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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

En Venezuela su población vive dos realidades distintas

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Por Carlos Torrealba.

Foto archivo WEB

En los estados Táchira y Zulia, por ejemplo, su población está siendo duramente castigada por el mal estado y la interrupción frecuente de los servicios públicos, particularmente con la luz y el agua, además del severo desabastecimiento y racionamiento de la gasolina y su impacto en el transporte.

En el caso del Táchira, que conozco más de cerca a través de familiares que habitan en San Cristóbal, su población para poder hacer frente a la sobrevivencia no tiene otra alternativa que vivir un viacrucis diario al pasar la frontera con Colombia para buscar abastecer sus hogares de alimentos y víveres, corriendo múltiples riesgos y pagando “peaje” a guardias nacionales, colectivos y paramilitares, antes por las trochas y ahora por el puente, para poder circular por ambos lados de la frontera. Ese tormento se explica, por un lado, por el desabastecimiento y escasez de alimentos y medicinas del lado venezolano y, por el otro lado, porque los precios en Colombia son más bajos, llegando hasta un 60% menos respecto a los precios en Venezuela, lo que le permite a la población estirar el poder de compra de sus escasos ingresos.

En Caracas, aún contando con servicios públicos que no disponen en frecuencia el resto del país, su población no la tiene todas consigo. Ahora ocurre que los principales supermercados están llenos de mercancías de todo tipo, pero el caraqueño promedio no tiene como comprar, porque su ingreso familiar no alcanza para cubrir la canasta alimentaria, que en mayo se ubicó en 48,10 salarios mínimos, referida a una familia de cinco miembros.

La ironía es que en las “Tiendas CLAP”, las que sustituyeron a los abastos bicentenarios, ahora en manos privadas, probablemente de algún empresario o grupo empresarial vinculado al gobierno, están repletas de una gran diversidad de productos nacionales y extranjeros que no tienen nada que envidiar a los supermercados de Colombia o de Brasil, por mencionar dos de nuestros vecinos.

Quien ahora visite la “Tienda CLAP” de Zona Rental de la Plaza Venezuela, verdaderamente se va a sorprender, ya que por efecto de la ambientación y la modernidad de sus espacios se alejará por un breve momento de la pesadilla en que se ha convertido el país. Lo triste en este caso es que la gente popular y de clase media que va a este supermercado buscando algún producto regulado, que aparece ocasionalmente, se lleva una profunda frustración en el alma al ver con dolor que los productos son inalcanzables para su presupuesto familiar.

En Caracas hay paradojas extremas. Por un lado, miles de personas hurgando en la basura y en los desechos urbanos buscando algo que comer, otros miles apenas sobreviviendo con una salario de miseria. En el otro extremo, un reducido sector privilegiado de altos ingresos satisfaciendo sus necesidades alimentarias en restaurantes de lujo o comprando bebidas alcohólicas en boutique de licores, vinos y delicateses. Este sector no tiene de qué preocuparse, sus problemas de vida están todos resueltos. Aunque viven en el país de la mayoría empobrecida, su realidad es muy distinta.

Así es ahora Venezuela. Feroz paradoja: aumenta la riqueza de pocos y aumenta la pobreza de la mayoría.

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