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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Viernes de Pasión y muerte

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Alfredo Infante sj*

El padre Ignacio Ellacuria, jesuita, mártir del Salvador (nov 1989), Centro América, afirmaba que para entender el misterio de la pasión y muerte de Jesús, el creyente debía hacerse dos preguntas claves ante el crucificado.

La primera de carácter histórico: ¿Por qué matan a Jesús? Y, la segunda de orden existencial y cristológico ¿Por qué muere Jesús? Ante la pregunta de carácter histórico la narrativa evangélica da cuenta de  que la buena noticia de Jesús (la propuesta de la fraternidad universal y la dignidad humana como absoluto) entra en contradicción y trastoca los intereses de los poderes, cuyos representantes, para mantener el «estatus quo» se alían entre sí y deciden sacar del juego al justo inocente Jesús de Nazaret.

La defensa de la dignidad humana y la propuesta de una nueva relacionalidad les era insoportable a los representantes del poder. Por eso, montan un juicio falso, lo apresan, torturan y lo crucifican. Jesús muere como un blasfemo, como un desecho, en las  afueras de la ciudad de Jerusalén. Desde una perspectiva histórica Jesús de Nazaret es víctima del ejercicio injusto de quienes se aferran al poder en sí, y, en este sentido, hoy sigue siendo crucificado en cada víctima inocente. 

Los obispos reunidos en Medellín (1968) y Puebla (1979) hablan del pecado estructural o institucional, que no es otra cosa, que el orden injusto que sigue asesinando inocentes; los nuevos rostros de Cristo crucificado. La segunda pregunta de orden existencial y cristológico toca la conciencia de Jesús, y su respuesta está en el modo como Jesús asume su pasión y muerte. Desde esta perspectiva Jesús no es una víctima sino un sujeto libre y responsable que asume con entera radicalidad las consecuencias del amor al Padre y a sus hermanos. «Si el grano de trigo no muere queda infecundo»; «no me quitan la vida, yo la entrego»; «Abba en tus manos encomiendo mi Espíritu»; «Perdónalos Señor porque no saben lo que hacen» 

Este modo tan libre y humanamente denso de cómo Jesús asume su pasión y muerte es lo que le hace exclamar al centurión romano: «verdaderamente éste es el Hijo de Dios» La divinidad de Jesús se revela en su densidad humana. Por eso, Juan el evangelista, presenta la pasión y muerte como acontecimiento glorioso «ha llegado la hora de ser glorificado».  El pecado del mundo ha sido vencido por el amor del crucificado.  

Hoy, en nuestra Venezuela, por el abuso del poder siguen muriendo muchas víctimas inocentes, y, también, muchas personas, con la fuerza del Espíritu de Jesús, trascendiendo los miedos, siguen apostando, con densidad interior, por la defensa de la dignidad humana.           

Oremos: Señor, danos la gracia de seguir tu camino, y apostar hasta las últimas consecuencias por la construcción de la fraternidad y la defensa de la dignidad humana. Y como San Ignacio de Loyola, hoy, responder a la triple pregunta delante del crucificado *¿Qué he hecho? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué he de hacer por Cristo crucificado?    

*Sagrado corazón de Jesús, en vos confío*

Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega.

Caracas-Venezuela.

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