Por José Humberto Blanco*.
La crisis económica mundial provocada por la COVID-19 está generando múltiples consecuencias que modificarán la organización productiva de la economía internacional en los próximos años. El colapso de la actividad industrial en las economías avanzadas, y su consecuente impacto sobre la demanda de las materias primas como el petróleo, pone de manifiesto la necesidad de repensar una nueva estrategia de inserción comercial internacional que permita mitigar el impacto de eventos externos y configurar un sistema productivo resiliente, capaz de adaptarse a los nuevos patrones comerciales disruptivos que definen las relaciones económicas internacionales contemporáneas. La actual depresión económica que atraviesa la economía venezolana refleja el agotamiento de un sistema basado en la producción y exportación de mercancías producto de actividades extractivas como el petróleo, un recurso que hace un siglo sirvió como motor para la modernización e industrialización del país.
El panorama descrito es un reto y una oportunidad para la estructura productiva nacional, con lo cual toda futura transición económica deberá contemplar una nueva estrategia de política comercial que permita superar o al menos disminuir la condición monoproductora del país, en el marco de una nueva economía internacional basada en la intangibilidad productiva.
Creciente intangibilidad e importancia de la digitalización en la producción mundial
Desde hace algunos años se discute e investiga la nueva organización productiva de la economía internacional caracterizada por la intangibilidad y la digitalización de la producción mundial. Esta economía inmaterial está modificando los tipos de bienes que se producen y comercian, las técnicas de producción, los actores que participan y los patrones de consumo social e industrial. Estos bienes inmateriales agrupan software, marcas comerciales, creaciones artísticas, diseño, entre otros, por lo que su fuente de valor económico radica en la intangibilidad materializada a través del conocimiento (ideas) y la innovación mientras que, las técnicas o modos de producción se basan en procesos digitales y automatizados por máquinas inteligentes. En este momento lo “físico”, como la fábrica y la infraestructura física, es menos importante y los bienes en el mercado internacional deben competir en función de una serie de atributos dados a partir de la intangibilidad. Jonathan Haskel y Stian Westlake lo denomina como el “capitalismo sin capital.” Esta intangibilidad modifica la naturaleza de los actores que intervienen en la producción y el comercio porque nuevas empresas participan (no solo grandes empresas) y nuevos proveedores como las plataformas online.
Esta economía adquiere predominio en la actualidad porque el valor de las empresas más importantes del mundo se basa en activos intangibles como las patentes, marcas, software, capacitación de su capital humano, marketing, investigación, entre otros, piense en empresas como Uber, Google, Facebook, Nintendo, Sony y Microsoft (Moisés Naím, 2018).
Para sustentar estas aseveraciones, de acuerdo al Instituto Mckensey (2019a), el comercio internacional de servicios ha crecido 60% más rápido que el comercio de bienes físicos en la última década (los servicios asociados a TIC, negocios y propiedad intelectual, son los que mayor crecimiento han registrado) y representan alrededor del 20% de las exportaciones mundiales, según las estadísticas tradicionales (BID, 2015). No obstante, nuevas metodologías desarrolladas por la OMC y la OCDE ofrecen estimaciones que, medido en términos de valor agregado, elevan el peso de los servicios al 45% de los intercambios mundiales, superando el comercio de manufacturas. Este crecimiento de los servicios basados en las TIC es impulsado por la creciente penetración del internet a nivel mundial. Desde 2005, la cantidad de ancho de banda (cantidad de datos) que cruza fronteras ha crecido 45 veces (Instituto Mckensey, 2019b).
Asimismo, tecnologías como la impresión 3D (este equipo de fabricación a pequeña escala se usa en la medicina para crear prótesis) están cambiando los modos de producción. Muchas empresas utilizan robots en procesos avanzados, porque gracias a la inteligencia artificial y al internet de las cosas, estos dispositivos poseen la capacidad de tomar decisiones, aprender, interactuar y resolver problemas cotidianos como si fuesen seres humanos.
Esta forma de organización económica internacional la podemos comprender a través de un sector económico: los servicios basados en el conocimiento (SBC), caracterizados por su uso del capital humano y las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC). Entre los servicios de este sector podemos señalar las telecomunicaciones, diseño, publicidad, servicios financieros, servicios audiovisuales, teleducación, telemedicina y servicios informáticos (BID, 2019a). Un caso interesante lo podemos encontrar en Uruguay con una startup llamada GenLives que exporta servicios genómicos para diagnosticar enfermedades raras (BID, 2019b). También podemos mencionar a las plataformas de comercio electrónico como Mercado Libre y los servicios de entretenimiento vía streaming como HBO GO, Netflix y Disney+ que, en la situación actual, además capitalizan beneficios debido a las medidas de distanciamiento social. ¿Por qué?
Estos servicios son exportables debido a que el costo de generar, almacenar y transmitir información ha venido disminuyendo gracias a las TIC. La distancia no importa en este sector económico, una persona puede realizar un curso de inglés con un profesor extranjero, una multinacional puede tercerizar los servicios de call center en otro país, usted puede ver su serie favorita desde una plataforma de entretenimiento ubicada en otro país y un paciente puede ser operado desde la distancia. Richard Baldwin llama esto la “telemigración”, o la gran convergencia de la economía mundial donde la ventaja comparativa reside en los trabajadores.
Venezuela no escapa de este interesante panorama cuando evaluamos el impacto de la digitalización en nuestra economía (aunque débil dada la precariedad de la infraestructura digital). De acuerdo a una encuesta elaborada por el BID (2020) sobre el impacto del comercio digital en América Latina, el 49% de los venezolanos encuestados realiza o le gustaría realizar compras de bienes y servicios a través del comercio electrónico. Esto contrasta con el 6% de los encuestados que utiliza las plataformas digitales para generar ingresos.
Cambios en el mercado petrolero mundial
La transición energética, la electrificación de la demanda energética, la entrada de nuevos productores y la COVID-19 están afectando la rentabilidad y los beneficios del negocio petrolero. Hay un exceso de oferta en el mercado y una menor demanda energética, cuyo cambio apunta hacia el crecimiento de la demanda de energías renovables. Este panorama representa un impacto en los ingresos fiscales de las economías productoras, la provisión de bienes públicos y la capacidad del Estado para garantizar una senda de crecimiento económico.
Las proyecciones indican que en la próxima década se podría alcanzar el pico de la demanda de petróleo (Instituto Mckensey, 2019c). Aunque la condición petrolera y vocación energética de la economía venezolana no desaparecerá en el futuro -no hay duda en que será una industria clave en el despegue económico-, la recuperación de la industria petrolera deberá lidiar con estas tendencias que limitarán la capacidad de ingresos del país para generar bienestar y riqueza.
El petróleo no será suficiente para que Venezuela aterrice a la economía mundial del siglo XXI
Dado que las ventajas comparativas basadas en recursos naturales pierden peso de cara al futuro en medio de una tendencia a la baja de los precios de los productos básicos (Banco Mundial, 2020), resulta clave el desarrollo de ventajas tecnológicas que permitan hacer frente a una eventual pérdida de competitividad en los sectores productivos tradicionales, donde Venezuela llegó a poseer capacidad exportable en materias primas como el petróleo y los bienes agrícolas.
La re-industrialización y cambio estructural de la economía venezolana deberá realizarse entendiendo los patrones productivos y comerciales de la economía mundial del siglo XXI. Aunque el rezago productivo y tecnológico de Venezuela es abismal luego de perder más de la mitad del PIB (BCV, 2020), es el momento de reflexionar sobre qué tipo de país y qué modelo de crecimiento y desarrollo económico queremos para los próximos años.
En consecuencia, es necesario promover el debate sobre la futura inserción comercial de Venezuela desde un enfoque que considere los nuevos patrones productivos y comerciales globales, en el marco de una transición digital. Tenemos una oportunidad valiosa para desarrollar una cultura exportadora y emprendedora, que permita diversificar la estructura productiva y exportadora para añadir valor agregado a lo que producimos, y así reducir los tiempos de reconstrucción del país. El Objetivo 9 de Desarrollo Sostenible (2015) puede ser una hoja de ruta cuando señala una serie de metas:
“Promover una industrialización inclusiva y sostenible y, de aquí a 2030, aumentar significativamente la contribución de la industria al empleo y al producto interno bruto, de acuerdo con las circunstancias nacionales, y duplicar esa contribución en los países menos adelantados (…) Aumentar la investigación científica y mejorar la capacidad tecnológica de los sectores industriales de todos los países, en particular los países en desarrollo, entre otras cosas fomentando la innovación y aumentando considerablemente, de aquí a 2030, el número de personas que trabajan en investigación y desarrollo por millón de habitantes y los gastos de los sectores público y privado en investigación y desarrollo”.
Grandes retos tiene el país en las próximas décadas para mejorar la capacidad tecnológica de los sectores industriales, apoyar a las pymes y cerrar la brecha digital: aumentar el acceso universal a internet, promover la adopción de las TIC, diseñar un marco jurídico favorable para proteger y promover la propiedad intelectual e invertir en las instituciones de educación para aumentar el acervo de capital humano, en concordancia con una de las metas del ODS 9 (2015) que enfatiza la necesidad de “apoyar el desarrollo de tecnologías, la investigación y la innovación nacionales en los países en desarrollo, incluso garantizando un entorno normativo propicio a la diversificación industrial y la adición de valor a los productos básicos, entre otras cosas”.
Micromultinacionales: Una oportunidad para la internacionalización de la marca país
Según FEDECAMARAS (2018), alrededor del 60% de las empresas del país han desaparecido en los últimos 20 años, de 490 mil empresas a 280 mil (El Estímulo, 2018). Una cifra alarmante y que hace suponer que nos llevará décadas la reconstrucción del tejido productivo nacional. Sin embargo, en los últimos años se ha venido introduciendo el concepto de micromultinacionales, una oportunidad de internacionalización. Según el Consejo de Lisboa, por micromultinacional se entiende:
“Una pequeña, mediana o micro empresa que se inicia sola, que se auto-gestiona y que aprovecha internet y la aparición de las plataformas de negocio en línea para acceder en los mercados globales con un mínimo de burocracia y gastos (Citado por Pedro Ladanda, 2018)”
Es decir, son empresas pequeñas que actúan a través del internet para participar en la economía internacional y se presentan como una oportunidad para desarrollar ideas de negocios y ventajas competitivas que pueden internacionalizarse a través del ciberespacio sin bucrocracia y gastos de capital elevados. Estos modelos de negocios pueden crear empleos calificados e ingresos en divisas por medio de las plataformas de comercio electrónico y las redes sociales, lo que sin duda forjará externalidades positivas sobre el débil tejido industrial nacional.
Conclusiones
La nueva economía internacional está siendo impulsada por la propiedad intelectual, las patentes, las marcas y el capital humano. En consecuencia, la economía venezolana (a largo plazo) requiere un plan integral que contemple el apoyo de proyectos de innovación y de emprendimiento en las distintas regiones del país para disminuir el peso de los hidrocarburos y las actividades económicas extractivas en la oferta exportable nacional.
Venezuela debe crear una estructura de producción resiliente (aprovechando las nuevas tecnologías) capaz de aumentar la competitividad, variedad y complejidad de lo que se produce, un reto enorme dada la precariedad actual de nuestra economía, pero que es imprescindible si queremos entrar al mundo digital e intangible que caracterizará a las relaciones económicas internacionales de los próximos años. El Acuerdo de Asociación de Economía Digital que está siendo negociado entre Chile, Nueva Zelanda y Singapur es otra muestra de la transformación económica en ciernes.
Por último, todo intento por diversificar nuestras relaciones comerciales dependerá del diseño de una política comercial que priorice la búsqueda de mercados internacionales para identificar oportunidades, promover nuestra marca país y fomentar la promoción de exportaciones no tradicionales e inversiones nacionales extranjeras. Necesitaremos una estrategia de integración económica dinámica, basada en acuerdos comerciales que incluyan nuevos temas como el comercio electrónico.
*Internacionalista. Director de CEINASEG (@ceinaseg). Articulista en Proeconomía. Profesor Universitario (UCV).
Referencias:
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