La plenitud humana sólo es posible en el encuentro. Uno se constituye en persona como ser de relaciones. Toda auténtica vida humana es vida con los otros, es convivencia. Por ello, necesitamos pasar de los otros al nosotros. La persona humana es imposible e impensable sin el otro. Como decía Camus, “es imposible la felicidad a solas”. Lo propio del ser humano, lo que nos define como personas es la capacidad de amar, es decir, de relacionarnos con otros buscando su bien, su felicidad. Lo que nos deshumaniza es vivir y morir sin amor.
Un camino para avanzar
Para avanzar en Venezuela en la necesaria reconciliación y en una convivencia respetuosa y enriquecedora, debemos superar de una vez los enfrentamientos, las amenazas, los insultos, las mentiras, y aprender a desarmar el corazón, la palabra y la mirada. Esto nos exige a todos, aprender a no agredir ni física, ni verbal, ni psicológicamente a nadie, requisito indispensable para la convivencia social. La agresión es signo de debilidad moral e intelectual y la violencia es la más triste e inhumana ausencia de pensamiento. La violencia deshumaniza al que la practica y desata una lógica de violencia siempre mayor. Quien insulta, hiere, engaña, ofende, persigue y encarcela sin motivo se degrada como persona y no puede contribuir a construir una sociedad justa y humana. La violencia no queda erradicada por haber sido aplastada por una violencia mayor. La violencia sólo engendra nueva violencia y agresividad. Valiente no es el que ofende, amenaza, persigue, golpea o domina a otro, sino el que es capaz de dominarse a sí mismo y responder al mal con bien, a la intolerancia con respeto, a la venganza con perdón, al odio con amor.
Sembradores de paz
Sólo los que tienen el corazón en paz podrán ser sembradores de paz y contribuirán a gestar una Venezuela mejor en medio de tantas violencias, injusticias y problemas. La lucha por la paz y la justicia deben comenzar en el corazón de cada persona. Ser pacífico o constructor de paz no implica adoptar posturas pasivas, sino comprometerse y luchar sin violencia por la verdad y la justicia, para que sea posible una Venezuela fraternal y un mundo donde empiece a germinar la civilización del amor. Pero no seremos capaces de romper las cadenas externas de la injusticia, la violencia o la miseria, si no somos capaces de romper las cadenas internas del egoísmo, el odio, la opresión…que esclavizan el corazón. No derrotaremos la corrupción y la injusticia con corazones apegados a la riqueza, el lujo y el tener; no construiremos genuina democracia con políticos autoritarios, aferrados al poder y sin vocación de servicio; será imposible construir una Venezuela fraternal con corazones llenos de odio y de violencia. De ahí la urgente necesidad de que todos comencemos desarmando el corazón.
Resolver los conflictos
Para desarmar los corazones es importante que aprendamos a resolver los conflictos mediante la negociación y el diálogo, de modo que todos salgamos beneficiados de él, tratando de convertir la agresividad en fuerza positiva, fuerza para la creación y la cooperación, y no para la destrucción. La calidad de cualquier institución (familia, escuela, sociedad, nación) no se determina por si tiene o no conflictos, sino por el modo en que los resuelve. Un conflicto de pareja, asumido con comprensión, puede robustecer el amor. Un conflicto social donde las partes enfrentadas tratan de resolverlo pacíficamente de modo que todos salgan beneficiados, puede ser una excelente oportunidad de avanzar hacia una sociedad más humana y más justa.
En Venezuela, necesitamos también desarmar la mirada para no vernos como rivales o enemigos, sino como conciudadanos y hermanos. El verdadero ciudadano entiende que la genuina democracia es un poema de la diversidad y no sólo tolera, sino que celebra que seamos diferentes. Diferentes pero iguales. Precisamente porque todos somos iguales y tenemos la misma y absoluta dignidad, todos tenemos el derecho de ser y pensar de un modo diferente dentro, por supuesto, de las normas de la convivencia que regulan los derechos humanos y los marcos constitucionales.