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A exceso de velocidad y en contravía

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Javier Contreras

El título incluye dos hechos imprudentes a la hora de conducir, peligrosos de forma separada y fatales cuando se presentan al mismo tiempo. El gobierno venezolano ha tomado la opción, desde hace años, de “manejar” el país sin hacer caso de las recomendaciones que la mínima sensatez sugiere, y ha decidido entrar en una carrera frenética sin otro punto de llegada que el desastre para su proyecto político y el sufrimiento para todos los venezolanos, incluso los que son afectos a sus propuestas.

Velozmente ha profundizado el deterioro en las condiciones de vida de la sociedad, haciendo que las más elementales rutinas sean una odisea, y llevando al límite de la imposibilidad adquirir alimentos y medicinas, bien por la escasez o bien por los elevados precios. En consecuencia, la normalidad cotidiana no existe hoy, al mismo tiempo que crecen fenómenos como el de la desnutrición (sobre todo la infantil), las muertes evitables y la crisis del sector salud.

Contrario a su obligación, el gobierno se ha empeñado en obstaculizar todos los canales que pudieran descomprimir la situación. Eliminación y retraso de procesos electorales, negativa a permitir la entrada de alimentos y medicinas por otras vías que no sean las manejadas por ellos (instancias que han fracasado en cuanto a su objetivo de abastecer, pero que han sido muy eficientes en generar corrupción a gran escala que ha beneficiado al pequeño grupo de funcionarios encargado de las importaciones, así como a ciertos empresarios que se han alineado con el gobierno) y, como colofón del equivoco, represión brutal, sistemática y refinada marcan la actuación de los cuerpos de seguridad, oficiales y paramilitares (colectivos armados), en contra de los millones de venezolanos que manifiestan su descontento en todos los puntos del país.

No puede sorprender a nadie lo que hoy vive Venezuela. Basta con esta breve descripción para reafirmar algunos de los rasgos que hoy caracterizan el día a día de un país que se enfrenta a un gobierno irracional; así es, el conflicto no es entre ciudadanos “buenos” y ciudadanos “malos”, el conflicto es entre personas concretas, con historia y deseo de futuro, que se enfrentan a la pretensión de permanecer en el poder que hoy encarna Nicolás Maduro y su círculo.

Está claro que no hay límite para el gobierno. Detrás de un discurso cínico que alude a la legalidad, que dice querer paz y abrir espacios para el encuentro, lo que se encuentra, actualmente más desnudo que nunca, es la arbitrariedad, el desconocimiento del otro, el irrespeto al dolor y la frustración de millones de venezolanos que son catalogados de terroristas, traidores e imperialistas por el hecho de exigir elecciones transparentes, respeto a las normas y mejora en las condiciones de vida.

La dirigencia política opositora debe hacer gala de inteligencia, reflexión y claridad de objetivos, no exclusivamente para la articulación de marchas y protestas, ejercicios legítimos que no pueden ser reprimidos por nadie; se alude al plan país, a la lucidez que los convierta en referencia de acompañamiento y canalización de demandas, sin caer en el error de tratar de sustituir a la gente creyéndose los “iluminados” que han de ser tutores de los sujetos.

Ese equilibrio no le importó al gobierno, y así le fue; ojalá que este también sea un aprendizaje para la clase política que ha de emerger de esta situación, de lo contrario, este artículo tendrá el mismo sentido y la misma pertinencia en unos cuantos años.

 

 

 

 

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