El provincial de los jesuitas en Venezuela señala que los resultados del 6-D mostraron que la gente rechazó el argumento de la guerra económica como excusa para explicar la severa crisis del país
La Compañía de Jesús cumple un siglo de presencia en Venezuela. Desde que en 1916 llegaron de manera casi clandestina por el puerto de La Guaira dos sacerdotes de la orden para asumir las riendas del seminario de Caracas, la organización ha consolidado una obra en la que destacan instituciones educativas como Fe y Alegría, colegios como el San Ignacio de Loyola, las universidades Católica Andrés Bello, Católica del Táchira y el Instituto Universitario Jesús Obrero, además de iniciativas de referencia como el Centro Gumilla y el Servicio Jesuita a Refugiados, por nombrar solo algunas.
Al sacerdote Arturo Peraza, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela, le ha correspondido desde 2009 desempeñarse como provincial de los jesuitas en el país, una temporada que se inserta en una época en la que, afirma, el peso de la Iglesia Católica sobre la vida pública venezolana ha ido en aumento. “Eso no significa que en lo interno de la Iglesia no haya diferencias porque se reproduce también el esquema de polarización del país. De hecho, es un cuerpo complejo de entender y esas diferencias se expresan dentro de la Compañía, donde la gente tiene libertad de opinión”.
Pone como ejemplo de esas posiciones opuestas los casos de los sacerdotes Luis Ugalde, conocido crítico del chavismo, y Numa Molina, cercano al gobierno. Señala que hay una contradicción fundamental en la propuesta socialista del chavismo: “En lugar de descubrir que el camino es a través de la economía, que es lo que predicaba Marx, usa una superestructura ideológico-política para abordar la realidad”.
––¿Los resultados electorales se pueden leer como una pérdida de legitimidad del gobierno?
—Claro, lo que la gente ha dicho es que el modelo económico que se ha aplicado en el país no es aceptable. El problema ha sido la economía sentida en carne y hueso: las colas, la escasez, la inflación; hay un conjunto de factores que han afectado la cotidianidad, no son unos números abstractos sino lo que se está viviendo en la calle. Sorprende que el gobierno insista en el argumento de la guerra económica cuando la gente le ha dicho de manera muy clara que lo responsabiliza directa y personalmente de la crisis. El gobierno debe asumir responsabilidades, no puede seguir jugando a echarle la culpa a otro.
—No se ven señales de un cambio de discurso, tampoco una intención de rectificar.
—Es cierto, pero también hay que decir que está muy reciente el proceso electoral. Apenas han pasado dos semanas y, como siempre ocurre en este tipo de situaciones, estamos empezando una etapa de duelo y la primera fase es la negación. Ojalá pasemos pronto a las siguientes fases, que implican la negociación y aceptación de la realidad. Es insólito que al gobierno le sorprendan los resultados porque todas las encuestas los venían anunciando, pero también hay que decir que hemos vivido situaciones semejantes. Por ejemplo, en las elecciones de 2004, cuando los sondeos decían claramente que el presidente Hugo Chávez iba a ser ratificado, la oposición jugó también a esta misma negación de la realidad, a decir que hubo un fraude, cualquier cantidad de cosas que no tenían sentido, al igual que lo que dice ahora el gobierno: no puedes tener 2 millones de votos de diferencia y decirme que vamos a averiguar si hubo un fraude.
—No parece que sea posible dar tiempo cuando lo que se pronostica es una agudización de la crisis.
—Allí se hace evidente la necesidad del diálogo entre el gobierno y la oposición y que esto no se convierta en una batalla de poderes, sino en una estructura que permita conseguir soluciones concretas a los problemas de la gente. De lo contrario, estás cocinando una olla con resultados inciertos. Además, preocupa mucho que el lenguaje de los temas militares no sea nada claro, eso de que van a regresar a los cuarteles, ¿qué quiere decir? El tema de militares y civiles es dialéctico en Venezuela y ese tipo de afirmaciones no ayudan mucho a resolverlo, menos en unas condiciones de olla hirviendo.
—¿Las señales de una intención de diálogo del gobierno podrían comenzar por la liberación de los presos políticos?
—Lo mejor sería que tuviéramos una Navidad sin presos políticos como signo de diálogo, pero la verdad es que dadas las posiciones que ha ido asumiendo el gobierno suena difícil y complicado. Porque lo cierto es que el Ejecutivo se ha cerrado una puerta frente a sus seguidores y a la sociedad venezolana, y es muy lamentable porque muy bien pudo haber sido un canal. Hay que recordar que se ha vendido a través de los medios públicos una imagen de los presos políticos como una suerte de monstruos, atribuyéndoles una cantidad de hechos y de delitos que jurídicamente no han sido imputados. A Leopoldo López, en concreto, no se le ha imputado ningún delito de homicidio, luego no puede haber un delito de lesa humanidad o de violación de derechos humanos.
—¿Cuál sería el camino que se debe seguir en este caso? —Lo más sensato para el gobierno sería dialogar con sus grupos internos. Hay que entender que el camino del diálogo es el indicado para Venezuela como lo ha sido, por ejemplo, para Colombia, que lo ha conseguido en condiciones mucho más graves que las nuestras. Ellos han logrado hacer viable una sociedad que 50 años de guerra hacían inviable. Nosotros estamos muy lejos de llegar a eso. Entonces cómo no vamos a ser capaces de alcanzar un mínimo de acuerdos que requerirían entre otras cosas vivir lo mismo que la sociedad colombiana: mecanismos de amnistía, perdón, justicia transaccional. Algo similar sucedió en Centroamérica luego de las guerras de la década de los ochenta, a pesar de que la cantidad de muertos fue infinita. Nosotros no hemos tenido una guerra, hemos tenido escarceos y algunos enfrentamientos con resultados muy lamentables de muertos y lesionados. A lo que voy es a que no hemos experimentado las dimensiones de otros conflictos, tenemos mayor capacidad para dialogar. Es necesario recordar que no negocias en función de ti mismo, sino del interés colectivo. |
—¿El gobierno se tiene que preparar para la alternabilidad en el poder?
—Es parte de la democracia como bien le dijo Lula da Silva al presidente Maduro.
Aunque en el siglo XIX los jesuitas no tenían presencia en Venezuela (habían sido expulsados de los territorios americanos bajo dominio del Imperio español en 1767), José Tadeo Monagas firmó un decreto para sacarlos del país en 1848. El provincial de la Compañía, Arturo Peraza, destaca con una sonrisa que aquella decisión nunca fue derogada, aunque por supuesto, aclara, hace mucho que dejó de ser compatible con el ordenamiento jurídico. Lo ve como un hito más en una larga historia de anticlericalismo, en la que incluye las persecuciones contra la Iglesia que protagonizó el Liberalismo Amarillo, papel que luego desempeñaron las ideas vinculadas con el positivismo en la primera parte del siglo XX y con el socialismo en la segunda mitad de la centuria pasada.
“Si algo descubrió el proceso marxista latinoamericano es que enfrentarse con la religión no solo era inútil sino perjudicial. El mismo Fidel Castro va a descubrir esto, que se ve de manera clara en la revolución sandinista. Pero sin duda es Hugo Chávez el que va a utilizar el mesianismo político-religioso como una estructura de su modelo, de hecho su final es un final religioso y eso explica que progresivamente su gobierno haya ido bajando el tono de agresión contra el clero”, dice.
En este momento, opina, se ha desvanecido la confrontación con la Iglesia. “El gobierno ha asumido la actitud de no contestar prácticamente nada, porque sabe que le resulta contraproducente desde el punto de vista político”.
Fuente: Entrevista para El Nacional