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El valor de la verdad

jueves21_sin crédito

Por Germán Briceño Colmenares*

Si la memoria no me falla, fue Margaret Thatcher quien dijo que el peor enemigo del socialismo no es el capitalismo, es la realidad. En efecto, el socialismo, siempre y en todas partes, ha sido una gran perversión erigida en un gran ideal sobre la base de escandalosas mentiras impuestas por medio de un fanatismo ciego y brutal. Solzhenitsyn, quién sufrió en carne propia los rigores del Gulag por enfrentar esa falaz maquinaria de terror, proponía como método para poder liberarse de sus opresores tentáculos la decisión firme de no pactar con la mentira oficial, o, más exactamente, como lo enunciaba en su célebre manifiesto: hacer un esfuerzo, no pocas veces heroico, por vivir sin la mentira. Por supuesto que esa decisión, para quienes han vivido bajo la férula socialista, no estaba exenta de riesgos y consecuencias, como casi nunca lo está vivir conforme a la propia conciencia en un ambiente hostil.

Tal vez quién mejor haya descrito los avatares de esta desigual lucha contra un adversario temible, aunque aquejado de una debilidad inmanente, ha sido el insigne Václav Havel. En uno de sus últimos discursos como presidente de la República Checa, pronunciado desde Florida y dirigido a los cubanos, decía que (me permito citarlo in extenso, pues no tiene desperdicio):

Uno de los instrumentos más diabólicos para avasallar a unos y embelesar a otros es el singular lenguaje comunista. Es un lenguaje lleno de doblez y subterfugio, de consignas vacías y de figuras retóricas estereotipadas. Se trata de un lenguaje capaz de maravillar enormemente a las personas que no hayan descubierto su falsedad, o a las que no hayan tenido que vivir en un mundo manipulado por él. A la vez, en otras personas, ese mismo lenguaje es capaz de infundir el miedo y el terror, hasta sumirlas en un estado de perpetuo disimulo.

Pero, continúa el mismo Havel:

Llega un momento en que la crisis interna del sistema totalitario se hace profunda hasta tal punto que ya para todos es obvia, y cuando un número cada vez mayor de personas aprende a hablar en un lenguaje propio y a rechazar el lenguaje charlatán y mentiroso del poder, la libertad ya está muy cerca, casi al alcance de la mano. De repente salta a la vista que el ‘monarca está desnudo’, y el misterioso resplandor de la palabra libre y del comportamiento libre resulta ser más fuerte que el más poderoso ejército, que la policía o que la jerarquía del partido, más decisivo aún que la destrucción sistemática y centralizada de la economía, o que los centralizados y avasallados medios de difusión, principales responsables de la propagación del mentiroso lenguaje de la utopía oficial.

Esta desnudez de la mentira de la que habla Havel llegó a hacerse obvia para muchos en la medida en que el fraude del sistema comunista iba haciendo aguas, pero no era tan evidente en sus comienzos, cuando la gigantesca e implacable maquinaria propagandística estaba en plena marcha, allá por el primer tercio del siglo XX. No pocas personas en Occidente sucumbieron a este espejismo y se hicieron eco de sus falsedades. Unos pocos, sin embargo, interpelados por su conciencia y por la razón, empezaron a cuestionar lo que a todas luces parecía una edulcorada y descomunal patraña. Si bien es comprensible cuestionar y rebatir una mentira que nos atañe directamente, luchar por una verdad un tanto distante y remota, por el puro ideal de ponerla al descubierto, jugándose la vida en ello, es más bien cosa de héroes, poetas o santos.

Gareth Jones, un joven periodista de origen galés, se desempeñaba por aquellos tiempos como asesor en política exterior de su compatriota, el ex primer ministro David Lloyd George. Tiempo después, en un homenaje póstumo, éste recordaría que Jones tenía una pasión por desentrañar lo que ocurría en atribuladas tierras lejanas, y en esa búsqueda no solía reparar en riesgos o peligros. Movido por esa pasión, ocurrió que a principios de la década del treinta del pasado siglo, cuando el mundo sucumbía a los estragos de la Gran Depresión, Jones empezó a cuestionarse las consignas proclamadas desde Moscú, que hablaban de un auge sin precedentes en la Unión Soviética: reservas ideológicas aparte, sencillamente aquello no resultaba creíble en un mundo en plena debacle.

Haciendo gala de la misma intrepidez con que se las había arreglado para infiltrarse en el círculo del poder nazi, y entrevistar al mismísimo Hitler a bordo de su avión particular, Jones se las ingenió para internarse varias veces en las entrañas de la Unión Soviética, publicando en The Times de forma anónima sus experiencias sobre la aterradora realidad que vivían millones de soviéticos. Tras su último viaje en el invierno de 1933, en el que logró burlar por unos días su escolta soviética para presenciar de primera mano la dantesca tragedia del Holodomor, la hambruna provocada por Stalin entre 1932 y 1933 que se cobró las vidas de entre cuatro y diez millones de campesinos ucranianos, Jones fue expulsado del país con prohibición de regresar. Quién sabe si envalentonado por esa perspectiva de no tener que volver a pisar Rusia jamás, Jones tomó una audaz pero fatídica decisión: organizó una rueda de prensa en Berlín para dar a conocer sus macabros hallazgos.

La aventura no tardaría en llamar de nuevo a su indomable espíritu de nómada justiciero. Una especie de Ícaro que aun sabiendo que se acercaba demasiado al sol no podía resistir la tentación de exponer los abusos de los tiranos, diría su biógrafo George Carey. Así que meses después se adentró en las llanuras de Mongolia para documentar las atrocidades de la invasión japonesa. Un extraño y oscuro incidente desembocó en el secuestro y posterior asesinato de Jones. Aunque la verdad nunca ha llegado a aclararse por completo, todo apunta a que el largo brazo de Stalin finalmente lo había alcanzado. Su asesinato fue la confirmación definitiva de la veracidad de sus palabras: no pudiendo rebatirlas, Stalin optó por acallarlas para siempre. Aunque su memoria permaneció en el olvido durante años, su figura se fue acrecentando en la misma medida en que los hechos que denunció se fueron comprobando. Hoy es un héroe en Ucrania y un prócer en Cambridge y Aberystwyth, y mientras la sombra de sus asesinos declina su luz resplandece, como la verdad misma.


*Abogado y escritor. Miembro del Consejo de Redacción de la Revista SIC.

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