Por Alfredo Infante s.j.
El Viernes de Concilio, se reúne el Sanedrín para planificar la condena a Jesús de Nazaret, hijo de Dios y hermano de la humanidad. Jesús, el justo inocente, es condenado a la tortura y muerte en la cruz después de un juicio amañado, sin el debido proceso, por parte de los poderes de su tiempo.
En esta atmósfera espiritual y en el contexto de la pandemia del Covid-19, es oportuno que nos preguntemos: ¿De dónde venimos, dónde estamos y a dónde vamos? ¿Somos los venezolanos el justo inocente sacrificado por quienes sustentan el poder?
Antes de la llegada del coronavirus, el país ya se encontraba inmerso en una emergencia humanitaria compleja, es decir, en un contexto donde la vida y los derechos fundamentales de las mayorías no estaban garantizados.
Basta con leer el informe de la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, en su visita de 2019, para tener una fotografía aproximada de nuestra situación. Son útiles también los diversos reportes producidos por la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) o la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) sobre el éxodo masivo de connacionales, expulsados de su nación debido a las condiciones de pobreza y carencia de oportunidades; podemos echar una mirada a los informes que han producido en los últimos tres años ONG de DD.HH. y acción humanitaria sobre ejecuciones extrajudiciales, protestas, crisis de servicios públicos (agua, electricidad, recolección de basura, transporte), acceso a la alimentación, a la educación y a la salud, especialmente, el drama de los enfermos crónicos.
Todos ellos nos recuerdan que esa emergencia no ha pasado. Es un grito que se pretende acallar en medio de la pandemia, pero que hace más grave nuestra tragedia.
La violencia del virus azota a la humanidad y mata a miles de personas en el mundo; ningún país escapa, ninguna clase social, la única medida preventiva es el aislamiento o cuarentena, pero nuestro país no está preparado porque los hospitales no reúnen las condiciones adecuadas, los servicios públicos están colapsados y, por el quiebre de la economía, la mayoría vive de la informalidad y el rebusque diario.
En medio de esta situación, justo las personas más vulnerables como son los enfermos crónicos (pacientes renales, diabéticos, tuberculosos, seropositivos, hemofílicos) y los adultos mayores se han visto en la necesidad, como siempre, de alzar la voz para denunciar el riesgo de muerte y exigir sus derechos (1), y junto a ellos, los trabajadores de la salud (médicos, enfermeras, empleados y obreros de hospitales) quienes no cuentan con los insumos mínimos necesarios para un ejercicio seguro de la solidaridad.
¿A dónde vamos? La Iglesia y varios sectores de la sociedad civil vienen proponiendo un «acuerdo social humanitario» que construya un marco político, jurídico y operativo que permita poner en marcha un plan concertado de acción integral ante la pandemia. El llamado sigue siendo al liderazgo. Si no actuamos de esta manera, y los políticos se mantienen de espaldas a la emergencia humanitaria, pasaremos a una catástrofe humanitaria, una desgracia de consecuencias inimaginables donde todos perderemos. Hoy, los venezolanos, como Jesús, el justo inocente, somos condenados a muerte.
Fuente: https://mailchi.mp/83006b2fa1d8/signos-de-los-tiempos-n-53-27-de-marzo-al-02-de-abril-de-2020
Referencia:
- https://efectococuyo.com/salud/pacientes-renales-de-las-regiones-enfrentan-fallas-para-trasladarse-en-cuarentena/