Alfredo Infante sj*
En tiempo de Jesús, las leyes de la pureza se habían convertido en una gran carga. Estas fragmentaban la convivencia y distorsionaban las relaciones entre personas puras e impura. Jesús confronta severamente estas leyes por discriminatorias e injustas.
Las leyes de la pureza fueron normas de salud pública que, a su tiempo, ayudaron al pueblo a preservar la salud e higiene, pero que al ponerla por encima de las personas terminaron convirtiéndose en discriminatorias e injustas. A consecuencia de ello, los leprosos, por ejemplo, eran excluidos de la comunidad. Quien tocaba a un leproso quedaba también impuro.
También había normas que distinguían alimentos puros e impuros. Estas normas nacieron con el fin de que el pueblo de Israel preservara su identidad en medio de otros pueblos que comían carne de animales sacrificados a otros dioses, pero terminaron siendo excluyentes y discriminatorias de los extranjeros. Los fariseos eran fanáticos observantes de las leyes de la pureza, por lo que excluían como impuros a enfermos y a las personas de otros pueblos que no se ceñían a las leyes de la pureza.
Jesús confronta el fanatismo discriminatorio de los fariseos y va a lo esencial de la ley de Moisés: el amor a Dios y al prójimo. La ley al servicio de la dignidad humana. Para Jesús no hay puros e impuro; todos son dignos. Por eso, hoy nos dice: *«Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que venga de fuera puede manchar al hombre; lo que si lo mancha es lo que sale de dentro»
Jesús nos sitúa en nuestra interioridad, en nuestra conciencia, en nuestro corazón. Es en nuestra conciencia donde nos jugamos la vida. Los fariseos están tan preocupados en la perfección externa que descuidan la vida interior, el cultivo del amor al prójimo y la transparencia de la consciencia. Esto es tan neurálgico para Jesús que en otro pasaje dice «lo que rebosa el corazón lo habla la boca».
Es en la consciencia donde nos jugamos la vida y es desde allí donde brota nuestra praxis justa o injusta. Jesús hace un llamado a la conversión desde dentro, a asumir la vida con responsabilidad de corazón, a ser sujetos libres y responsables.
“Petición”: Señor, danos sabiduría para cultivar nuestra consciencia y que lo que brote de ella sean intenciones, palabras y obras al servicio de la dignidad humana y del bien común. Líbranos de discriminar a otros y de sentirnos superiores porque ante ti, todos somos iguales en dignidad.
“Sagrado corazón de Jesús, en vos confío”
Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega.
Caracas-Venezuela.