Francisco de Roux
Participar en las elecciones es aceptar con realismo la sociedad y las instituciones colombianas como son y al mismo tiempo comprometerse en la lucha por hacerlas cada vez más justas
El domingo es la cita para ejercer el derecho y el deber de votar, y aunque en política se decide por candidatos y programas que nunca son perfectos, y en medio de sentimientos, opiniones e intereses muy complejos, cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de buscar en el voto el mayor bien posible para la sociedad.
Quedan tres días para acabar de madurar un voto en conciencia, tomar distancia de las campañas, que gastan millones para convencer incautos; liberarse de las encuestas, que no muestran ni el valor ni las deficiencias de los nominados, y conocer hasta donde sea posible la historia de los candidatos, su integridad moral, su experiencia administrativa, sus hábitos sociales, la procedencia y motivaciones de quienes los rodean, y particularmente su comportamiento ante la corrupción, el narcotráfico y la violencia; el origen de los fondos de las campañas y los posibles compromisos oscuros de puestos y contratos.
El voto responsable analiza los programas, la viabilidad de estos y su relación con los planes a largo plazo del país, la ciudad y el departamento; examina si el candidato es un demócrata, capaz de liderar los procesos territoriales en la ciudad y en el campo, y el manejo de los recursos para la reconciliación en los procesos que seguirán a los acuerdos de paz.
Analistas muy serios señalan que muchos de los candidatos en el país no tienen las cualidades morales ni las capacidades requeridas. En esos casos queda la posibilidad de escoger al menos malo y, si gana, mantener sobre él o ella el control ciudadano; o votar en blanco, apostando a repetir las elecciones porque en conciencia no es aceptable ningún candidato.
Ojalá pudiera disminuirse la abstención egoísta de quienes se aprovechan de la ciudad sin comprometerse con ella; o de quienes sostienen que solo votarán cuando las instituciones sean perfectas en transparencia y justicia, y mientras tanto viven de esta sociedad; o de quienes se abstienen porque hay fallas graves en el registro electoral, o de quienes cargan miedos de los tiempos en que los paramilitares imponían candidatos, como cuando mataron a garrotazos a nuestra amiga Cecilia Lazo, que se presentó para alcaldesa de San Alberto; o como cuando las Farc y el Eln prohibieron las elecciones en la cordillera de San Lucas y tuvimos que llegar ante ellos con ciudadanos de Santa Rosa del sur para exigir respeto al pueblo.
Todos los que se abstienen y los que corrompen el sistema o lo amenazan causan un costo inmenso contra la gobernabilidad de nuestra sociedad y actúan contra la confianza colectiva que depositamos el domingo en el destino de Colombia, en un acto que nos cuesta miles de millones de pesos.
Presentar libremente la cédula en la mesa y depositar la papeleta es un acto solemne en el que ejercemos la majestad y la libertad del pueblo soberano para elegir a quienes consideramos mejores, en la soledad de la urna, a donde no pueden llegar las campañas y donde la única obligación es el bien de la sociedad.
Este es el voto en conciencia ante la historia y ante Dios, por el bien de la ciudad y del país, voto que se hace en secreto para proteger la dinámica vinculante por la que cada ciudadana y ciudadano manifiesta su preferencia y acepta voluntariamente el resultado final, para contribuir, gane o pierda, con el apoyo o con la oposición seria y veraz a una construcción colectiva.
Participar en las elecciones es aceptar con realismo la sociedad y las instituciones colombianas como son, con sus defectos y posibilidades, y al mismo tiempo comprometerse en la lucha por hacerlas cada vez más justas, humanas y cuidadosas de nuestras riquezas naturales. Votar responsablemente es un acto de fe y esperanza en nosotros mismos.