Foto: El Universal.
Por Alexis Andarcia
Me he quemado varias veces con el horno de mi casa; no obstante, debo seguir recurriendo a él. Lo necesito. También, me ha pasado con otras cosas como el amor, los amigos, el trabajo, el arte y la política. Todo deja una marca, igual que el horno.
Hoy, una renovada esperanza motiva a millones de personas. Los Cabildos Abiertos, así lo expresan. El 23 de Enero, es sólo una faena mas, para el arado de ese largo camino, en la edificación de mi país; un país, tantas veces dilatado.
Tal vez, no sea yo quien lo merezca; pero, mis hijos y los hijos de los otros, sí… “Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal, porque me mató tan mal, que seguí cantando…”
Comprendo y entenderé las motivaciones de quienes apostaron y apostaran hasta el final, apoyar a un régimen comprobadamente nefasto, que choca hasta con la estética; que es un ruido a la música y un espanto para el amanecer.
“Adios, muchachos” le dije hace algunos años a mis compañeros de luchas estudiantiles, cuando optaron seguir con el “proceso”. Bellas personas que, por distintas razones, se sentaron en la silla al borde del camino, sin hacer una pausa necesaria.
Seguramente, el miedo. Miedo a perder los referentes que les dan certidumbres ¡Cómo si las certidumbres fuesen eternas! Miedo a emprender nuevos paradigmas ¡Cómo si el conocimiento fuese absoluto y suficiente! Miedo, incluso, a ser superados ¡ Cómo si ser superados no fuese lo que buscamos con nuestros hijos!
El horno de la vida calienta demasiado; aún en los grados mas bajos. Mi brazo derecho ya parece piel de tigre, así como mi corazón. Mi brazo izquierdo no tiene marcas; en mi caso, se ha mostrado inútil para hacer el pan que saldrá del horno.
Puede que vuelva a quemarme, una y otra vez; pero, la sola imaginación de ver el pan levarse, crecer y dorarse, me llevan al 23E.