Por Jesús María Aguirre s.j.
Este título está inspirado en un libro reciente “Universidad de izquierda” de Anderson Ayala, publicado por CEDICE, en el que se trata de establecer una relación entre la producción editorial de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y la deriva ideológico-política del país.
Sé por las investigaciones de la Fundación Centro Gumilla en los años 90 que la cultura política del venezolano tiende hacia la izquierda. Me atrevo a conjeturar también que con el método de análisis de Ayala aplicado a la Biblioteca Nacional, la inteligencia venezolana estaría marcada por una gran dosis de ideología de izquierda, es decir está “marxicizada”. Puesto así el estado de la cuestión y en forma análoga tendríamos que colegir que esa hegemonía editorial de izquierda nos trajo por “marxización” estos lodos del chavismo imperante.
Siempre es plausible leer un texto motivado por profundos intereses exploratorios y además valiente para sacudir el campo académico narcotizado por el binarismo político y los rictus ideológicos. Pero, haríamos poco favor a la investigación académica, si de lo que se trata es de buscar culpables en la historia reciente con apetencias vindicativas –cosa que ha hecho muy bien este régimen con su inversión narrativa de vencedores y vencidos en el pasado reciente–.
Para eso bastaría, imitando el estilo de una “lista Tascón”, buscar la lista de profesores e investigadores, que publicaron algún libro en las editoriales de la UCV y que han ido tomando parte en el régimen actual para averiguar cuáles teorías y prácticas han aplicado.
Ello no invalida el interés por el análisis de las mentalidades y de las ideologías en el marco de una sociología de la cultura comprensiva con los instrumentos y técnicas propias del campo editorial, pues si hay algo difícil de indagar es la influencia de los libros en una sociedad determinada.
De ahí que estas reflexiones parten de una acogida comprensiva del texto, que aborda una arista de sociología de la cultura ríspida y altamente sensible, por cuanto bastantes de los productores de los textos aún viven, y se los hace corresponsables de la situación actual. No escribo para exculpar a nadie, sino para afinar y objetivar algunas de las tesis vertidas en el libro, que me generan algunas incógnitas.
- ¿Qué se entiende por marxismo?
Para acotar el término de marxismo el autor recurre al texto de Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino (2005) en su conocido “Diccionario de Política”. Por marxismo se entiende el conjunto de las ideas, de los conceptos, de las tesis, de las teorías, de las supuestas metodologías científicas y de estrategia política, en general la concepción del mundo, de la vida asociada y la política, considerada como un cuerpo homogéneo de proposiciones hasta llegar a constituir una verdadera “doctrina’’, que se puede extraer de las obras de Karl Marx y de Friedrich Engels (p.935).
No creo, por ejemplo, que los teóricos de la Escuela de Frankfurt en su primera, segunda y tercera generación, se hayan adherido a esta “doctrina”, solo ubicable en los manuales de la ortodoxia soviética, por cierto, muy criticados por Marcuse en su teoría y en su aplicación práctica en la extinta Unión Soviética.
Dada esa definición no se puede atribuir a todos esos autores y publicaciones mencionados por el tesista, una afirmación de doctrina marxista y la lista estricta se reduciría mucho más si nos referimos a una praxis. Por eso esta definición no queda reflejada en los indicadores escogidos para la categorización y dudo que se haya utilizado un algoritmo de inteligencia semántica para la evaluación.
- ¿Qué se entiende por influencia marxista y “marxización”?
Con razón afirma Trino Márquez en el prólogo aludiendo a Sartre:
“Luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, el marxismo se convierte en el horizonte intelectual de nuestra época, según la figura utilizada por Jean Paul Sartre para referirse a la enorme influencia que ese enfoque ejerce en el mundo académico y político mundial”.
Pero no fue una coincidencia fortuita o un fenómeno al azar, pues a mediados del siglo XX, Occidente tuvo que enfrentarse civilizatoriamente con el bloque soviético, estratégicamente aliado a la potencia emergente (China) e ideológicamente inspirado en el marxismo.
Hablar de Marx, Mao o Marcuse, –las 3 M de la década del 68–, era algo más que una moda, como pudo comprobarse en la Crisis de los cohetes del 62, la Guerra de Vietnam y las luchas anticoloniales de África, cuando se emanciparon más de una docena de países africanos. En solo unos meses de 1960, Francia perdió su dominio sobre Camerún, Togo, Malí, Madagascar, Benín, Níger, Burkina Faso, Costa de Marfil, Chad, República Centroafricana, República del Congo y Gabón, y la independencia argelina traumatizó al país.
Efectivamente, muchos de esos países tuvieron influencia marxista, porque los partidos independentistas contaron con el apoyo militar del bloque soviético.
Pero el marxismo en términos vagos se expandió fuera del llamado “Tercer Mundo” en pleno corazón de Europa. El eurocomunismo no era una corriente circunscrita a los países satélites centroeuropeos o países subdesarrollados, sino un movimiento con una gran fuerza política e intelectual en Francia, Italia y España con pensadores de primera línea (Althusser, Bourdieu, Togliatti, Ferrarotti, Heller, etc.). Desde los dirigentes e intelectuales históricos hasta la “gauche divine” no faltaba una fauna inmensa de marxistas, marxólogos, y marxianos y todo tipo de revisionistas.
No había intelectual europeo que no hubiera pasado por un bautismo de sangre y fuego a través de los pensadores de la sospecha: Nietzsche, Marx y Freud, y no quedara contaminado con alguna de sus preguntas insidiosas sobre el poder, el conflicto de clases o la libido.
- Las instituciones y las mentalidades cambian, y los actores sociales también
La medición del grado de marxismo por los capítulos o índices de materias o autores se basa en un indicador equívoco, por cuanto la mayoría de los científicos sociales comparten la tesis de la relativa influencia de la esfera económica en la política y la cultura, aun sin ser marxistas y menos aún marxista-leninistas. No creo que haya manual de sociología general que no aborde el marxismo o texto de politología que no aluda al leninismo, aunque no sea más que por ofrecer un estado del arte. Por eso creo que al libro se le puede adjudicar la máxima de que: “quod nimis probat, nihil probat.” Es decir que lo que prueba demasiado, prueba poco o nada.
De paso es bueno saber lo que Alain Minc, analizando a los intelectuales franceses en un periodo tan prolongado como el que abarca el autor, comenta de ellos y de Sartre:
“Algunos como Malraux, pasaron de la izquierda a la derecha; otros, como Mauriac, de la derecha a la izquierda; algunos permanecieron fieles a una línea original, como Camus o Aron. Sartre, por su parte, da vértigo y no dejará de hacerlo durante las décadas siguientes (…) Cazar en manada es siempre una ventaja”.
Si en el país cartesiano de las definiciones claras y distintas se dan pasajes, mestizajes e hibridaciones, no dudo que en nuestro panorama tropical el marxismo y su variedades con sus mestizajes e hibridaciones haya sufrido mutaciones, más difundidas por folletos y pasquines que por libros universitarios, que se resumen a la tesis popular de: hay pobres y ricos, y si hay esa desigualdad es porque los segundos explotan a los primeros, aserto más que discutible, pero más verosímil en un país de distribución de renta petrolera.
Pero, en cualquier caso, la influencia de los libros exige, como apunta el autor, pero no desarrolla suficientemente, el análisis de los circuitos culturales y microsociedades en las que los libros operan como herramientas de marcaje social, inclusión y exclusión dentro de un sistema universitario de reforzamientos positivos y negativos, y, además, teniendo en cuenta otros aparatos ideológicos competitivos, sean dentro del mismo campo de la educación superior, u otras fuerzas como la de los medios de comunicación con otra hegemonía y orientación.