Por Felipe Toro
El trabajo en Venezuela ha perdido su valor en los últimos años. Los bajos salarios, el cierre de empresas, la hiperinflación, la destrucción sistemática del aparato productivo, el deterioro del sistema educativo, los servicios básicos y la infraestructura han afectado la dinámica laboral, sobre todo, de los más jóvenes e inexpertos. Ante esto, la necesidad de sobrevivir está modificando sus preferencias laborales e invitándoles a considerar, para bien o para mal, opciones alternativas
En la más reciente Encuesta Nacional sobre Condiciones de Vida (Encovi 2021), la población económicamente activa en Venezuela comprende un 50 %, mientras que la otra mitad está inactiva. Entre 2014 y 2021, el empleo formal se redujo a 4,4 millones de puestos de trabajo, de los cuales el 70 % era del sector público y el 30 % restante del sector privado. Dicho contexto forjó una nueva cultura en las generaciones que crecieron, y todavía hoy se levantan, bajo estas circunstancias. Esta se refiere al modo de producir significaciones sobre el trabajo como acción social y debemos definir cuáles son las realidades que moldean nuestra forma de ver el trabajo hoy.
Para ello, tomaremos el programa “Vamos Convive” de la ONG Mi Convive, el cual busca prevenir la violencia a través del acompañamiento social y psicológico a jóvenes que se encuentran en entornos de alta vulnerabilidad, a través de una propuesta alternativa que ofrece una opción diferente y, más que eso, una posibilidad real de empleo.
A través de este proyecto, hemos identificado la forma en que los jóvenes tienen sus primeras experiencias laborales. En su mayoría, precarios, inestables e informales. Entre ellas están cargar agua, pintar túneles, botar basura y vender comida. Esta “entrada” al mundo laboral llega bajo contextos forzados que responden, en la mayoría de los casos, a la situación económica en sus hogares. Además, este inicio se da cuando son menores de edad y abandonan sus estudios para aportar económicamente a sus familias.
Jefferson Rivas (16), habitante de Antímano, inició a los 12 años: “Empecé a trabajar en El Cementerio vendiendo Flips y varias cosas más. También fui ayudante de aire”. Por su parte, Yonaiker Rodríguez comenzó a trabajar a sus 15 años en un taller de latonería: “La situación en mi casa era muy mala, mi papá y mi mamá estaban muy mal económicamente”. Estos son algunos testimonios de los 64 chamos que pertenecen a la nueva cohorte de “Vamos Convive”. Historias que se repiten en cada uno de ellos.
La informalidad de estas actividades económicas fomenta en sus encargados maltratos y explotación laboral, además los sueldos que reciben no van acordes con sus responsabilidades y son, generalmente, muy bajos. Asimismo, estas oportunidades laborales carecen de una estructura establecida: no tienen tareas definidas, los jóvenes desconocen el sueldo que van a ganar, el lugar del trabajo también depende de la asignación del día, su permanencia en la ocupación asignada depende de la estabilidad anímica de su superior. En definitiva, la incertidumbre es la que domina la dinámica laboral.
Lamentablemente, al ser esta su primera experiencia, los jóvenes naturalizan estas irregularidades y desconocen el problema; no concientizan su situación de explotación e inestabilidad al momento. Sin embargo, cuando entran en trabajos con un mínimo de estructura, los sienten asfixiantes y abusadores, lo cual les aleja de trabajos formales que, verdaderamente, garanticen mayores ingresos económicos y seguridad laboral.
Es importante mencionar que estas no son las únicas razones por las cuales los jóvenes se alejan de estas ofertas laborales. También influye la autopercepción que tienen de sí mismos. La mayoría viene con historiales de fracaso densos: dejaron los estudios o actividades deportivas y hobbies que les gustaban por necesidades económicas; dentro de su círculo íntimo tienen padres o familiares presos, hermanos o primos asesinados, embarazos precoces. Todas estas experiencias acarrean que la proyección de sus vidas se vea truncada a temprana edad. Adicional a esto, nuestros jóvenes tienen problemas para identificar referentes positivos, y por más de que sí los tengan a su alrededor, reconocerlos no es tarea fácil.
Todo ese cúmulo de realidades impide el reconocimiento de sus propias habilidades, talentos y cualidades; además, por el historial de fracasos que los ha rodeado a temprana edad, les cuesta más proyectarse, lo cual dificulta su capacidad de desarrollo personal y la búsqueda de un mejor porvenir en su vida. Igualmente, esta baja estima de sí mismos, dificulta aún más la capacidad de reconocer los méritos propios y, por el contrario, alimenta el sentimiento de vergüenza sobre las experiencias vividas, lo que induce a los jóvenes, muchas veces, a pensar que no pueden, ni podrán, aspirar a algo mejor.
En este sentido, la cultura del trabajo de estos jóvenes venezolanos se nos presenta cargada de incertidumbre, explotación, informalidad, bajos salarios y escasa –o nula– proyección a futuro. Por ello, desde el programa “Vamos Convive” se busca revertir esta situación al facilitar vías alternativas de formación, productividad, capacitación humana y el fortalecimiento de capacidades de liderazgo y desarrollo psicoafectivo, mediante el desempeño exitoso en un oficio o profesión.
Para lograrlo, los líderes y comunidades organizadas dentro de la red de Mi Convive nos permiten acceder a dinámicas comunitarias, donde la presencia de los jóvenes es cotidiana y se encuentra de primera mano la crudeza de la exclusión y la falta de oportunidades. Estas redes de apoyo también permiten espacios de resiliencia y superación de las dificultades y no solo son fecundas, sino claves para el desarrollo del trabajo juvenil.
La formación está estructurada en un plan de estudios y acompañamiento que incluye los módulos de Formación en Oficio, Capacitación y Acompañamiento Psicosocial, Formación en Educación Financiera y Emprendimiento. Además, como parte de la misma, se realizan distintas actividades comunitarias, tales como jornadas, intercambios juveniles, eventos deportivos y culturales.
Al final de cada programa, los beneficiarios logran desarrollar la capacidad de proyectarse a futuro; egresan con un oficio que les permitirá tener un sustento y dignificar sus vidas; la percepción sobre sí mismos mejora y pueden relacionarse de una mejor manera con su entorno. La constancia impulsada en cada encuentro formativo forja en nuestros chamos disciplina; les otorga estructura, estabilidad y comienzan a identificar las situaciones injustas, haciéndose cada vez más conscientes de ellas. En definitiva, le dan valor al trabajo que hacen, reconocen sus méritos. Además, tras la finalización del programa se reducen en más de un 30 % las conductas de riesgo. Kevin Jiménez, de Pinto Salinas, dio su testimonio sobre esto:
Antes a mí no me gustaba, era flojo. Solo pensaba en mí mismo, ahora me gustaría también ayudar a mi país. Desde que comencé acá entendí el valor de la responsabilidad y a enfocarme en lo que quiero hacer, quiero ser barbero.
Nuestros barberos disminuyeron en un 50 % el acceso y consumo de drogas y en un 30 % el contacto con las bandas delictivas: “Siento que el curso me sacó del ocio, me puso más activo, ahora me siento mejor”, narró Santiago, joven beneficiario de Pinto Salinas.
Los jóvenes de la primera cohorte de barberos alcanzaron 92 % de éxito académico, 24 de 26 de los miembros del programa lograron los objetivos propuestos en su etapa formativa. También comenzaron a ser miembros productivos de su comunidad. Tanto que el 25 % de ellos ha comenzado a trabajar como barbero dentro de su zona.
Mi Convive busca construir relaciones de confianza para la articulación y organización comunitaria en el marco de la prevención de violencia y la construcción de una ciudad de convivencia; para ello, debemos trabajar para tener ciudadanos productivos, con visión de futuro, que generen con su trabajo la Venezuela que todos queremos.
“Creo que en el primer curso aprendimos a sentirnos orgullosos de nosotros mismos. Ahora creo en mí, que puedo hacer algo y puedo hacerlo bien” expresó Yeremy, joven beneficiario de Pinto Salinas.