nuestra casa solo contábamos con algo de alimentos, no suficientes para una comunidad de 20 personas ¡economía de guerra! Comenzamos a racionar lo poco que teníamos y, de todos modos, para el primero de marzo sólo contábamos con lo necesario para el día. Con las garantías suspendidas y la ciudad colapsada, salimos en búsqueda de un lugar donde hacer una pequeña compra ¡La necesidad obliga! Recuerdo que al salir esa mañana comentamos: “Qué cosa, el 27/F nos agarró desprevenido”.
Al salir prendimos la radio, “Fe y Alegría” estaba informando que en el mercado de Coche se estaban vendiendo racionadamente algunas cosas. Ni cortos ni perezosos, fuimos hasta allá. La larga cola de gente y el ambiente de potencial violencia frustraron nuestro intento. Decidimos regresar. A los minutos de haber dejado Coche, Radio Fe y Alegría anunciaba el cierre del Mercado de Coche a causa de una balacera. Hicimos silencio, nos miramos las caras y alguien comentó “ uf, de la que nos salvamos!”
Poco después, a la altura del puente del distribuidor de Los Flores, vimos a Joseito (hoy rector de la UCAB) y al negro Armindo, que venían del metro hacia su casa, nos alegró verlos, detuvimos el carro, comenzamos a saludarnos y a echarnos los cuentos ¡Qué poco duró nuestra tertulia callejera! Al cabo de un minuto, nos encontrábamos cercados por siete efectivos de la PM, enmascarados y sin identificación. Sin preguntar nada comenzaron a robarnos y a torturarnos: patadas, puñetazos, cachazos, tric-trac de armas cerquita de nuestras cabezas. Todo esto acompañado de groserías e insultos, donde el más delicado era “ comunistas coños de madres, los vamos a matar”. Si ensañamiento llegó a tal punto que intentaron lanzarnos, al negro Armindo y a mí, del puente hacia el autopista.
No sé qué pasó pero, gracias a Dios, decidieron no matarnos. Le entregaron el carro al catire Eduardo para que siguiera su camino. A joseito, Armindo, Gustavo y a mí nos dijeron “a correr coños de madres”, al tiempo que disparaban sus armas. No corrimos porque durante esos días había francos tiradores apostados encima de los edificios dispuestos a ensayar su puntería. Caminamos en fila india, escuchando el silbido de las balas sobre nuestras cabezas, mientras pensábamos “este saludo casi nos cuesta la vida”.
Esta experiencia no fue un hecho aislado ni limitado a los sucesos del 27/F. Basta echar una mirada a los informes que sobre Venezuela, especialmente después del 27/F, han venido presentando las distintas organizaciones de DD.HH. Este hecho concreto expresa cómo en Venezuela el concepto estabilidad y paz social, en la práctica, ha esta ordenado en contra de la vida >>
Cualquier semejanza con la realidad actual es mera coincidencia. Parece ser que el irrespeto a los derechos fundamentales, y, la impunidad, son notas características del modo cómo se ha ejercido y ejerce el poder en Venezuela. La sistemática violación a los DD-HH transversa a la cuarta y quinta república. Necesitamos, por un lado, una conversión en el ejercicio del poder político, y, por otro lado, una sociedad civil fortalecida que se haga respetar porque el respeto a los DD.HH es la base para una convivencia digna y pacífica.