Jn 6,35-40
Alfredo Infante sj
Ayer, martes 17 de abril, se registraron protestas por la salud y la vida en 22 ciudades de nuestro país. También circuló un micro dramático con el testimonio de un niño venezolano en un campo de refugiados en Brasil. En medio de las carpas de lona con las siglas del ACNUR, el niño, sin ideología ni intencionalidad política, desmontaba y trituraba con su hambre la propaganda gubernamental. Su sueño de niño no anhela juguetes, sino un plato de comida. Triste. Indignante.
Nos estamos muriendo de hambre y enfermedad y, lo peor es que en Latinoamérica gran parte de los movimientos sociales y algunos nobeles de la paz, que sueñan con que otro mundo es posible, aferrados a la ideología y al discurso de RT y Telesur, piensan que nuestra hambre y enfermedades son meras estrategias contrarrevolucionarias. Nada más apartado de la realidad. No hay peor ciego que aquel que no quiere ver.
Hoy Jesús nos dice: «yo soy el pan de vida». Cuando contemplamos en los evangelios la vida de Jesús, lo vemos haciendo señales de vida: sana, libera, perdona, fortalece, anima, acoge, acompaña, da de comer etc. No cabe duda que, con su palabra, sus gestos, su praxis, nos remite al reino de la vida y la fraternidad universal.
Reino que hoy en Venezuela se niega sistemáticamente por quienes sustentan ilegítimamente el poder. Quienes creemos en Jesús, en medio de nuestras fragilidades, somos continuadores de su misión y no nos resignamos a que el reino de la muerte triunfe, y, convencidos, defendemos la vida y anunciamos su proyecto de justicia y fraternidad. Este camino llena nuestro Espíritu, no somos asalariados, lo hacemos por amor, y esta pasión por la vida nos plenifica de tal manera que saboreamos, a pesar de esta hora de tiniebla, la verdad de su palabra «el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed».
La vida eterna no acontece sólo en el más allá, en el mañana; la vida eterna acontece en el presente denso de luz, en el aquí y ahora, cuando nos afianzamos en el amor y luchamos contra el reino de la muerte, de las tinieblas. Esa paz, esa alegría interior, que fluye cuando sentimos que estamos afianzados en la esfera del amor y la vida, cuando sentimos su paz y que ningún poder nos la puede arrebatar, cuando con su luz seguimos apostando vencer el mal a fuerza de bien, eso es vida eterna, la certeza de estar con él y en él.
Desde nuestra fe, las protestas por la salud y la vida es el grito luminoso del resucitado que se levanta en contra de las tinieblas y de la opresión. A quienes por conservar privilegios atentan contra la vida, se resisten a la luz y se benefician del reino de la muerte, les dice el Señor, con realismo humano: «me han visto y no creen».
Oremos: Señor, danos siempre de tu pan, para en ti, no sucumbir y claudicar en nuestro empeño por apostar por la vida, la dignidad humana y la justicia fraterna en nuestra Venezuela.
“Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”
Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega.
Caracas- Venezuela.