Antonio Pérez Esclarín
Estoy regresando de un breve viaje a Ecuador, donde fui invitado a dar unos cursos y conferencias, y la comparación con Venezuela me produjo ganas de llorar. El viaje fue una odisea pues, ante la salida casi total de líneas internacionales y la escasez de vuelos nacionales, viajar en Venezuela está resultando una aventura riesgosa e incierta. Como habían suspendido los vuelos de la línea panameña Copa, que casi es la única que vuela a Maracaibo, tuve que ir por tierra a Valencia para agarrar un vuelo de Avior que me llevó a Barcelona, y de allí a Guayaquil y por fin, por una línea ecuatoriana, a Quito.
La total desolación de la zona industrial de Valencia me arrugó el corazón. Casi todas las empresas, hace unos años pujantes, estaban cerradas y el paisaje parecía propicio para filmar una película después de un cataclismo cósmico o la invasión de extraterrestres. Por supuesto, en el aeropuerto internacional de Valencia no había aire acondicionado, tampoco wi-fi, y el vuelo estaba retrasado. Tampoco había aire, wi-fi, ni agua en el aeropuerto internacional de Barcelona, los baños estaban hediondos y el agua nauseabunda corría por el piso. ¡Qué imagen estamos dando a los que llegan a Venezuela! Por supuesto, el vuelo también se retrasó y no pudimos llegar a tiempo para la conexión Guayaquil-Quito, con lo que tuvimos que dormir en Guayaquil.
Yo estudié hace ya unos cuantos años filosofía en la Universidad Católica de Quito y en aquellos años Ecuador era un país atrasado y pobre. El centro colonial olía a orines, era común ver mendigos por las calles, y era evidente el abandono de las poblaciones indígenas, Quito parecía un pueblo grande, con escasas avenidas y Ecuador tenía muy pocos kilómetros de asfalto. Los venezolanos nos sentíamos ricos y privilegiados, y nos enorgullecíamos de nuestro país,
Hoy Ecuador es un país próspero y pujante, donde todo funciona. Los vuelos parten a la hora, el internet es rapidísimo, los supermercados y farmacias están llenos de productos, el transporte público es de una gran calidad y a precios solidarios, los hospitales atienden bien a los enfermos, hay una verdadera preocupación por la educación de calidad, lo que entre otras cosas, implica remunerar adecuadamente a los educadores, y tanto Quito como Guayaquil, que son las ciudades que pude visitar, cuentan con grandes avenidas, aeropuertos funcionales, supermercados, farmacias y negocios muy bien surtidos y gentes que te atienden con amabilidad y eficiencia. Como la inflación es mínima, la gente ahorra y el valor de su dinero se mantiene.
El regreso fue todavía peor, pues además de los problemas de calor, falta de agua y retrasos de vuelos, en Barcelona me rompieron la maleta que se quedó trabada y un empleado la tiró con fuerza desde lo alto de la correa. En el regreso por tierra a Barquisimeto, la mayor parte de las bombas de Yaracuy estaban cerradas porque no había luz.
¿Cómo hemos permitido que Venezuela llegara a esta situación de destrucción y miseria? ¿Qué revolución es esta que nos ha colocado entre los países más pobres del mundo? Es la hora de deponer los intereses partidistas o individualistas y trabajar unidos por rescatar a Venezuela mediante el trabajo y abandonar los caminos del populismo y el mesianismo.