Antonio Pérez Esclarín
Hace un par de días, Juan Pablo Guanipa, diputado electo a la legítima Asamblea Nacional, y Gobernador del Zulia según la voluntad mayoritaria del pueblo zuliano, fue detenido por sujetos armados no identificados, presuntamente miembros de algún cuerpo de seguridad del Estado, mientras se encontraba en actividades políticas completamente pacíficas en el barrio Los Cactus del Municipio San Francisco.
Si bien fue liberado al poco rato, Juan Pablo Guanipa denunció que tanto él como sus compañeros fueron maltratados y golpeados. No podemos permitir y mucho menos acostumbrarnos a que hechos como este sean considerados normales, pues evidencian una conducta autoritaria y claramente anticonstitucional y antidemocrática.
No olvidemos que la genuina democracia es un poema de la diversidad, que no sólo tolera sino que celebra las diferencias. Precisamente porque todos somos iguales, todos tenemos derecho a pensar y actuar según nuestra conciencia (cosa que algunos parecen haber perdido), dentro de las normas constitucionales y los derechos humanos.
Más allá de que violaron el artículo 200 de la Constitución que garantiza la inmunidad parlamentaria del diputado Guanipa, fueron también violentados otros derechos fundamentales como el de libertad de expresión, de desplazamiento y de que nadie puede ser detenido sin una orden judicial. Pero lo que verdaderamente resulta intolerable es que el amedrentamiento, los golpes y la violencia se conviertan en el modo normal de hacer política.
La violencia es la más triste e inhumana ausencia de pensamiento. Valiente no es el que amenaza, agrede o golpea, sino el que es capaz de dominar sus propias tendencias agresivas y las convierte en canal de encuentro y construcción de vida. Sustituir amenazas por argumentos es hacer que triunfe la sinrazón y la barbarie.
Como dijo Unamuno cuando fue detenido por las hordas fascistas del franquismo “Venceréis, pero no convenceréis”. Si la política se degrada a conductas de guapos y apoyados que gritan sus razones con las bocas de sus armas, estaremos cavando una tumba a la convivencia, el respeto y la verdadera democracia.
Se podrá estar de acuerdo o no con la decisión de Juan Pablo Guanipa de no querer juramentarse ante la Asamblea Nacional Constituyente, por considerarla ilegal e ilegítima, lo que permitió que llegaran al poder en el Zulia personas que nunca lo hubieran logrado si realmente funcionara la democracia; pero con esta actitud, ciertamente discutible, Guanipa demostró coherencia, humildad y un gran desprendimiento.
Después de su liberación, Juan Pablo Guanipa se apresuró a afirmar que estos hechos, en lugar de amedrentarle, fortalecen su decisión de seguir trabajando con decisión y entrega por rescatar a Venezuela mediante métodos no violentos. No me cabe la menor duda de que lo seguirá haciendo. Si algo le sobra a Guanipa es coraje, amor a esta tierra, valor y una ética a toda prueba, ética que no parece abundar mucho en la mayoría de los políticos.