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Vigencia del carisma ignaciano 

1. Cortesía de Jesuitas, Provincia Argentino-Uruguaya(1)

Por Pedro Trigo, s.j.

El carisma ignaciano es lo trascendente del camino de Ignacio. Vamos a verlo guiados por su Autobiografía, que pretende ser eso mismo, es decir, el discernimiento de Ignacio de lo que poco antes de morir, en su madurez, juzga que es trascendente, y que a mi modo de ver lo logra.

Comienza a hablar de sí desde la herida en Pamplona, cuyos quinientos años hemos celebrado. La herida maltrata una rodilla y destroza la otra. Está a punto de morir, pero se recupera, aunque no puede caminar. En esa quietud forzada pide libros de caballerías para alimentar sus sueños de gloria. Eso significa que la herida no interrumpe su carrera, sino que como ha sido con honor, espolea su determinación. Como no habían esos libros, tuvo que contentarse con leer lo único que hay: un libro de la vida de Jesús sacada de la armonización de los cuatro Evangelios y otro de vidas de santos.

Vigencia del carisma ignaciano
Crédito: Cortesía de Ignatius 500

No era lo que buscaba, pero descubre con sorpresa que Jesús es un Señor que merece la pena servir, más que ningún otro, y que los santos son héroes a lo divino. Por eso, al acabar de leer, se pone a soñar si él sería capaz de hacer lo de los santos y descubre que sí. Pero no deja los sueños anteriores, por lo que también emplea horas en soñar en hazañas.

Lo primero que descubrimos es que es un individuo que tiene propósitos propios, que quiere realizarlos a fondo y que pone todos los medios para ello. Es un sujeto moderno que se responsabiliza de su vida y que está dispuesto a llevarla hasta la mayor plenitud posible. No es un mero elemento de un conjunto, alguien que hace lo que se hace, sino un sujeto que dispone de sí responsablemente. Pero no lo hace de modo solipsista, sino mediante obras memorables que beneficien a la sociedad. El carisma ignaciano es un carisma que parte del sujeto, que incluye la responsabilidad propia llevada hasta el máximo, pero no de modo individualista, ya que se ve en función de la sociedad.

Ahora bien, lo inédito del camino comienza al comprobar que cuando sueña la gloria mundana se queda desabrido y, sin embargo, cuando sueña seguir a Jesús a fondo se queda alegre. Concluye que los primeros sueños los inspiraba el mal espíritu y los segundos el buen espíritu. Y deja los primeros y se entrega a los segundos. No cambia la dirección vital de un camino personal, esforzado y en base a méritos; cambia el contenido del camino: de seguir subiendo en la pirámide social en base a méritos, a seguir al Señor más humano, conocido personalmente a través de los Evangelios, poniendo en ello todo su ser.

Gloria, hazañas, entrega absoluta de sí en dos direcciones vitales que de pronto se ven contrapuestas y, por los efectos que dejan en uno, se ven del diablo y de Dios respectivamente. Obviamente que eran aspiraciones suyas; pero, aunque estaban en él y pretendían dirigir y definir toda su vida, en último término estaban inspiradas, bien por el mal espíritu, bien por el mismo Dios.

Se decide consciente y resueltamente por la inspiración que viene de Dios y determina ir a Jerusalén disciplinándose, ayunando y haciendo todos los ejercicios que él cree propios de una persona embebida en el amor de Dios.

El magis ignaciano no consiste en tener las más altas cualidades y trepar lo más posible en base a méritos, sino en entregarse con todo el ser a proseguir el camino de Jesús. Son dos caminos opuestos, aunque el de Jesús se propone, no como condenación del mundo, sino como su salvación.

Este cambio se concreta saliendo de su casa y yendo de peregrinación, hasta que en Monserrat da sus ropas a un mendigo, y la mula y la espada y el puñal al monasterio, él se viste con un sayal y va a pie. La vela de armas expresa con un rito caballeresco su entrega absoluta a este nuevo camino. Es ante un altar de nuestra Señora, pero habiéndose antes confesado y dejado su mula, sus vestidos, sus armas y vestido de saco. Toda la noche ante ella, la Señora del cielo, unos ratos de rodillas y otros de pie, expresándola y diciéndose a sí mismo su determinación de vivir para Dios y Jesús en pobreza, penitencia y entregado a lo que ellos pidan.

Al comienzo del nuevo camino todo se va en acciones más esforzadas que las más extremas de los santos, tanto en penitencias como en oración. Pero pronto comienza algo radicalmente nuevo: hasta entonces, todo lo ha realizado con alegría de fondo, pero ahora a veces siente una sequedad absoluta y otras una gran consolación. De lo que hace pasa a discernir lo que pasa por él y que él no puede controlar. En el nuevo camino no cuenta sólo él, lo más importante es la acción de Dios en él, que tiene que discernir. O sea, que se trata de una relación y en esa relación la voz cantante la tiene Dios. A diferencia del sujeto de la modernidad que es él mismo, ahora sigue siendo él, pero tiene que tener en cuenta también la acción libre de Dios. Es, pues, una relación interpersonal, pero en la que tiene que tener en cuenta la libertad de Dios. No se trata, pues, de creer en dogmas, cumplir preceptos y practicar ritos. Es una relación personal y libre, pero en la que tiene que tener en cuenta la iniciativa de Dios. Eso supone estar siempre abierto a la relación de Dios, lo que supone estar abierto a la realidad porque lo de Dios es siempre la salvación del ser humano.

En Manresa, donde pensaba quedarse algunos días anotando los aprendizajes, al entrar como solía a una iglesia, le vino el pensamiento de si podría soportar esa vida hasta los setenta años que iba a vivir. Conoció que era del diablo y se encaró a él: ¿Acaso tú me puedes garantizar un solo día de vida? Y cesó la tentación. Aunque entonces vino la alternancia de consolaciones y desolaciones, un nuevo modo de vida, ya que no tenía que contar sólo con él sino con lo que los espíritus obraban en él. La mayor tentación fueron los escrúpulos: siempre pensaba que no había confesado algo del todo y aunque lo confesaba, todo seguía igual. Esos pensamientos lo atormentaban y no lo dejaban vivir en paz, tanto que pensó arrojarse por un agujero que había en su habitación y, lo que para él era aún peor, le vino el pensamiento de dejar esa vida tan fatigosa. Con esto conoció que ese afán morboso de purificación era del mal espíritu, cesó todo y vino la paz.

En esos meses compone básicamente los Ejercicios. En ellos está expresado el dilema vital que confrontó Ignacio: seguir a Jesús en pobreza en vez de la riqueza a que aspiraba, oprobios en vez de vano honor del mundo que pretendía, humildad en vez de soberbia. El comienzo de todo es la pobreza espiritual que consiste en no descansar en seguridades de dinero, prestigio, relaciones y poder, sino en la relación de Dios y de Jesús y tendencialmente de todos, tenidos como hermanos. Si se logra vivir de esta relación lo que le hacen a uno lo afecta, incluso puede matarlo, pero no lo influye ya que su vida nace de esas relaciones. Eso posibilita vivir con libertad liberada, que es la base indispensable para cualquier proyecto alternativo. Éste discernimiento ignaciano es el mayor aporte que podemos hacer a nuestra sociedad, porque si no llegamos a adquirir esta libertad dependemos del orden establecido y no tenemos consistencia para ir forjando una alternativa. Insisto en que nuestro mayor aporte a la sociedad es vivirla nosotros y fomentarla hasta que se forme una masa crítica que sea capaz de sostener el proceso, a pesar de la oposición y el desgaste.

Para Ignacio el seguimiento de Jesús, que incluye ayudar a los demás (a las ánimas, dice él) como parte de la gracia de su conversión, se decantó por ir a la tierra de Jesús para vivir en ella como su querencia. Y viaja sin nadie y sin nada para viajar colgado de Dios, y al llegar a la Tierra Santa se dispone a vivir de esa relación con Dios y con Jesús, confiando en que él le pondrá siempre con quien lo ayudará, así como él los ayuda. Pero el provincial de los franciscanos no se lo permite por la situación tan tensa, y por eso tan precaria, con los turcos que eran los amos de Tierra Santa. Él le comunica su propósito de quedarse de todos modos, así que el provincial le amenaza con la excomunión. Él acepta y regresa. El discernimiento ha sido por descarte. ¿Fue un verdadero discernimiento? Sí, porque la relación con Jesús no es el abrazo, como son los mitos de amor de Occidente, que por eso acaban en la muerte, y como le pasó a la Magdalena cuando lo reconoció resucitado, sino el seguimiento en la misión. En el caso de Ignacio, ayudar a otros a ponerse con Jesús para vivir desde esa relación.

Este es un aspecto capital del carisma ignaciano, que es eminentemente jesuánico: la entrega absoluta a Jesús se decanta como seguimiento, que consiste en vivir en nuestra situación de manera equivalente a como él vivió en la suya. Para eso se requiere conocer lo que hizo Jesús, que sólo aparece en los Evangelios, conocimiento interno y conocer nuestra situación como él: desde adentro y desde abajo. O sea, que el contacto diario, discipular y entrañable con Jesús se decanta como seguimiento en su misión. Un seguimiento siempre situado, que requiere un discernimiento constante para encontrar esa equivalencia. Éste es el aspecto central del carisma ignaciano. Seguimiento a Jesús de Nazaret en creatividad fiel o en fidelidad creativa.

Al regresar de la tierra de Jesús, tiene que discernir qué hacer. Lo primero que se le ocurre es ponerse a estudiar. Esto resulta obvio si su conversión se debe a la lectura apasionada de dos libros, sobre todo de la vida de Jesús, una lectura de los Evangelios discipular, y se puede decir que inacabable. Así pues, el carisma ignaciano es un carisma letrado, pero no en el sentido de erudito, sino de lectura analítica y confrontando con ella su vida.

Pero ocurrió que en las dos universidades que estuvo lo metieron en la cárcel. El dilema que le planteó el dominico en Salamanca expresa el trasfondo del impasse: lo que ustedes predican lo hacen o por libros o por Espíritu; no por los libros porque no se han graduado, luego por Espíritu. Por Espíritu entendía por locución directa de él. Eso se decía que pretendían los que por eso llamaban alumbrados y los condenaban a la hoguera; así que la amenaza a Ignacio era inminente.

Este dilema expresa la negativa a reconocer la experiencia cristiana como fuente de conocimiento de la voluntad de Dios y del propio Dios, una experiencia además, en el caso de Ignacio, basada en los Evangelios. En esa Iglesia los laicos sólo pueden escuchar y practicar lo que les dicen los clérigos doctores, que eran una ínfima minoría. Ignacio en ninguno de los dos casos acata la sentencia que le prohibía enseñar o, en el caso de Salamanca, distinguir entre pecado venial y mortal. No la acata porque tras un larguísimo examen en ambos casos, han comprobado que todo lo que dice Ignacio es perfectamente ortodoxo. Ignacio reconoce en los doctores eclesiásticos la facultad de examinar su ortodoxia; pero cree, y con razón, que si han comprobado exhaustivamente que lo que dice se ajusta al sentir de la Iglesia, él tiene derecho como miembro de ella a comunicar a otros ese camino, ya que ayudar a los demás forma parte de la gracia de su conversión.

Si lo característico de la modernidad es que la experiencia decantada es la fuente de la vida y lo que debe configurar incesantemente a la sociedad, eso es lo que actúa Ignacio, frente a un concepto de la autoridad institucional como fuente de todo. Ahora bien, lo característico de él es que el quicio de esa experiencia es la experiencia de Dios y de Jesús de Nazaret y el discernimiento incesante de la acción de su Espíritu, experiencias absolutamente personales, pero referidas a la vida y en su condición social e histórica.

Ahora bien, esa experiencia no es solipsista: se realiza en la Iglesia. Por eso él siempre busca que lo examinen para comprobar si esa experiencia es genuina. Pero si se comprueba que lo es, tiene no sólo el derecho, sino el deber sagrado de continuar viviendo de esas relaciones trascendentes y de propagarlas, de iniciar a otros en ellas como ejercicio primario de fraternidad cristiana, seguimiento de Jesús y de participación de su misión. Ahora bien, tenemos que decir que hay que esperar al Concilio Vaticano II para que este ejercicio fuera reconocido como propio de todo el pueblo de Dios, desde los carismas que Dios da a cada quien.

Por eso él acabó aceptando que tendría que hacerse presbítero para que su camino fuera reconocido. Pero es muy notable que este discernimiento fuera también por descarte, ya que en su Autobiografía no aparece si una frase al respecto. Y sin embargo, como dijimos respecto del discernimiento de no quedarse en Palestina, sentida como la querencia de Jesús, fue un discernimiento certero. Porque si es cierto que todo cristiano debe vivir desde su experiencia, y es bueno que la comparta a la medida del don recibido, es propio del presbiterado “a la apostólica” hacer de esto el empeño que totalice su vida, de manera que se excluya todo otro oficio e incluso el matrimonio. Este modo de vida es un ministerio que debe discernir la Iglesia y ella es la que debe consagrar para esa dedicación y enviar a ella.

Ahora bien, que esa dedicación de Ignacio no era algo meramente suyo se vio porque, así como dar los Ejercicios se decantó en unos como elección de vida y en otros como reforma, en un grupo se expresó como mantenerse en ese camino de Ignacio como compañeros, no compañeros suyos sino compañeros en ese modo específico de seguir a Jesús, en definitiva compañeros de Jesús. Una expresión de que ese grupo iba siendo un grupo de vida, fue que en un santuario de París todos hicieron votos de pobreza y castidad. Y el grupo, como antes había hecho Ignacio, tomó la determinación de ir a vivir a la tierra de Jesús. ¿Por qué Ignacio no los disuadió ya que ese empeño se le había revelado como imposible? Porque el sujeto del discernimiento no era ya Ignacio sino el grupo.

Ése es un tremendo discernimiento. Si les hubiera convencido de que se plegaran a lo que hizo él, el grupo no habría sido ya de compañeros de Jesús sino de iñigistas. El grupo tiene que ser el sujeto real. Este aspecto insistimos que es decisivo y que no siempre se ha respetado, que muchas veces es el líder del grupo el que decide por el grupo. Esto pasó también en la Compañía en una fecha bastante temprana y hubo que esperar a Arrupe para que lo repusiera, y todavía falta mucho para que los discernimientos conjuntos lleven la voz cantante. Y así debe ser en las obras genuinamente ignacianas. Un grupo fuertemente personalizado, pero un verdadero grupo, que por eso configura un verdadero sujeto.

En el año que se habían dado de plazo para realizar el viaje, ya que por los conflictos con los turcos se había cerrado la posibilidad, se ordenaron de presbíteros y pasado el plazo se presentaron al Papa para ponerse a su disposición en ese presbiterado en pobreza y “a la apostólica” que estaban iniciando. El Papa lo aprobó. Esa expresión del fraile dominico, que expresa muy exactamente lo que hacían y su sentido y entronque con lo primigenio cristiano, significaba también no atenido a la institucionalidad vigente confinada a un territorio: parroquias y diócesis. Por eso, ese modo de vida se concretó en las casas profesas —que como tales no formaban parte de las diócesis— y las misiones donde eran requeridos y había más necesidad o se esperaba más fruto. Esa animación personalizada del cristianismo, ese ir uno a uno y hasta el fondo, pero para que en el seguimiento de Jesús se entregaran fraternalmente a los demás, es lo que caracteriza a esta propuesta, desde el cultivo incesante del propio compañero de Jesús.

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