Fernando Mires
Retomemos el hilo. Si estamos siguiendo el proceso democrático venezolano y leyendo sus capítulos en la medida en que van siendo escritos, vale decir, no desde muy atrás, pero tampoco adelantándonos a los acontecimientos, podríamos afirmar que en estos momentos está siendo redactado un capitulo nuevo: el de la validación de los partidos ante el Consejo Nacional Electoral (CNE). Dicho procedimiento fue impuesto por el propio CNE con el objetivo de nicaraguanizar la estructura electoral, seleccionar candidaturas de acuerdo a los gustos e intereses del gobierno y dividir a la oposición. La validación voluntaria de los partidos democráticos impidió, sin embargo, la siniestra maniobra. Como dijo Julio Borges: “El tiro les salió por la culata”.
Con la validación de sus partidos, la oposición ha recuperado la unidad perdida.
No sabemos todavía si la validación es un capítulo en sí o sí será un subcapítulo de un capítulo largo que se llama “elecciones, ya”.
Elecciones; sí. Porque la validación, por si no lo han entendido algunos, es un paso encaminado a la realización de elecciones. O si se prefiere, es un procedimiento preelectoral. Nadie salió a validar para hacer vida social, sino a manifestar la más abierta, la más decidida y la más subversiva disposición a favor de unas elecciones que el régimen persiste en no convocar. El pueblo político venezolano ha reafirmado así su vocación electoral.
En los instantes en que escribo estas líneas han revalidado tres partidos importantes de la MUD: Voluntad Popular y Primero Justicia, después que lo hiciera Avanzada Progresista. Tanto los unos como los otros, unidos o compitiendo entre sí (es legítimo) desactivaron la trampa tendida por el gobierno. Gracias a la validación de sus partidos, la MUD ha decidido caminar unida a través de la ruta electoral. Ruta que no fue escogida como quien lo hace con una sigla o con un color. Se trata de la ruta que se ha dado la ciudadanía (incluyendo a la chavista) y ella está inscrita en las páginas de la constitución nacional.
Vanos han sido los intentos cupulares (del régimen y de la oposición a la oposición) por apartar a la ciudadanía de esa, su ruta. Y seguirán siendo vanos. Pues vías no electorales existen solo allí donde no hay partidos, ni ciudadanía, pura masa y pueblo disgregado. A través de la validación de sus partidos los ciudadanos venezolanos han dicho en cambio: queremos elecciones, queremos votar, queremos elegir. Y queremos partidos para expresar públicamente nuestras diferencias y posiciones, ya sea frente al gobierno, ya sea frente a nosotros mismos.
El régimen se encuentra acorralado por su propia historia. El chavismo, no hay que olvidar, nació como fuerza electoral y electoralista. El madurismo en cambio, al volverse antielectoralista, traicionó el legado de Chávez.
No interesa mucho aquí saber si Chávez habría hecho lo mismo que hoy hace Maduro: impedir a las elecciones. Probablemente habría intentado adoptar el discurso de la dictadura de Cuba: declarar a las elecciones como un arma de la burguesía y decretar sin vacilaciones, “la dictadura del pueblo”. Pero aún en ese punto hay una gran diferencia entre Castro y Maduro.
Fidel Castro jamás llamó –habiendo podido hacerlo– a elecciones. Por el contrario: desde el comienzo, siguiendo el ejemplo de Lenin, las suprimió, declarándose enemigo de ellas. Nunca intentó exhibir ínfulas democráticas como hizo Chávez. En cambio, Maduro no solo ha negado las elecciones. Es peor todavía: se las ha robado a un pueblo que las tenía. En ese sentido Maduro ha cometido un crimen político de enorme magnitud.
No hay delito constitucional más grande que robar elecciones a un pueblo cuando éste ha probado ser mayoría en contra de un gobierno. Pues sin elecciones el pueblo pierde su condición ciudadana y deja, por lo mismo, de ser un pueblo político.
Votar es elegir. Y elegir es pensar. Quien no elige no piensa. Las elecciones adquieren un significado existencial en la mantención de la condición ciudadana. Sin elecciones, mueren los ciudadanos. Nacen los súbditos.
No se trata en este caso de elegir una vía para deshacerse de un mal gobierno. Se trata de mucho más. Se trata de recuperar la más elemental de las dignidades del ser político, sea este individual o colectivo: el derecho soberano a elegir a sus representantes. Eso es lo que jamás podrán entender los antielectoralistas de la oposición. Para ellos, al igual que para Maduro, las elecciones no son una razón de ser: son un simple medio instrumental del que se puede hacer uso o no, de acuerdo a las circunstancias.
Cuando el régimen de Maduro bloqueó la vía del revocatorio –tan electoral y constitucional como son las elecciones regionales y generales– mostró al mundo su vocación radicalmente dictatorial.
El capítulo del revocatorio fue interrumpido, como es sabido, por un diálogo al que fue sometida –no hay otra palabra– la MUD. La lucha por las elecciones retoma por lo tanto el hilo que intentó cortar el régimen valiéndose del nefasto diálogo. En ese sentido las jornadas por la validación significan un encuentro de la oposición consigo misma.
Podríamos, en retrospectiva, afirmar que las luchas por el revocatorio fueron objetivamente un ensayo general para las actuales luchas por las elecciones que han comenzado gracias a la validación de los partidos de la unidad. El clamor internacional y nacional, exigiendo la convocatoria a elecciones, es cada día mayor.
La misma Carta Democrática de la OEA, si no fuera por el ultimátum que exige prontas elecciones, solo sería un montón de hojas sin ningún valor práctico. Pero de acuerdo a la redacción y forma que dio Luis Almagro al texto, es un documento para electoral. Lo que ha dado sentido y lógica a sus líneas es la exigencia o ultimátum a convocar prontas elecciones. De tal modo, esa minoría absoluta de la oposición que niega a las elecciones se sitúa, objetivamente, en contra de la Carta Democrática de la OEA y por lo mismo a favor de Maduro. Hay que decirlo de una vez.
Naturalmente, como ha señalado Maduro, el régimen puede vivir sin la OEA. También puede vivir sin elecciones, con cárceles repletas, con represión cubana y hambre africana, sin pan, sin justicia, y sin nada. Pero, ¿hasta cuándo? Hasta que la presión nacional y la internacional lo obliguen a tomar un camino contrario. Porque sin lucha por las elecciones, eso está claro, no habrá elecciones. Como ocurrió con el revocatorio, las elecciones no solo son un fin, son un medio de lucha.
Los escépticos preguntarán: Y supongamos que al fin hay elecciones. ¿Después qué? A esa pregunta solo cabe responder: no nos contemos más el cuento de la lechera. La política será siempre una actividad de corto plazo. La política vive de sus circunstancias y de las reacciones frente a acontecimientos casi siempre inesperados. La política es, en fin, contingente. Para el largo plazo están los filósofos de la historia, los ideólogos y los horóscopos. De ahí que por el momento solo podemos señalar, citando a Luis Almagro: “De una dictadura se sale con elecciones libres”.
PS: Durante las validaciones aparecieron algunas candidaturas a primarias prepresidenciales. Aunque es demasiado prematuro proclamarlas, no está del todo mal que así sea. La MUD no es un partido sino una confederación de partidos. Con candidatos propios, con perfiles personales claramente definidos, los partidos se comprometen a llevar la lucha electoral hasta el final. Ya no hay vuelta atrás. Elecciones ya.
Fuente:
http://prodavinci.com/blogs/venezuela-validacion-y-reencuentro-por-fernando-mires/