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¿Violencia delincuencial y de clase?

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crisis-y-delincuenciaMirla Pérez

Encontrarnos en la misma historia

Nos están pasando muchas cosas como país, como pueblo, como sociedad. Es imposible no detenernos a pensar la realidad para poder comprenderla y en la comprensión penetrar en el núcleo fundamental tanto de la cultura como de la situación socio-política que nos permitan ver la magnitud de lo vivido y poder actuar en consecuencia.

En esto no estamos solos, sistemas socio-políticos similares se han levantado en distintos países del mundo, acercarnos por empatía a ellos viene a ser una tarea muy útil y fecunda dado que nos permiten encontrar su naturaleza más profunda, su historia y su constitución.

En Venezuela es imposible centrar la atención en un solo problema, nombraré los más destacado y me centraré sólo en dos: pérdida de los derechos humanos fundamentales, no hay garantía de la vida sea porque nuestros índices de criminalidad son los más altos del mundo, sea porque las fuerzas represivas del Estado tienen licencia para matar en las protestas civiles y ciudadanas, sea porque morimos por falta de medicamento y alimentación, lo cierto es que la vida en su ejercicio más elemental no está garantizada.

Así nos vamos encontrando con una gran cantidad de problemas con orígenes similares, por falta de alimentación nuestros niños se desmayan, no pueden estudiar y no pueden hacer deporte, lo mismo ocurre con los más ancianos y con los más jóvenes que van a las universidades hambrientos, ¿cómo pensar en arte, ciencia, sociedad con el estómago vacío? Lo elemental, lo que no se pensaba, sino que se consumía, es hoy el problema y el gran foco de atención.

El drama humano se vive a cada instante en este país. Un país que los poderosos han hecho inviable, largas colas para adquirir alimento y medicina es el más auténtico ejercicio de la miseria, la escasez y el hambre lucen hoy como prácticas robustas y se encargan de hacernos ver cada día que este es el proyecto socialista: control social a partir del hambre.

Esta última afirmación la iré desarrollando más adelante confrontándola por empatía con regímenes de la misma naturaleza del que se nos ha impuesto desde hace ya 18 años. No es la similitud fría que da la historia vista desde lejos, se trata de ir colocando los puntos que nos hagan revivir un régimen tan sangriento como el soviético en nuestras propias claves históricas, en la empatía encontrarnos compartiendo unos mismos significados.

Lo que vivimos los venezolanos hoy es original porque un nuevo sujeto, nosotros, lo estamos viviendo, pero en la historia son prácticas que vienen repitiéndose en el mismo marco de significación: el socialismo histórico.

Este es uno de los dos problemas a desarrollar, ¿qué ha pasado en el socialismo histórico, el real, el que es posible ejecutar?, ¿son esas mismas prácticas las que hoy nos toca vivir?, ¿podemos extraer su significado y actualidad centrados en las prácticas y no en la ideología?

Un texto obligado para emprender este camino comprensivo y situado es el escrito por Stéphane Courtois, et al (Traducción 1997), que con magistral precisión histórica describe e interpreta la situación en “El Libro Negro del Comunismo”,  la base: “el crimen de masa constituido en un verdadero sistema de gobierno” de él me serviré para precisar que lo que hoy vivimos es Venezuela no es un error, no es una equivocación, es el proyecto socialista que viene practicándose en las distintas partes del mundo.

Una vez desentrañada la naturaleza del régimen me centraré en el segundo problema: los crímenes individuales amparados en un sistema político socialista y sus derivaciones en las políticas públicas; me serviré de un joven de seudónimo Libélula que ofrece su historia de vida y su lírica. Digo lírica, reproduciendo su lenguaje, que significa: integración entre el arte musical —rap— y las distintas prácticas sociales o delincuenciales.

En su lírica está toda una forma de vida que iremos encontrando y descubriendo en su complejidad.

Correlatos socialistas

Aunque la historia en el marco de un mismo sentido se produzca de un modo muy similar no significa que siempre sea una reproducción calcada de una realidad respecto a la otra, aunque los significados de fondo sean los mismos. No podemos decir que la revolución soviética sea igual que la revolución bolivariana, lo que sí podemos decir es que comparten los mismos significados y que esta última como toda revolución tratará de imponerse.

La imposición no es mecánica, cuenta con su práctica y razón, pero cuenta también con la libertad del otro (lo que busca a toda costa eliminar) que imprime un carácter de indeterminación a las determinaciones más absolutas como pueden ser las marxistas-leninistas.

Hay una noción de la cual parte Lenin y sus camaradas que es la de “guerra de clases” en el marco de una guerra civil o de la revolución de octubre. Aquí no hay metáfora, se trata de una revolución sangrienta, de una guerra en la que se elimina física y moralmente al enemigo.

La guerra como proyecto buscado y deseado, la solidez de la implementación del proyecto socialista revolucionario está en la eliminación del otro, de los distintos, de lo antagónico. “No podemos ni prometer” la guerra civil, ni “decretarla”, pero tenemos el deber de actuar —el tiempo que sea necesario— “en esa dirección”»” (1997, pp. 63-64) Allá hubo guerra, aquí hay discurso de guerra, ¿se materializará?, ¿es necesaria o basta el control?

En casi veinte años de revolución bolivariana podemos constatar por distintas vías y en diversos discursos que la guerra es la práctica más buscada. El enemigo de la revolución siempre ha estado claro: la clase burguesa, la iglesia, todo aquel sujeto o asociación que haga oposición al régimen, en esto el significado acontece del mismo modo:

De entrada, Lenin y sus camaradas se situaron en el marco de una «guerra de clases» sin compasión en la que el adversario político, ideológico o incluso la población recalcitrante eran considerados —y tratados— como enemigos y debían ser exterminados. Los bolcheviques decidieron eliminar, legalmente pero también físicamente, toda oposición y toda resistencia, incluso pasiva, a su poder hegemónico, no solo cuando esta procedía de grupos de oposición política, sino también de grupos sociales en sentido estricto —la nobleza, la burguesía, la inteligencia, la Iglesia, etc., y categorías profesionales (los oficiales, los policías…)— y confirieron en ocasiones a esta acción una dimensión genocida.

Avanzada la revolución bolchevique en el marco de una guerra civil las dimensiones genocidas fueron importantes, por su origen belicista se llega al exterminio con mayor rapidez y contundencia. En eso compartimos el mismo significado, sobre todo cuando ya hemos transitado los casi veinte años de revolución en los que vivimos un amplio boom petrolero que se agotó por exportación de la revolución y por la corrupción de la nomenclatura del partido, con su consecuente destrucción del aparato productivo burgués sin posibilidad de surgimiento de un sistema sustituto, simplemente porque no está previsto.

La fase de imposición y exterminio en Venezuela ha tenido distintos caminos, uno de los más privilegiados ha sido la represión primero masiva y luego selectiva. Hasta este momento, julio de 2016, no podemos decir que se haya producido un genocidio, pero sí podemos decir que estamos en plena crisis humanitaria por escasez de medicamentos y de alimentos que pone en peligro la vida de grandes masas humanas; ¿llegaremos al genocidio? Lo que podemos advertir es que estamos compartiendo su sentido, lo que busca el poder es primero enunciar para luego practicar. El hambre cada vez más generalizada producirá muertes, ¿las necesarias?, ¿las proyectadas no en una guerra sino para el control?, ¿exterminio humano, genocidio? Las voces solidarias con el sufrimiento serán apagadas, exterminadas.

En cada caso el objeto de los golpes no fueron individuos sino grupos. El terror tuvo como finalidad exterminar a un grupo designado como enemigo que, ciertamente, solo constituía una fracción de la sociedad, pero que fue golpeado en cuanto tal por una lógica genocida. Así, los mecanismos de segregación y de exclusión del «totalitarismo de clase» se asemejan singularmente a los del «totalitarismo de raza». La sociedad nazi futura debía ser construida alrededor de la «raza pura», la sociedad comunista futura alrededor de un pueblo proletario purificado de toda escoria burguesa. La remodelación de estas dos sociedades fue contemplada de la misma manera, incluso aunque los criterios de exclusión no fueran los mismos. (p. 31)

Quiero destacar que se trata de la práctica en una misma lógica, lo importante es la reproducción del fenómeno, aunque no del mismo modo. Estamos en la lógica del genocidio sin que sea una copia al carbón de lo que ha ocurrido en la revolución soviética. Se trata de totalitarismo como lógica y sentido, aunque varíe el sujeto, sea de razas o de clases. Tanto el genocidio como el totalitarismo se practican en los mismos significados, aunque sea diverso el modo de practicarlo.

Aparte de la guerra y sus múltiples consecuencias, tenemos el hambre, otra de las armas utilizadas por estos regímenes para lograr el control. El hambre como instrumento y estrategia para lograr el sometimiento y control de la población.

Sin embargo, subraya una particularidad de muchos regímenes comunistas: la utilización sistemática del «arma del hambre». El régimen tiende a controlar la totalidad de las reservas de alimentos disponibles y, mediante un sistema de racionamiento a veces muy sofisticado, solo la redistribuye en función del «mérito» o del «demérito» de unos y de otros. Este salto puede llegar incluso a provocar gigantescas hambrunas. Recordemos que, en el período posterior a 1918, solo los países comunistas conocieron hambres que llevaron a la muerte a centenares de miles, incluso de millones de hombres. (p. 23)

Ante este testimonio inscrito en la historia de la revolución soviética, nos vemos obligados a preguntar: ¿el hambre vivida en Venezuela, en estos momentos, es pura casualidad?, ¿agotamiento del aparato productivo o sistemática destrucción? Es evidente que su destrucción se debe a una revolución que busca la sustitución de los propietarios de los medios de producción. Guerra de clases en el fondo.

Con el hambre se busca el control, o ¿no es dominación el hecho que para poder comer haya que hacer grandes colas?, ¿será necesaria la eliminación de una cantidad importante de la población que haga “viable” la revolución?

Digamos que puede preverse una cantidad de delitos que aún no se han cometido como en otros sistemas: “Superando los crímenes individuales, los asesinatos puntuales, circunstanciales, los regímenes comunistas, a fin de asentarse en el poder, erigieron el crimen en masa en un verdadero sistema de gobierno…” (p. 16) Pero hay que advertir que pueden ser posibles y que están en la corriente de la historia de los regímenes de esta naturaleza. De los crímenes individuales y selectivos pasarán a cometer crímenes masivos, ¿cómo nos protegemos, de qué modo lo evitamos?

Lo primero es tener consciencia de que es posible anticiparnos a ello como sociedad. Por eso es importante tener presente las experiencias históricas, que no nos gane la ingenuidad como ha venido pasando con el tema de la crisis humanitaria. Una experiencia importante que nos puede ubicar en un interpretación situada es lo ocurrido en la revolución rusa donde la crueldad y el supremo valor de la revolución tuvieron la palabra: “…Debemos enviar a ese frente, el más peligroso y el más cruel de los frentes, a camaradas determinados, duros, sólidos, sin escrúpulos, dispuestos a sacrificarse por la salvación de la revolución…” (p. 74) Tener presente que lo verdaderamente importante para un revolucionario socialista es la revolución misma, su estructura como régimen, su permanencia en el poder, para ello lo moral coarta, hay que liberarse totalmente y entrar en la lógica del exterminio.

Necesario tener en cuenta la noción de justicia que se desprende de un sistema vacío de honestidad y respeto por lo distinto, tienen que proclamar la inexistencia de lo justo para destacar una noción extremadamente utilitaria de la revolución: “¡No tenemos nada que ver con la “justicia”! ¡Estamos en guerra, en el frente más cruel, porque el enemigo avanza enmascarado y se trata de una lucha a muerte! ¡Propongo, exijo la creación de un órgano que ajuste las cuentas a los contrarrevolucionarios de manera revolucionaria, auténticamente bolchevique!”. (p. 74)

¿Qué es lo enmascarado? Hay que entender que es la guerra real, pero es, también, la guerra como metáfora del mal, en el sentido que el enemigo lo es no sólo porque es el opuesto en un frente de batalla bélica, sino porque lo es en la batalla ideológica. La máscara simboliza un recubrimiento de falsa piedad o humanidad. Desde esta lógica, al burgués se le deshumaniza para poder exterminarlo, pero la burguesía es todo aquel que se opone al nuevo sistema de relaciones socialistas o de la dictadura del proletariado. “El uso de las torturas más terribles está atestiguado por las autopsias, por elementos materiales y por testimonios.” (p. 127)

Hay una historia rosa del comunismo real que empalma con los ideales de justicia social, esa historia fue la que encajó en América Latina en movimientos de distinta naturaleza: cristianos, académicos, sociales, políticos, etc., nos ganó la ingenuidad, luego que cae el muro de Berlín y se rasga la cortina de hierro se hacen públicas todas las historias de atrocidades, como bien lo dice Stéphane Courtois, et al, por los testimonios, pero también por el daño ocasionado en el cuerpo del otro.

El mal es impensable, no por eso deja de ser real. Generalmente apostamos por la bondad del planteamiento sin que eso implique que sea el mal el que termine imponiéndose. Es la historia la que implacablemente coloca el testimonio, —práctica, frutos—, por encima de la idea y es precisamente en lo primero donde podemos valorar lo bueno y lo malo, lo humano y su negación, la lucha por la mismidad o por la otredad.

Se hace no sólo necesario sino urgente, contraponer las historias que nos unen, aunque se trate de latitudes, pueblos y culturas distintos. El diálogo con Stéphane Courtois, et al, a propósito del libro negro del comunismo, va colocando las bases para no continuar en una lucha ingenua contra la muerte, sino teniendo claro hasta dónde son capaces de llegar centrados en la lógica del exterminio.

Violencia delincuencial y proyecto socialista

Hoy exhibimos con gran tristeza altas cifras de criminalidad, hambre, muerte por delincuencia, por ausencia de medicamentos, por falta de alimento, violación de los derechos humanos más fundamentales, presos políticos, la cárcel y los delincuentes dominando la sociedad, etc., testimonios —no ideas— en los que encontramos la verdadera naturaleza del régimen que empalma perfectamente con lo que ocurrió en la revolución de octubre, socialismo real, no ideal.

En los gobiernos socialista, ahora me detendré en nuestra experiencia, hay planes y organizaciones del estado canalizando los distintos acontecimientos sociales. Una de estas organizaciones son la propiciadas por el ministerio de la cultura para canalizar e impulsar la denominada “cultura urbana”, en un proyecto como “Tiuna El Fuerte”.

Me detendré en este artículo no en lo que dice el programa, sino en lo que se práctica, para eso me acercaré a la historia-de-vida de Libélula un joven de la zona sur-oeste de Caracas, en quien encontramos un modo particular de vivir ese mundo “cultural” junto al delincuencial en el marco de un proyecto de estado socialista.

En mis manos tengo de Libélula la narración de su historia y un rap compuesto por él. La primera fue tomada por uno de mis estudiantes quien pertenece a una organización comunitaria auspiciada por el gobierno, desde su organización llega a jóvenes como éste.

Lo primero que surge de la historia es la justificación del delito (me quedaré sólo en algunos aspectos, luego habrá oportunidad de presentar una interpretación de todo el relato) para poder elaborar un discurso de arrepentimiento en el marco del proyecto estatal, ¿qué le exige el socialismo? Le exige un discurso que promueva la “paz” y se presente, como miembro de esa organización, como un sujeto que puede “cambiar” gracias a la labor ideológica que ellos desarrollan.

La misma paz que hemos encontrado en la “Zonas de Paz” que se reducen a ser lugares de tolerancia del delito, promovidos por el gobierno en las que se reconfigura el poder colocando en manos de los delincuentes el control social de las comunidades. La paz consiste en el pacto entre bandas no en su erradicación. 

Así, su narración discurre en el arrepentimiento sin que esto impida que presente la delincuencia como práctica y sentido. Libélula comienza del siguiente modo: “…en realidad todo fluyó después de que me dan unos impactos en la pierna izquierda…” No dice que empezó, dice que todo fluyó, un mundo total en esa expresión.

Fluir significa continuidad sin obstáculos, un tiro sin producir la muerte es el detonante para que todo ese mundo se desarrolle sin impedimentos. La delincuencia viene a ser un caudal que se va produciendo con la mayor fluidez posible, sin nada que lo detenga. Luego dice: “… hasta robé, pero… pero fueron cosas leves pues, como un rus-ras pues, dame acá esa vaina y tal… dame acá, me acá, me acá que estás robao y ya pues. Con una pistola pues, con un hierro, ¿sabes?” El fluir no es caudaloso sino continuo, se perfecciona en la delincuencia hasta lograr alcanzar lo buscado.

De ahí en adelante Libélula se concentrará en describir los crímenes cometido para luego decir que está arrepentido y que ahora forma parte de esa organización. En la vida la delincuencia continúa y en el arte “cultural” se proyecta y se hace apología. ¿Este nuevo estado necesita de la delincuencia para mantenerse? Tanto esta vida, como muchas otras, le cantan a la violencia, ¿es este el nuevo sujeto?

Un sujeto que sostiene la siguiente lírica, tal como ellos lo dicen: “El hecho que tú me veas empistolao no quiere decir que yo no alla[1] estudiao pero es que en la calle hay mucho equivocao que dicen que tal y que son los que pao se las comieron…” Está centrado en el delito como práctica y sentido.

En su propia letra vemos como caen los “factores determinantes” de las teorías criminalísticas, por ejemplo, la falta de educación. Libélula admite que ha estudiado, en otras historias de vida de jóvenes delincuentes aparece esto de modo muy frecuente, son bachilleres, estudiantes universitarios y hasta profesionales, lo que nos va diciendo que la interpretación debe enfilarse en otra dirección.

El mundo de Libélula es un mundo delincuencial, toda una forma-de-vida. No hay espacio para otro significado que no sea la violencia: “Es lo mejor pa no quedar pegao que culpa de aquellos que andan jalaos la lluvia de bala en mi zona no cesa se vende de Glock hasta Prieto Beretta partiendo paredes y comprando rejas los perros ladrando y las viejas se quejan diciendo hasta cuándo seguirá esta mierda…”

De la zona lo único que destaca es el arma, sus marcas y características, la violencia lo toca todo y lo determina. No hay paisaje, no hay convivencia, no hay relación, el mundo para Libélula es el instante del disparo, el ruido de las balas, las muertes que provoca y el grito que produce en la gente como en los animales (sin distinción). Sujeto activo en una organización del estado, ¿hombre nuevo?

Su lírica se expande y consolida en el objeto de su canto: “Me dicen que deje las armas, pero no puedo dejarla nunca el día que yo la deje será el día que esté en la tumba y hasta en la tumba la voy a tener en la cintura para recordar que tanto e matao explotao[1]…” Suena duro y contundente la muerte que provoca, se complace en el hecho: explotao, esto es, de primera, lo mejor.

Matar es el sentido y con él se despliega toda una vida heroica, protagonista, sin peligro de ser dominado sino constituirse en el poder, en el dominio, en el actor del sometimiento.

Continúa su lírica criminal: “Si todos se asustan cuando ve un metal, oh no no no, si todos se asustan cuando los apuntan con un cañón, ¿si no me cuido yo quien me va a cuidar? Si no me levanto yo quién me va a levantar (x2) fiebre de matar. Mi sangre ahora se calienta por matar, Criminal, mi sangre ahora hirviendo por matar…” Esta última frase concentra todo el sentido vivencial del delito.

Su sangre, toda su existencia, le exige matar, no hay un horizonte distinto a la violencia delincuencial, fundamento y sentido, ¿qué sociedad se puede producir desde esta práctica? Líricas como esta se sostienen en la vida, constituyen un discurso generado por unas prácticas (Foucault), no son palabras vacías, ni mera alocución, es vida que se hace lírica, se hace discurso, se hace prosa.

Encontramos en Libélula ¿al hombre nuevo?, el formado en una organización como esta que acontece como un sitio en el que todo vale, donde no hay límites ni ético ni morales, donde encaja perfectamente la vida y la muerte. La delincuencia para este proyecto parece seducir toda la estructura al punto que se constituye en referencia para la acción.

Para concluir, hay que decir que las relaciones sociales y comunitarias están seriamente afectadas por esta apología del delito y el delincuente que en lugar de tener en el Estado los límites que frenen su vertiginoso crecimiento lo que tienen es el ofrecimiento de un lugar que favorece su expansión y consolidación como poder alterno.

Sólo teniendo consciente el acontecimiento delincuencial y el modo como se ha venido practicando, tendremos las posibilidades de ir encontrando las prácticas reales fuera de ese entorno delictivo, que nos ayuden a pensar en la re-confección del tejido social y la convivencia comunitaria.

Notas: 

[1] Reproduzco el texto tal como fue escrito por Libélula.

[1] Lo he dejado tal como lo escribió, sin acentos, con la ortografía con que lo escribió, sin signos de puntuación, etc.

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