Yorelis J. Acosta
Con mucha frecuencia escuchamos en nuestra vida cotidiana la palabra miedo. Este invadió casi todos los espacios. Lo escucho a diario entre amigos y familiares, lo he visto como primer titular en los diarios y se usa en la política con intenciones específicas. A votar sin miedo leí una vez en la prensa, lo hemos escuchado en los dirigentes… y definitivamente hay que votar sin miedo y hay que vivir sin miedo.
¿Por qué el miedo nos invadió? Nos paralizó, Nos ganó!
Una de las razones está relacionada directamente con el aumento de la criminalidad. Nuestros índices son patológicos. La tasa de homicidio del país está entre las más altas del mundo… es lo suficientemente alta como para tocarnos, como para helarnos la sangre y paralizarlos la vida. Tan alta, que no hay manera de protegernos del hampa. Todos tenemos experiencias e historias espantosas en carne propia o ajenas, cercanas o lejanas. Incluso los que se sienten más protegidos y están cerca del poder político, han sido víctimas del hampa; la criminalidad nos ha tocado, nos ha mirado de cerca, nos han hecho sufrir e incluso huir del país.
En consecuencia estamos enfermos de miedo como sociedad. Estamos arrinconados, encerrados en nuestros “espacios seguros”, llenos de rejas, alarmas y vigilantes.
La inseguridad tiene dos caras. La objetiva, dada por los hechos y las “cifras oficiales” de criminalidad y la subjetiva, dada por las percepciones, interpretaciones, sentimientos y emociones que se evocan ante esos hechos. Es en ésta, donde quiero centrar mis reflexiones y más específicamente en las emociones, leídas desde una perspectiva psicosocial.
Las emociones básicas son: terror (miedo), sorpresa, tristeza, repugnancia, enojo (rabia, ira), expectativa, alegría y aceptación (Plutchik, 1980). Se denominan básicas por son experimentadas por todos y todas y tienen expresiones particulares. La combinación de estas puede dar origen a: Agresividad – Optimismo – Amor – Sumisión – Sobrecogimiento – Decepción – Remordimiento – Desprecio, entre otras. Entre las emociones más estudiadas se encuentran la ira, el estrés, la depresión y la ansiedad.
Las emociones pueden definirse como reacciones psicofisiológicas organizadas que se producen en el sujeto ante informaciones del ambiente que son relevantes para él y se componen de elementos conductuales, no-verbales, motivacionales, fisiológicos, experimentales y cognitivos (Diener, 1994; Lazarus, 1991). Una definición común y en las que todas las otras definiciones encontradas coinciden es que las emociones son procesos adaptativos.
Las emociones ofrecen a los individuos un marco de sentido común, a partir del cual se pueden entender las experiencias en el mundo y generar acciones ante él.
El predominio de las emociones influye directamente en nuestra salud, en el bienestar psicológico, la creatividad, la resiliencia, en la percepción e interpretación del mundo que nos rodea, en nuestras cogniciones y en las estrategias que diseñemos para enfrentar las diferentes situaciones de la vida.
En relación a la salud, el predominio de emociones negativas afecta la vulnerabilidad de las personas a contraer enfermedades ya que debilitan la eficacia de ciertas células inmunológicas así como también influye en su desarrollo, agravamiento y cronicidad; mientras que el predominio de emociones positivas es beneficioso para la recuperación de la enfermedad y restituir la salud.
A nivel cognitivo, las emociones positivas se relacionan con una organización cognitiva más abierta, flexible y compleja y con la habilidad para integrar distintos tipos de información. El resultado de esta forma de pensar hace más creativa la solución de problemas y más acertados y sensatos los juicios y la toma de decisiones, adicionalmente se propician formas de pensar que amplían el rango de respuestas posibles ante la vida (Carnevale y Isen, 1986; Isen, 1993; Isen, Nygren y Ashby, 1988; Lyubomirsky, King y Diener, 2005). Las emociones positivas también contribuyen a hacer más resistentes a las personas frente a la adversidad y ayudan a construir resiliencia psicológica (Aspinwal, 2001; Carver, 1998; Lazarus, 1993; Lazarus, 1993; Lyubomirsky, King y Diener, 2005). Imaginemos exactamente lo contrario cuando hay un predominio de emociones negativas.
En relación a la vida social, las emociones influyen la percepción e interpretación de la realidad y en consecuencias los comportamientos desplegados ante ciertas circunstancias. Cuando predominan las emociones positivas se favorece el desarrollo y crecimiento personal y la conexión social, se desarrollan mejores habilidades para generar vínculos entre personas y el aprendizaje de conductas de ayuda. En resumen, un estado afectivo positivo, favorecido por la experiencia de emociones positivas, llevaría a un pensamiento abierto, integrador, creativo y flexible que facilitaría el afrontamiento eficaz de la adversidad y que a su vez incrementaría los niveles de cohesión social y de bienestar futuros (Fredrickson, 2001; Fredrickson y Joiner, 2002).
Podríamos señalar otros beneficios de las emociones y experiencias positivas sobre la salud y la vida personal y social: contribuyen a hacer más resistentes a las personas frente a la adversidad y ayudan a construir resiliencia psicológica. Las personas resilientes, aquellas que ante la adversidad se doblan pero no se rompen, son capaces de experimentar emociones positivas en situaciones estresantes. La presencia de emociones positivas durante los momentos de aflicción hace más probable que se desarrollen planes de futuro y estos planes, junto con las emociones positivas, predicen un mejor ajuste psicológico en el futuro. Igualmente, las emociones positivas protegen frente a la depresión, incluso después de haber pasado una experiencia realmente traumática.
Todas estas habilidades, conceptualizadas como recursos, pueden llegar a ser muy valiosas en momentos de escasez y de conflicto, en los que disponer de velocidad, de resistencia, de amigos, de capacidad de innovación, etc. puede ser la diferencia entre vivir y morir, entre fracasar o triunfar, entre desistir o continuar.
Es así que en la Venezuela actual, me propuse conocer la prevalencia de emociones en diferentes regiones del país, intentando dibujar un mapa emocional en la Venezuela 2015 e identificar las variables asociadas a estas emociones. Ante la pregunta:
¿Cuál es la emoción que predomina en ud. hoy?
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 |
Miedo | Espereanza | Rabia-Molestia | Tristeza | Resignación- Aceptación | Alegría | Expectativas | Otra |
En una muestra de más de 2000 personas, las principales respuestas por estados fueron: en Zulia, 39,3% siente tristeza, 25,3% rabia, miedo 15%; en Lara 31,4% tiene esperanza y 29,4% siente tristeza; en Portuguesa 38,5% siente resignación, 22% rabia, seguido de miedo y tristeza; en Nueva Esparta 28,1% tienen miedo y 15,5 tristeza, seguido además de rabia y expectativas; en Yaracuy la emoción número es la expectativa, seguida de la rabia; y en Anzoátegui prevalece la rabia y la tristeza.
En Caracas encontré diferencias entre dos sectores. En las clases medias predomina la tristeza (24,6%) y el miedo (20%), seguido de rabia y expectativa; mientras en las clases populares predomina la esperanza (29,6%) y la expectativa (18,7%), seguido de alegría y resignación.
Estoy analizando los resultados de Táchira, Bolívar y Amazonas; pero esos resultados nos hablan de tendencias. Hay un predominio de emociones negativas. El miedo vive entre nosotros, así como la tristeza y la rabia. Sólo 79 personas de 2000 dijeron alegría, esto corresponde a 3,95%.
Podemos hablar de un miedo social que regula nuestras percepciones cotidianas. Hay dolor y sufrimiento colectivo, producto de los eventos del día: la dificultad para conseguir alimentos, las preocupaciones por estirar el salario, la inseguridad. El “no puedo”, “no está a mi alcance”, la preocupación máxima, malestares físicos y psicológicos, el sufrimiento nos acompañan. La exposición al dolor por mucho tiempo, puede empujar comportamientos como parálisis, olvido y al suicidio. El dolor social anestesia, genera costumbre y tolerancia.
Cuando hemos perdido a un familiar victima de la violencia o cuando tenemos un familiar enfermo, la situación y el clima familiar es peor. Lo he visto de cerca y con amigos. No tenemos mayores recursos psicológicos, sociales y mucho menos institucionales. No conseguir la medicina, no tener suficientes recursos económicos para soportar los gastos que eso acarrea o para pagar a otra persona que nos ayude con la difícil situación, hace que las familias se entristezcan en extremo e incluso se agreden entre sus miembros sin saber conscientemente el por qué de su intolerancia o de sus emociones.
Ya ensayamos reducir gastos, hacer intercambios y estar cerca de los amigos. Son nuestras fortalezas o alicientes ante el dolor, la perdida y la escasez. En la investigación las personas dijeron apoyarse en su familia, en los amigos y en sus recuerdos de momentos positivos… me quedo con esto último.
También con el orgullo de un gremio activo, que ha abierto sus puertas para ofrecer apoyo especializado. Allí estamos: en la Federación de Psicólogos de Venezuela y todos sus colegios.
Nota: Los resultados totales de la investigación sobre el predominio de las emociones se presentarán el 1 y 2 de octubre, en el evento titulado Lecturas Sociológicas sobre la Venezuela Actual, organizadas por la Escuela de Ciencias Sociales de la UCAB.