Minerva Vitti
Una expedición médica zarpó en julio a la Venezuela más recóndita para examinar las poblaciones indígenas que atraviesan la peor epidemia de sida que se haya visto en el país. Una periodista los acompañó y desde allí reportó, en clave de crónica, un periplo por los campamentos warao y las vicisitudes que pasan a la hora de enfrentar el VIH sin tan siquiera un ambulatorio surtido de medicinas.
Los médicos querían salir desde Puerto Volcán –un pueblo que creció a la vera de un muelle localizado a 45 minutos de Tucupita, la capital de Delta Amacuro– hasta San Francisco de Guayo, en los caños del delta del Orinoco, cuando recibieron la noticia: no había gasolina para completar el recorrido. Todo parecía indicar que la espera sería larga. Andrés, el motorista encargado de la expedición en lancha, les dijo que un hombre llevaba una semana esperando la llegada del combustible. Solo se podía salir a tiempo pagando un tambor de gasolina que en el mercado negro oscila entre 3.000 y 7.500 bolívares. Pero ni Andrés ni los doctores tienen para pagarlo. Así que el lanchero sacó su chinchorro y durmió cerca de la embarcación para evitar que le robaran los motores.